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 » Capítulo 8 - Perseverancia e Iniciativa
Master Hsu Yun
Las enseñanzas Zen del Maestro Xu Yun
Traducido por Shi Chuan Fa y < Rev. Yin Zhi Shakya

Capítulo 8 - Perseverancia e Iniciativa

En cierta ocasión, un señor de la guerra que regresaba a casa tras una exitosa campaña militar, se detuvo en un monasterio. Fue a visitar al abad que era un antiguo profesor suyo.

El abad y el señor de la guerra estaban sentados en el patio charlando agradablemente y bebiendo té, cuando fueron distraídos por una discusión entre un novicio y un monje veterano. El novicio se quejaba de que la técnica de meditación que le había dado el monje veterano era inefectiva e inútil. "No puede enseñarme a concentrarme y mucho menos meditar - gritó el novicio. Deme una técnica más fiable."

Observando que la discusión estaba afligiendo a su viejo maestro, el señor de la guerra se levantó y dijo, "Por favor, Maestro, permítame ayudar a este joven." Cuando el maestro asintió con la cabeza, el señor de la guerra llamó a seis de sus arqueros.

Entonces el señor de la guerra llenó su taza de té hasta el borde y se la dio cuidadosamente al novicio. "Toma esta taza de té - ordenó - y sin derramar una sola gota, llévala al rededor de toda la periferia de este patio."

Cuando el novicio cogió la copa, el señor de la guerra ordenó a sus arqueros: "¡Seguidle! Si derrama una sola gota, ¡disparadle!" Los arqueros tensaron sus arcos y comenzaron a caminar detrás del novicio que, durante los veinte minutos siguientes, aprendió a concentrarse.

Queridos amigos, no hay substituto para la determinación. La Iluminación es un asunto serio. Nunca se puede alcanzar con una actitud despreocupada o negligente. Deben estar determinados a tener éxito y deben ser firmes en su determinación.

Aunque parezca mentira, tener éxito en meditación tiene los mismos requerimientos que el ser sospechoso de un crimen; una persona tiene que tener un motivo, unos medios y una oportunidad. No es suficiente con cumplir una o dos de estas condiciones para ser considerado un criminal sospechoso. Deben cumplir las tres: motivo, medios y oportunidad.

Para ayudarles a comprender esto les contaré varias historias. La primera la he presenciado personalmente.

En el año mil novecientos surgió la famosa Rebelión Boxer contra los extranjeros, ocho potencias extranjeras, provocadas por el ataque de sus consulados, enviaron fuerzas expedicionarias a Pekín. El Emperador Manchú Guang Sui y la Emperatriz Viuda Zi Xi habían apoyado a los Boxers en sus ataques contra los extranjeros, y por eso temieron naturalmente por sus vidas. Disfrazados, huyeron de Pekín buscando la seguridad de la Provincia Shanxi. Yo era miembro de su séquito.

Nadie estaba preparado para el viaje. Habíamos partido tan repentinamente y bajo tales condiciones de emergencia, que no hubo tiempo de aprovisionarse para el viaje. No teníamos nada de comida. Tampoco caballos o dinero. Como se pueden imaginar, esta situación fue particularmente difícil para la familia imperial. No fue solamente que nunca hubieran experimentado hambre, sino que todos sus caprichos de apetito se habían satisfecho siempre por los manjares más delicados. Y por supuesto, nunca habían caminado a ninguna parte. Sillas de manos y carruajes siempre habían mantenido sus pies a una buena distancia del suelo. Y ahí estaban... ¡intentando pasar por ciudadanos normales!

El primer día caminamos mucho y teníamos un hambre terrible, pero los establos y las cocinas imperiales eran solo un recuerdo continuo.

Finalmente, exhaustos y hambrientos, suplicamos por comida; y un campesino nos complació dándonos parras de boniatos y sobras de comida que normalmente se reservaban para los cerdos.

Pues bien, el Emperador, que estaba completamente débil y destrozado, en realidad nunca antes había tomado comida de cerdo; pero a causa de su mucha hambre pensó en verdad que las parras y las sobras estaban deliciosas. "¿Qué es esta excelente comida?" preguntó; y desde luego se quedó sorprendido al conocer su identidad. "Más, más", dijo y se comió con gusto todo lo que pudo.

No podíamos demorarnos en tomar tan placentera comida ya que, desafortunadamente, estábamos escapando de ocho ejércitos diferentes. Como decían, teníamos que "comer y correr". Apresuradamente nos pusimos en marcha. Así estaba el poderoso Emperador de China, que anteriormente era llevado a dondequiera que fuese y que nunca comía nada que no fuesen los platos más delicados del gourmet, corriendo el camino y cenando comida para animales. Me imagino que podrán decir que estaba perdiendo las formas... también mentalmente, pues perdió todos sus aires imperiales y parecía encontrarse bien en la simplicidad y humildad de la situación.

Pero, ¿qué fue lo que motivó al Emperador a caminar tan deprisa y comer con gusto tal comida común? Y, ¿por qué descartó su porte imperial? Se lo diré: ocho ejércitos extranjeros querían matarle y él lo sabía. Estaba corriendo por su vida y de repente desarrolló un sentido bastante agudo para distinguir en que era importante esforzarse y en que no.

Tiempo después, cuando se reestableció la paz, se marcharon los extranjeros y el Emperador y la Emperatriz Viuda pudieron al fin regresar a Pekín, él volvió a sus viejas maneras. Se convirtió de nuevo en el importante y poderoso señor. Siempre que sentía la más insignificante muestra de hambre, se atiborraba de delicias; y por supuesto, nunca más volvió a caminar a ningún sitio. Cuando estaba huyendo por su vida, se hizo de acero. Pero ahora era de nuevo estúpido y se echó a perder.

Si hubiera aplicado la misma determinación para huir de los enemigos de su espíritu como el que mostró para huir de los enemigos de su persona, ¿habría algo en este mundo que no pudiera llevar a cabo? Bueno, todos sabemos lo que le sucedió a la Dinastía Manchú.

Queridos amigos, los demonios de la pereza, del orgullo y de la glotonería nunca negocian la paz. Siempre están en guerra. Solamente una determinación feroz puede dominarlos. Y dominados, se echan y esperan a que aflojemos nuestra resolución, pueden estar seguros de que reaparecerán a la primera oportunidad.

Determinación e iniciativa. Son indispensables. No se conviertan nunca en esclavos de la conveniencia y del complacer. Aprendan a adaptarse a cualquier situación que se encuentren. Den la bienvenida con más énfasis a los apuros en vez de a la facilidad. Los apuros se presentan con retos... y es superando estos obstáculos como desarrollarán carácter y habilidad. Los retos son nuestros mejores profesores.

No tengan miedo de fracasar. Inténtenlo una y otra vez. Hay un viejo proverbio que merece la pena recordar: El buen juicio viene de la experiencia, y la experiencia viene del mal juicio.

No permitan que los fracasos les derroten, se convertirán en la base sobre la que seguramente descansarán sus éxitos.

Permítanme que les hable de un hombre humilde que adquirió el nombre poco común de, "Maestro Imperial Pantalones de Dragón".

Una vez hace tiempo - en realidad en la segunda mitad del siglo dieciséis - había un hombre pobre y analfabeto que con devoción deseaba alcanzar la iluminación. Se creía miserable e indigno para convertirse en monje budista, pero con todo fue a un monasterio y preguntó si le dejarían trabajar en sus campos.

Todos los días este humilde hombre trabajaba alegremente desde el amanecer hasta el anochecer. Era demasiado vergonzoso para presentarse y pedir directamente la ayuda de alguien. Simplemente esperaba que observando a los monjes descubriría un método por el cual poder alcanzar la iluminación.

Un día vino un monje de visita al monasterio. Este monje había llegado al punto más bajo de su vida espiritual y estaba viajando por varios monasterios intentando hallar un camino para recuperar su fe. Por casualidad se fijó en el hombre que trabajaba tan alegremente en los campos, y le maravilló el entusiasmo del hombre por el trabajo duro. ¿Qué provocaba en el hombre una vida tan feliz? ¿Cuál podría ser su secreto?

Así que el monje se acercó al hombre y con humildad y admiración preguntó: "Señor, ¿sería tan amable de explicarme su método? ¿Qué práctica sigue?"

"No tengo práctica - dijo el hombre - pero ciertamente me gustaría aprender una. Venerable Maestro, ¿sería tan amable de darme alguna pequeña instrucción?"

El monje visitante vio la humildad y sinceridad del hombre y se conmovió bastante. Dijo: "Ha hecho por mí lo que los maestros no han podido." Y estando verdaderamente inspirado, renovó su voto y su determinación por alcanzar la iluminación en aquel mismo momento y lugar. Entonces le dijo al hombre: "Aunque no puedo darle ninguna instrucción que sea tan valiosa como la que usted me ha dado con su ejemplo, estaría encantando de ofrecerle cualquier consejo que pueda. Le sugiero, Buen Señor, que se esfuerce por comprender el Hua Tou, "¡Amitabha! ¿Quién es el que ahora repite el nombre de Buda?"

Todo el día mientras trabajaba, el hombre pensaba en este Hua Tou. Y después, cuando llegó el invierno y no había más trabajo que hacer en el campo, se retiró a una cueva en la montaña y siguió trabajando en su Hua Tou. Hizo una cama de olorosas espinas de pino. Para la comida recogía piñones y sacaba raíces de la tierra. Con arcilla se hacía un puchero, y después de cocerlo al fuego, podía hervir nieve para hacer té y sopa.

Cerca de su cueva había una pequeña aldea y cuando el invierno se estaba terminando, y la gente agotó sus provisiones, comenzaron a acudir a él rogando comida. Les daba lo que podía y les enseñaba donde estaban los mejores pinos y raíces, pero muchos estaban demasiado débiles para buscar comida. Peor aún, en su hambre todos se volvieron tacaños, egoístas y pocos dispuestos a ayudar.

El hombre tuvo una idea. Sabía lo que hacer. Hizo un gran puchero de arcilla y lo llevó al centro de la aldea. Llenó el puchero con nieve y prendió fuego bajo él. Naturalmente todos los aldeanos vinieron a ver lo que estaba haciendo.

"Hoy - anunció - les enseñaré como hacer sopa de piedra." Todos se rieron. No es posible hacer sopa de piedras. Pero el hombre escogió varias piedras de la falda de la montaña y después de lavarlas cuidadosamente las echó al puchero.

Entonces, del bolsillo de su gastado abrigo sacó unos pocos piñones y algunas raíces secas.

Uno de los aldeanos dijo: "Necesitará algo de sal para la sopa."

"¡Ah! - dijo el hombre - No tengo sal."

"Yo sí - dijo el aldeano - correré a casa y la cogeré."

Otro aldeano dijo: "Sabe, por casualidad tengo un repollo en mi bodega. ¿Le gustaría incluirlo en la sopa?"

Y el aldeano corrió a casa para ir a buscar su viejo repollo.

Otro aldeano le ofreció dos zanahorias secas mientras que otro recordó una cebolla que tenía guardada. Puñados de arroz vinieron de muchas casas.

Unos pocos más de vegetales viejos, un pequeño apio silvestre, un poco de pimienta, y entonces, para el deleite de todo el mundo, el delicioso olor de la sopa llenó el aire.

¡La gente trajo sus cuencos y comió con placer! Había sopa para todo el mundo. Todos estuvieron de acuerdo: "¡Qué hombre más inteligente que es capaz de hacer esta delicada sopa de piedras!" Le agradecieron al hombre su receta, cuyos principales ingredientes eran amor y generosidad.

De nuevo el hombre regresó a su cueva y continuó trabajando en su Hua Tou, "¡Amitabha! ¿Quién es, él que ahora repite el nombre de Buda?"

Pero se extendió su fama por ser una especie de "chef de sopa de piedra"; y cuando su madre y hermana oyeron hablar de su poder maravilloso, le fueron a visitar, trayendo y ofreciéndole un rollo de fina seda. Pero cuando entraron en su cueva, estaba en un profundo samadhi, y ni respondía a sus comentarios lisonjeros ni agradecía su regalo. Decepcionadas y enfadadas, su madre y su hermana apoyaron el rollo contra la pared y se marcharon.

Durante trece años vivió en esa cueva y al finalizar este tiempo, su madre murió y su hermana vino sola a llamarlo. Estaba agitada y deprimida, y sentía que su vida no tenía ningún sentido real.

Cuando entró en la cueva se quedó sorprendida al encontrar el rollo de seda apoyado contra el muro exactamente como lo había dejado.

"¿Qué secreto poder tienes que te hace tan independiente de las cosas del mundo?" preguntó su hermana. "No tengo ningún poder secreto - dijo. Me esfuerzo en seguir la vida del Yo Búdico. Me esfuerzo en vivir el Dharma." Eso no le parecía a ella mucha respuesta, así que se puso en pie para irse.

"Llévate este rollo de seda contigo - dijo-. Llévate también algo que es más valioso." Y le dio la preciosa instrucción del Hua Tou. "Todos los días, desde la mañana hasta la noche, repítete a ti misma, ¡Amitabha! ¿Quién es, él que ahora repite el nombre de Buda?"

El Hua Tou capturó su atención inmediatamente. Incluso antes de marchar había comenzado a hacer progresos espirituales con esto. Sus pensamientos, en vez de estar dispersos y agitados, de repente asentaron la cabeza para centrarse en el Hua Tou. En vez de estar deprimida y sin rumbo, se había involucrado activamente en la resolución del problema.

El hombre, al ver lo fascinada y encantada que estaba con este método, se dio cuenta de que era tiempo para volver al mundo e intentar ayudar a la gente.

Volvió al monasterio donde anteriormente había trabajado los campos y recibió la ordenación en el Dharma. Pero rehusó vivir en el monasterio. En vez de ello, siguió viaje a Xia Men, una ciudad en la costa sur de la Provincia FuJian, donde construyó una cabaña al borde del camino. Todos los días cogía raíces y vegetales silvestres, y hacía té que ofrecía gratuitamente a los peregrinos y otros viajeros.

Siempre que alguien le pedía consejo sobre cuestiones espirituales, repetía el consejo que le había dado el monje visitante: ¡recomendaba el Hua Tou!

Entonces, durante el reinado del Emperador Wan Li, la Emperatriz Madre murió, y el Emperador, destrozado por el dolor, planeó una suntuosa ceremonia funeral, una que fuera digna de su recuerdo. Pero, ¿qué sacerdote era digno de conducir el servicio? ¡Era un problema! Hay un viejo proverbio que dice: "La familiaridad es la causa del menosprecio", y el Emperador evidentemente conocía muy bien a los sacerdotes budistas de la capital. No creyó que ninguno de ellos fuera lo suficientemente santo para conducir el sagrado servicio.

Día tras día se enfrentaba con el problema de encontrar un sacerdote adecuado, y entonces una noche su madre le habló en sueños. "En la prefactura de Chang Zou en la Provincia Fujian - dijo - hay un monje que es adecuado para conducir mi servicio funeral." No le dio más información.

Inmediatamente, el Emperador envió oficiales del gobierno a la Provincia FuJian para buscar a los monjes más santos. Y los oficiales, no teniendo mejor juicio de santidad que la que tenían entonces, simplemente cogieron a los monjes más eminentes que pudieron encontrar. Naturalmente, estos monjes estaban encantados de haber sido elegidos para el honor y, naturalmente, los oficiales estaban encantados de haber cumplido su cometido; y de este modo un grupo de oficiales y monjes muy felices regresaban a la capital. Por el camino se pararon en la cabaña del monje para tomar té. "Venerables Maestros - dijo el monje. Por favor, cuéntenme la razón por la que están tan felices."

Uno de los eminentes sacerdotes no pudo resistir el fanfarronear: "Estamos de camino hacia la capital para conducir los servicios funerales de la Emperatriz Madre."

Esta no le parecía al monje una ocasión para la diversión. Respetaba al Emperador y a la Emperatriz Madre que eran ambos budistas devotos. "Me gustaría ayudadles - dijo - ¿Podría acompañarles a la capital?"

Todos los oficiales y sacerdotes se rieron de él por ser tan tosco. Entonces se burlaron del sacerdote preguntándole incrédulamente, "¿En realidad espera ayudarnos a conducir los servicios?"

"¡Oh, no! - dijo el monje - sencillamente me gustaría llevar su equipaje." "Eso está mejor - dijo el sacerdote. Muy bien, puedes venir en calidad de porteador."

Mientras tanto, el Emperador había ideado una prueba para determinar qué sacerdote de los muchos que había convocado era digno de conducir la ceremonia. Tenía el Sutra del Diamante esculpido en una piedra, y cuando escuchó que los oficiales y sacerdotes se acercaban a palacio, situó esa piedra en el umbral de la Puerta de Palacio.

Tristemente el Emperador vio como, uno por uno, los oficiales y los sacerdotes cruzaban la piedra, charlando unos con otros sobre diferentes cosas que harían para hacer la ceremonia más impresionante.

El monje porteador fue el último monje en acercarse a la piedra. Cuando la vio, a pesar de que no la sabía leer, notó que era, ¡una Escritura Santa! y le preguntó a uno de los sacerdotes, "¿Qué dicen estos caracteres?"

Los sacerdotes dieron la vuelta, miraron hacia abajo y leyeron, "¡Qué! ¡Es el Sutra del Diamante!" dijeron sorprendidos; pero siguieron caminando y hablando unos con otros. El monje, sin embargo, no cruzó el umbral. En vez de ello, se arrodilló ante la piedra, y se quedó fuera de la puerta del palacio.

El Emperador vio todo esto y entonces mandó entrar al monje.

"¡Señor! - dijo el monje - siento desobedecerle, pero no puedo deshonrar estas sagradas palabras caminando sobre ellas."

"Si estuvieras leyendo el sutra, podrías sostenerlo en tus manos sin deshonrarlo, ¿no?" preguntó el Emperador.

"Si pudiera leerlo, Señor, entonces no deshonraría las palabras sosteniéndolas en mi mano."

El Emperador sonrió. "Entonces cruza el umbral caminando sobre tus manos."

Así que el monje dio un salto mortal y entró al Palacio poniendo solo las manos sobre el suelo.

Entonces el Emperador decretó que este humilde monje conduciría la ceremonia funeral. Pero cuando el Emperador preguntó al monje cómo tenía intención de proceder, el monje simplemente respondió, "Conduciré la ceremonia mañana por la mañana. Me hará falta un pequeño altar, un estandarte procesional, algo de incienso, candelabros y fruta para ofrecer."

Esta no era la gran ceremonia que el Emperador tenía en mente. Así que, inspirado por los refunfuños de los eminentes sacerdotes, comenzó a dudar sobre su decisión de permitir al monje conducir los servicios.

Inmediatamente ideó otra prueba. Ordenó a dos de sus más bellas y experimentadas concubinas que fueran a los aposentos del monje y le ayudaran en su ablución para la ceremonia.

Y esa noche, por orden Imperial, esas dos mujeres fueron hasta el monje y procedieron a lavarlo y a masajearlo; pero aunque usaron los ungüentos y perfumes más sensuales, e hicieron todo lo que sabían hacer para estimularlo sexualmente, permaneció impasible ante sus esfuerzos. Cuando terminaron, les dio políticamente las gracias por su amable asistencia y les deseó buenas noches. Las mujeres le contaron esto al Emperador que se tranquilizó enormemente. Ordenó que la ceremonia se celebrara de acuerdo al diseño del monje.

Durante la ceremonia, el monje fue al ataúd de la Emperatriz Madre y dijo, "Míreme, querida Dama, como su propio Rostro Original. Sabed que en realidad no hay dos de nosotros sino solo uno. Piense que no hay nada que conducir y nada que seguir, por favor, acepte mis instrucciones y de un paso para entrar en el Paraíso."

El Emperador oyó esto por casualidad y se consternó de nuevo por la simplicidad del discurso. "¿Es esto suficiente para liberar a Su Majestad, la Emperatriz Madre?" preguntó. Pero antes de que el monje pudiera responder, la voz de la Emperatriz Madre, sonando un poco molesta, resonó por todo el Palacio. "¡Ahora estoy liberada, hijo mío! ¡Inclina tu cabeza y dale las gracias a este santo maestro!"

El Emperador se quedó pasmado, pero tan feliz de escuchar la voz de su madre que sonrió con alegría. Inmediatamente ordenó que se celebrara un banquete en honor del monje.

En ese banquete ocurrió algo extraño. El Emperador se presentó ataviado suntuosamente y cuando el monje vio los pantalones del Emperador, que estaban ricamente bordados con dorados dragones del cielo, se quedó prendado por su belleza. El Emperador le vio mirar fijamente sus pantalones y dijo, "¡Virtuoso! ¿Le gustan estos pantalones?"

"Sí, Señor - respondió el monje. Creo que son muy luminosos y muy bellos. Brillan como lámparas."

"Lo mejor para que la gente te siga" dijo el Emperador; ¡y en el acto se quitó los pantalones y se los dio al monje! Después de eso, el monje fue conocido como "Maestro Imperial Pantalones de Dragón".

Les cuento esta bella historia porque quiero que siempre recuerden estos Pantalones de Dragón y al monje perseverante que los recibió.

Queridos amigos, imagínense que ustedes también visten estos luminosos pantalones y son una lámpara hacia los pies de otros, una luz reluciente que pueden seguir. Recuerden también cómo ese monje se fijó rápidamente en los pantalones del Emperador, otros se fijarán en el suyo. No se rindan a la tentación o a la distracción. Mantengan siempre su Hua Tou en mente. Nunca se separen de él. Se convertirá en la fuente de su iniciativa.

Y así es como deberían siempre ayudar a los demás, no se permitan nunca convertirse en desamparados.

Recuerden: motivo, medios y oportunidad. ¡Conserven su motivación! ¡Busquen los medios de la Iluminación!

¡Encuentren la oportunidad de practicar! Entonces, cuando alguien pregunta, "¿Quién es culpable del éxito en Chan?" pueden decir, "Yo soy."

 
Última modificación: December 03, 2004
Orden Hsu Yun del Budismo Zen
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