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Master Hsu Yun
Las Enseñanzas Zen del Maestro Xu Yun
Traducido por Shi Chuan Fa y la
< Rev. Yin Zhi Shakya

Capítulo 2 - Entrenamiento Chan

Mucha gente comienza el entrenamiento Chan con el pensamiento, "Bien, ya que todo es Maya o ilusión samsárica, no importa lo qué haga o cómo lo haga. La única cosa importante es alcanzar el Nirvana. Así que como las cosas no son ni buenas ni malas, haré lo que quiera." Importa lo que hacemos. El Chan es una rama de la religión budista y como budistas debemos observar unos preceptos éticos. Samsara o no Samsara, debemos respetar los Preceptos. Y en adición a esto, también debemos seguir unas normas estrictas de disciplina que gobiernan nuestro entrenamiento. Vamos a comenzar con las normas de entrenamiento:

A pesar de que hay muchos métodos que pueden seguirse, antes de comenzar cualquiera de ellos, un practicante debe cumplir estos cuatro requerimientos básicos:

El o ella debe:

1. Comprender la Ley de la Causalidad.
2. Aceptar las normas de disciplina.
3. Mantener una fe inquebrantable en la existencia del Yo Búdico.
4. Estar determinado a tener éxito en cualquier método que escoja.

Explicaré cada uno de estos cuatro prerrequisitos:

Primero, la Ley de la Causalidad explica simplemente que el mal produce mal y el bien produce bien. Un árbol venenoso da un fruto venenoso, mientras que un árbol sano da uno bueno.

Conceptualmente esto parece simple; pero en realidad es bastante complejo.

Los malos actos son una horrible inversión. Garantizan una ganancia en dolor, amargura, ansiedad y remordimiento. No hay ganancia para las acciones que nacen de la codicia, la lujuria, la cólera, el orgullo, la pereza o la envidia. Todas estas motivaciones sirven simplemente a las ambiciones del ego. Los actos o acciones malas nunca pueden desarrollar la realización espiritual. Solo garantizan penuria espiritual.

Por otra parte están los actos buenos, siempre que no sean realizados condicionalmente - como una inversión que dará una futura recompensa - traerán al que los haga paz y realización espiritual.

Un buen acto libre de ego es muy diferente de un buen acto artificial. En apariencia, el efecto puede parecer el mismo; es prestada la ayuda o atención necesarias. Pero la persona que ayuda a otra con la esperanza secreta de recibir algún beneficio futuro, por regla general hace el mal, no el bien. Permítanme que ilustre este punto:

Hubo una vez en China un príncipe al que le gustaban mucho los pájaros. Siempre que encontraba un pájaro herido, lo alimentaba y lo cuidaba hasta que recobraba la salud; y entonces, cuando el pájaro había recobrado su fuerza, lo dejaba en libertad con mucho regocijo.

Naturalmente, el príncipe se hizo bastante famoso debido a su capacidad de sanador amoroso de los pájaros heridos. Siempre que alguien se encontraba un pájaro herido, en cualquier lugar del reino, rápidamente se le llevaba, y él expresaba su gratitud a la persona considerada que se había ocupado de eso.

Pero entonces, para tratar de conseguir el favor del príncipe, la gente comenzó a atrapar pájaros y a lesionarlos deliberadamente para así poderlos llevar al palacio.

Fueron asesinados tantos pájaros en el curso de la captura y su posterior mutilación, que el reino se convirtió en un infierno para los pájaros.

Cuando el príncipe vio el daño que estaba causando su bondad, decretó que nunca más se ayudara a ningún pájaro herido.

Cuando la gente vio que ya no obtenía beneficio por ayudar a los pájaros, dejaron de dañarlos.

A veces sucede que nuestras experiencias son como las de este príncipe. A veces, cuando pensamos que estamos haciendo lo más adecuado, nos damos cuenta para nuestro disgusto que en realidad estamos causando el mayor perjuicio.

¡Realicen un buen acto en silencio y en el anonimato! Olviden el regocijo. Un buen acto debería tener una vida muy corta, y una vez muerto, debería ser rápidamente enterrado. No intenten resucitarlo. Demasiado a menudo intentamos convertir un buen acto en un fantasma que ronda a la gente, que recuerda constantemente nuestro maravilloso servicio - solo en caso de que comenzaran a olvidarlo.

¿Pero qué sucede cuando somos receptores de la bondad de otra persona? Bueno, entonces debemos permitir que el buen acto alcance la inmortalidad. Dejar vivir el buen acto de otra persona es mucho más difícil que permitir que nuestro buen acto muera. Permítanme también que ilustre esto.

Hubo una vez un tendero, un hombre bondadoso y decente que apreciaba a todos sus clientes. Cuidaba y quería que todos estuviesen sanos y bien alimentados. Mantenía sus precios tan bajos que no ganaba mucho dinero, ni tan siquiera para contratar a alguien que lo ayudara en su pequeña tienda. Trabajaba muy duro en su honesta pobreza, pero era feliz.

Un día vino una clienta y le contó una historia. Su marido se había lesionado y no podría trabajar en varios meses. No tenía dinero para comprar comida ni para él ni para sus niños. "Sin comida - lloró - todos morirán."

El tendero se compadeció de ella y acordó extenderle un crédito. "Cada semana te proporcionaré arroz para siete días y vegetales para cuatro, y esto con seguridad será suficiente para mantener la salud de tu familia; después, cuando tu marido vuelva a trabajar, podrás mantener el mismo menú mientras liquidas tu deuda. Y antes de que te des cuenta, ya estarás comiendo vegetales siete días a la semana."

La mujer se lo agradeció mucho. Cada semana recibía arroz para siete días y vegetales para cuatro.

Pero cuando su marido volvió a trabajar tuvo que decidir entre liquidar su vieja deuda, mientras continuaba comiendo vegetales cuatro días a la semana, o comprar a otro tendero y comer vegetales siete días a la semana. Escogió lo último y justificó su falta de pago diciendo a la gente que su anterior tendero le había vendido vegetales podridos. ¿Con cuánta frecuencia, cuando queremos algo con muchas ganas, prometemos que si se cumplen nuestros deseos dedicaremos nuestras vidas a demostrar nuestra gratitud? Pero entonces, una vez recibido lo que tan ardientemente buscábamos, nuestra promesa se debilita y muere casi automáticamente. La enterramos rápidamente, sin ceremonia. Este no es el camino Chan.

Y así, como un granjero que siembra fríjoles de soja no espera cosechar melones, no debemos esperar, cuando cometemos acciones egoístas, inmorales o perjudiciales, cosechar pureza espiritual. Ni podemos esperar escondernos de nuestras fechorías mudándonos del lugar en que las hemos cometido, o asumir que el tiempo borre su recuerdo. Nunca podemos suponer que si ignoramos nuestras fechorías durante el tiempo suficiente, la gente a quien hemos perjudicado morirá oportunamente, llevándose a la tumba nuestra necesidad de expiar el daño que hemos causado. Son nuestros buenos actos los que debemos enterrar... no nuestras víctimas o promesas rotas.

No podemos pensar que debido a la falta de testigos no tendremos que responder de nuestras fechorías. Muchas viejas historias budistas ilustran este principio. Déjenme que les cuente algunas de mis favoritas:

Durante la generación que precedió a la vida del Buda Shakyamuni en la tierra, muchos de los miembros de su clan, Shakya, fueron brutalmente masacrados por el malvado Rey Virudhaka, también llamado "Rey Cristal".

¿Qué hizo que sucediera esta terrible acción?

Bueno, también sucedió que cerca de Kapila, la ciudad de los Shakya donde nació el Buda, había un gran estanque, y en la orilla de este estanque una pequeña aldea. Nadie recuerda su nombre.

Un año hubo una gran sequía. Los cultivos se secaron y a los aldeanos no se les ocurrió nada mejor que matar y comer los peces que había en el estanque. Los atraparon a todos menos a uno. Este último pez fue atrapado por un niño que jugaba con la pobre criatura tirándola sobre su cabeza. Esto es lo que estaba haciendo cuando los aldeanos se lo quitaron y lo mataron.

Entonces volvieron las lluvias y la normalidad a todo el reino. La gente se casaba y tenía hijos. Uno de estos niños fue Siddharta, el Buda, que nació en la ciudad de Kapila, cerca de la aldea y del estanque.

Siddharta creció y predicó el Dharma, teniendo muchos seguidores. Entre los seguidores estaba el rey de Shravasti, el Rey Prasenajit. Este rey se casó con una chica del clan de los Shakya y tuvieron un hijo: el príncipe Vurudhaka - el anteriormente nombrado "Rey Cristal". La pareja real decidió criar al príncipe en Kapila, la ciudad del Buda.

Al principio todo iba bien. Virudhaka era un niño sano y poco tiempo después se hizo un chico guapo y fuerte. Pero antes de estar listo para entrar en la escuela ocurrió un hecho trascendental.

Ocurrió que un día, durante una ausencia del Buda de Kapila, el joven príncipe subió a la Honorable Silla del Buda y empezó a jugar allí. El no pretendía estropearla - solo era un juego de niños. Pero ¡Oh! - cuando los miembros del clan del Buda vieron al príncipe jugando en este lugar sagrado se enfadaron mucho, le reprendieron, y le hicieron bajar de la silla, humillándole y maltratándole.

¿Cómo puede un niño comprender la imbecilidad de los fanáticos? Los adultos no se lo pueden explicar.

Verdaderamente es bastante misterioso. Su cruel trato solo sirvió para envenenar al príncipe y hacer que odiara a todos los miembros del clan del Buda. Fue su trato cruel el que lo inició en su carrera de crueldad y venganza. Finalmente, se dice que el príncipe mató a su propio padre para poder ascender al trono de Shravasti. Entonces, como Rey Virudhaka, el Rey Cristal, finalmente pudo tomar venganza contra el clan Shakya. Conduciendo a sus propios soldados, comenzó a atacar la ciudad de Kapila.

Cuando los miembros del clan del Buda fueron a contarle la inminente masacre, le encontraron con un terrible dolor de cabeza. Le suplicaron que interviniera y rescatara a la gente de Kapila del brutal ataque del Rey Cristal, pero el Buda, gimiendo de dolor, se negó a ayudar, diciendo, "Un karma establecido no puede ser cambiado".

Entonces los miembros del clan fueron a Maudgalayayana, uno de los más poderosos discípulos del Buda, y le suplicaron su ayuda. Les escuchó y se compadeció, y movido por la compasión decidió ayudar a los sitiados ciudadanos de Kapila. Utilizando sus habilidades sobrenaturales, Maudgalyayana alargó su cuenco maravilloso a los amenazados Shakya y permitió a quinientos de ellos que subieran al mismo. Entonces levantó el cuenco en el aire, pensando que los alzaba a la seguridad. Pero cuando lo bajó, los quinientos hombres se habían convertido en un charco de sangre.

El terrible signo alarmó tanto a todos que el Buda decidió revelar la historia de sus antepasados, aquellos aldeanos que habían matado a todos los peces durante la sequía.

"Este ejército de soldados intrusos que ahora está atacando Kapila eran aquellos peces - explicó-. La gente de Kapila que ahora está siendo masacrada fue la gente que asesinó a aquellos peces. El mismo Rey Cristal, fue ese último gran pez. Y ¿quién pensáis -preguntó el Buda manteniendo un paño frío contra su frente- que era ese chico que tiraba el pez sobre su cabeza?"

Así que, por matar a los peces, la gente padeció la muerte. Y por herir esa cabeza de pez, el Buda estaba importunado con un tremendo dolor de cabeza.

Y ¿qué paso con Virudhaka, el Rey Cristal? Naturalmente, renació en el infierno.

Con este ejemplo podemos ver que no hay final a la causa y al efecto. Una causa produce un efecto que se convierte en sí mismo en la causa de otro efecto. Acción y reacción. Tributo y retribución. Esta es la Ley de la Causalidad. Más tarde o más temprano nuestros malos actos nos alcanzarán. La única forma de prevenir el efecto es prevenir la causa.

Debemos aprender a perdonar, a dejar pasar el daño y el insulto, a no buscar nunca venganza y ni siquiera albergar ningún rencor. Nunca nos debemos volver fanáticos santurrones y estar orgullosos de nuestras vanas nociones de piedad y deber, y sobre todo, debemos ser siempre benévolos, especialmente con los niños.

Déjenme que les cuente otra historia de causa y efecto. Esta concierne al Maestro Chan Bai Zhang quien en efecto pudo liberar un salvaje espíritu-zorro. ¡Muy pocas personas son capaces de hacer esto!

Parece ser que una noche, después de que una reunión Chan hubiera terminado y todos sus discípulos se hubieran retirado, el Maestro Bai Zhang se dio cuenta de que un anciano permanecía fuera de la Sala de Meditación. Bai Zhang se acercó al hombre y le preguntó, "Dígame, señor, ¿a quién o qué está buscando?"

El anciano respondió, "No, no 'señor'. No soy en absoluto un ser humano. Soy un zorro salvaje que simplemente habita el cuerpo de un hombre."

Bai Zhang naturalmente se quedó sorprendido y curioso. "¿Cómo adquiriste esta condición?", preguntó.

El anciano hombre-zorro explicó, "Hace quinientos años, era el monje prior de este monasterio. Un día, un joven monje se acercó y me preguntó, '¿Cuando un hombre consigue la iluminación sigue sujeto a Ley de la Causalidad?' y atrevidamente le contesté, 'No, está exento de la Ley.' Mi castigo por esta falsa y arrogante respuesta fue que mi espíritu se cambió por el espíritu de un zorro salvaje, y por eso corrí a las montañas. Como hombre-zorro no puedo morir, y mientras persista mi ignorancia debo continuar viviendo en esta desdichada condición. Durante quinientos años he estado paseando por el bosque en busca del conocimiento liberador. Maestro, le suplico que se apiade de mí y me ilumine a la verdad."

El Maestro Bai Zhang le habló amablemente al hombre-zorro. "Hazme la pregunta que el joven monje te hizo, y obtendrás la respuesta correcta."

El hombre-zorro obedeció. "Maestro, deseo preguntarle esto: ¿Cuándo un hombre alcanza la iluminación está sujeto a la Ley de la Causalidad?"

Bai Zhang respondió, "Sí. Nunca está exento de la Ley. Nunca podrá cerrar sus ojos a las posibilidades de la causa y el efecto. Debe seguir atento a todas sus acciones pasadas y futuras."

De repente el anciano hombre-zorro obtuvo la iluminación y quedó libre. Se postró ante el maestro y le agradeció profusamente, "¡Al fin - dijo- estoy liberado!" Entonces, cuando se estaba marchando, se volvió y le preguntó a Bai Zhang, "Maestro, ya que soy un monje, ¿podría concederme amablemente los ritos funerarios usuales para un monje? Vivo cerca, en una guarida en la montaña que hay detrás del monasterio, ahora iré allí para morir."

Bai Zhang aceptó, y al día siguiente fue a la montaña y encontró la guarida. Pero en vez de encontrar allí un viejo monje, Bai Zhang solo vio un bulto en el barroso suelo de la guarida. Tanteó el bulto con su bastón y descubrió ¡un zorro muerto!

Bueno, ¡una promesa es una promesa! El Maestro Bai Zhang condujo los ritos funerarios acostumbrados para un monje sobre el cuerpo del zorro. Todo el mundo pensó que Bai Zhang estaba loco, especialmente cuando condujo una solemne procesión funeral... con un ¡zorro muerto en el féretro!

De ese modo pueden ver, queridos amigos, que incluso haber alcanzado la Budeidad no libra a uno de la Ley de la Causalidad. Si incluso el Buda pudo sufrir un dolor de cabeza por haber sido cruel con un pez, qué gran necesidad tenemos de seguir atentos al principio de que un acto nocivo, más tarde o más temprano, nos traerá una retribución nociva. ¡Sean cuidadosos en lo que dicen y hacen! ¡No se arriesguen a convertirse en el espíritu de un zorro!

Para el segundo requerimiento, la estricta observación de las normas de conducta, les diré sinceramente que no puede haber progreso espiritual sin moralidad y el cumplimiento del deber religioso.

La disciplina es el fundamento sobre el que descansa la iluminación. La disciplina regula nuestro comportamiento y lo hace estable. La constancia se hace firmeza y esta es la que produce la sabiduría.

El sutra Surangana nos enseña claramente que un simple éxito en meditación no borrará nuestras impurezas. Incluso si podemos demostrar una gran habilidad en meditación, permanecer sin adherirnos a la disciplina nos hará caer fácilmente en los dominios de Mara de demonios y herejes.

Un hombre o una mujer que es diligente en la observación de la disciplina moral y el deber religioso, es protegido y alentado por dragones celestes y ángeles, así que como evitado y temido por demonios del infierno y herejes de todas partes.

Sucedió una vez que en el estado de Kashmir, un horrible dragón terrestre vivía en una cueva cercana a un monasterio de quinientos arhats theravadinos. Este dragón aterrorizaba a la región y hacía miserable la vida de mucha gente. Todos los días los arhats se reunían, y juntos intentaban utilizar el poder de su meditación colectiva para ahuyentar al dragón. Pero siempre fracasaban. El dragón simplemente no se marchaba.

Entonces, un día sucedió que un monje Chan mahayano se detuvo en el monasterio. Los arhats le informaron al monje sobre el terrible dragón y le pidieron que se uniera a la meditación, para añadir el poder de su meditación a la de ellos. "¡Debemos forzar a esta bestia para que se vaya!" se quejaron. El monje Chan simplemente les sonrió y fue directamente a la cueva del horrible dragón.

Quedándose en la entrada de la cueva, el monje llamó al dragón, "Sabio y virtuoso señor, ¿sería tan amable de abandonar su guarida y buscar refugio en un lugar más lejano?"

"Bueno - dijo el dragón - ya que me lo ha pedido tan cortésmente, accederé a su petición y me marcharé en el acto." El dragón, como pueden ver, tenía un fino sentido de la etiqueta. ¡Y de este modo se fue!

Desde su monasterio, los arhats observaban todo esto con absoluto asombro. ¡Sin lugar a dudas este monje poseía milagrosos poderes de samadhi!

Tan pronto como el monje regresó, los arhats se reunieron a su alrededor y le suplicaron que les hablara de esos maravillosos poderes.

"No he utilizado ninguna meditación o samadhi especial - dijo el monje - Simplemente mantuve las normas de disciplina y estas normas estipulan que debo observar los requerimientos menores de cortesía tan cuidadosamente como los requerimientos mayores de moralidad."

De este modo podemos ver que el poder de la meditación-samadhi colectiva de quinientos arhats a veces no iguala a la de un simple monje que se adhiere a las reglas de disciplina.

Si preguntan, "¿Por qué sería necesario mantener una estricta atención a la disciplina si la mente ha alcanzado un estado que no es crítico? ¿Por qué debería un hombre honesto y honrado continuar la práctica del Chan?"

Yo le respondería a tal hombre, "¿Está su mente tan segura de que si la hermosa diosa de la Luna bajara hasta usted, y le abrazara con su cuerpo desnudo, seguiría su corazón palpitando tranquilamente?"

Y ustedes... ¿Si alguien sin tener motivo les insultara y les golpeara, no sentirían cólera y resentimiento? ¿Tienen la certeza de que siempre resistirían a compararse con otros, o que siempre se abstendrían de ser críticos? ¿Pueden estar seguros de que siempre distinguirían lo correcto de lo erróneo?

Ahora, si tienen la certeza absoluta de que nunca se rendirían a la tentación, de que nunca se equivocarían en nada, entonces, ¡Abran su boca y hablen alto y claro! De otra manera, no digan mentiras.

En cuanto al tercer requerimiento de tener una firme creencia en nuestro Yo Búdico, por favor sepan que la fe es la madre, la fuente nutritiva de nuestra determinación a someterse, a entrenar y a desarrollar nuestros deberes religiosos.

Si buscamos la liberación de los dolores de este mundo, debemos tener una fe firme en la promesa del Buda de que cada ser viviente sobre la tierra posee la sabiduría Tathagata y, por lo tanto, tiene el potencial de alcanzar la Budeidad. ¿Qué nos impide realizar esta sabiduría y alcanzar esta Budeidad? La respuesta es simplemente que no tenemos fe en su promesa. Preferimos seguir en la ignorancia en vez de en la verdad, aceptar lo falso como genuino, y dedicar nuestras vidas a satisfacer nuestros tontos deseos.

La ignorancia de la verdad es una enfermedad. Ahora, como el Buda enseñó, el Dharma es como un hospital que tiene muchas puertas. Podemos abrir una de ellas y entrar en un lugar de curación. Pero debemos tener fe en nuestros médicos y en la eficacia del tratamiento.

Siempre que quiso ilustrar los problemas sobre la duda y falta de fe, el Buda relataba la parábola del médico. Preguntaba, "Suponte que te han herido con una flecha envenenada y un amigo trae un médico para ayudarte. ¿Le dirías a tu amigo, '¡No! ¡No! ¡No! ¡No voy a dejar que este compañero me toque hasta que encuentre al que me disparó! Quiero conocer el nombre, la dirección y demás datos del delincuente. Esto es importante, ¿no? Y quiero saber más sobre esta flecha. ¿Es la pica de piedra o de hierro, de hueso o de asta? ¿Y qué hay del palo de madera? ¿Es de roble, de olmo o de pino? ¿Qué clase de fibra ha utilizado para unir la pica y el palo? ¿Es la fibra de un buey, de un mono, o de un ciervo? ¿Y qué clase de plumas hay en la fibra? ¿Son de una garza o de un halcón? ¿Y qué hay del veneno que ha sido utilizado? Quiero saber de qué clase es. Y por cierto, ¿quién es este compañero? ¿Estás seguro de que es un doctor cualificado? Después de todo, no quiero que me trate un medicucho. Creo que tengo derecho a saber estas cosas, ¿tú no? Así que por favor, responde a mis preguntas o no dejaré que el hombre me toque.' Bueno -dijo el Buda- antes de que para tu satisfacción sean contestadas las preguntas, estarías muerto."

Así que, queridos amigos, cuando se encuentren sufriendo los males del mundo, confíen en El Gran Médico. Ha curado a millones. ¿Qué creyente ha fallecido nunca a su cuidado? ¿Qué creyente no ha recuperado la vida eterna y la felicidad siguiendo su régimen? Ninguno. Todos se han beneficiado. Y así lo harán ustedes si tienen fe en sus métodos.

La fe es un tipo de destreza que pueden desarrollar. Si, por ejemplo, desean hacer tofú, comienzan hirviendo y moliendo los fríjoles de soja y después le añaden una solución de polvo de yeso o zumo de limón a los fríjoles hervidos. Saben que pueden quedarse ahí, si lo desean, y ver formarse el tofú. Tienen fe en su método porque siempre funciona.

De esta manera obtienen un sentimiento de seguridad. Por supuesto, la primera vez que han hecho tofú, asumiendo que no estaban familiarizados con su producción, podían haber tenido falta de fe en el método. Podrían haber dudado que el yeso o el agua del limón hiciera que los fríjoles hervidos se transformaran en tofú. Pero una vez que han tenido éxito y ven con sus propios ojos que la receta era correcta, y que el procedimiento funciona, aceptan sin reversa el método prescrito. Se estableció su fe en el método.

Por lo tanto, todos debemos tener fe en que poseemos la Naturaleza búdica y que podemos encontrar esta Naturaleza búdica si seguimos diligentemente un camino adecuado del Dharma.

Si dudásemos, recuerden las palabras del Maestro Yong Jia recogidas en su Canción de la Iluminación:

"En el Mundo Real del Tathagata no existen egos, ni reglas, ni infiernos. No se puede encontrar allí ningún mal samsárico. Si miento, podéis sacarme la lengua fuera, y llenar mi boca de arena, y dejarla así por toda la eternidad." Nadie sacó la lengua del Maestro Yong Jia.

En cuanto al cuarto prerrequisito, estar anclados en nuestra determinación por tener éxito en cualquier camino que escojamos, déjenme por favor que les advierta de lo estúpido de ir saltando de un camino a otro. Piensen en el Dharma como en una montaña que hay que escalar. Hay muchos caminos que conducen a la cumbre. ¡Escojan uno y sigan en él! ¡Les conducirá allí! Pero nunca llegarán a la cima si corren alrededor de la montaña probando un camino y luego rechazándolo en favor de otro que parece más fácil. Rodearán la montaña muchas veces, pero nunca la subirán. Permanezcan en el método que han escogido. Tengan una fe absoluta en él.

En Chan siempre contamos historias sobre diablos comprados. Una en particular es muy adecuada aquí: Un día un hombre estaba paseando por el mercado cuando se acercó a un puesto que decía, "Se vende: Demonios de Primera Clase." Por supuesto, el hombre estaba intrigado. ¿Lo estarían ustedes? Yo sí. "Déjeme ver uno de esos demonios -le dijo al comerciante-".

El demonio era una pequeña y extraña criatura... bastante parecida a un mono. "Es bastante inteligente -dijo el comerciante-. Y todo lo que tiene que hacer es decirle cada mañana lo que quiere que haga ese día, y lo hará." "¿Cualquier cosa?" preguntó el hombre. "Sí -dijo el comerciante-, cualquier cosa. Todos sus quehaceres domésticos estarán terminados cuando llegue a casa después del trabajo." El hombre se encontraba soltero así que el demonio le pareció una muy buena inversión. "Me lo quedo" dijo. Y pagó al comerciante.

"Una pequeña cosa -dijo el comerciante (siempre hay una pequeña cosa, ¿no?)- debe ser fiel en decirle lo que debe hacer cada día. ¡Nunca se olvide! Dele las instrucciones cada mañana y todo irá bien. ¡Recuerde mantener esta rutina!" El hombre aceptó y llevó su diablo a casa. Cada mañana le decía que fregara los platos, que hiciera la colada, que limpiara la casa y que preparara la cena; y cuando volvía a casa, todo estaba hecho de la manera más maravillosa. Pero entonces llegó el cumpleaños del hombre y sus compañeros de trabajo decidieron darle una fiesta. Bebió mucho y se quedo a pasar la noche en la ciudad, en casa de un amigo, y a la mañana siguiente fue directamente al trabajo. No volvió a casa para decirle a su diablo lo que tenía que hacer. Y cuando regresó aquella noche descubrió que el diablo había quemado la casa y estaba bailando sobre las ruinas humeantes.

¿Y no es esto lo que sucede siempre? Cuando comenzamos un entrenamiento juramos con nuestra sangre que nos mantendremos fieles a él. Pero después de dejarlo y descuidarlo por primera vez, le conducimos al fracaso. Es como si nunca lo hubiéramos hecho.

Así que, sin importar que hayan escogido el camino del Mantra, o del Yantra, o de la Cuenta de la Respiración, o de un Hua Tou, o de repetir el nombre del Buda, ¡sigan con su método! Si no funciona hoy, prueben mañana. Díganse a ustedes mismos que están tan decididos que si necesitan continuar su práctica durante la próxima vida, lo harán a fin de tener éxito. El viejo Maestro Wei Shan solía decir, "Permaneced en la práctica que hayáis escogido. Tal vez varias reencarnaciones os hagan falta para alcanzar la Budeidad."

Sé que es fácil desalentarnos cuando pensamos que no estamos haciendo progresos. Lo intentamos una y otra vez pero cuando no viene la iluminación queremos abandonar la lucha. La perseverancia es en sí misma un logro. Sean constantes y pacientes. No están solos en su lucha. De acuerdo a un viejo proverbio, "Entrenamos durante aburridos eones, para alcanzar la iluminación que ocurre en un instante."

 
Última modificación: December 03, 2004
Orden Hsu Yun del Budismo Zen
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