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Las Enseñanzas Zen del Maestro Xu Yun
Traducido por Shi Chuan Fa y revisado por la < Rev. Yin Zhi Shakya
Queridos amigos, déjenme que les cuente una pequeña historia que un hombre sabio me contó. Él dijo: "Una vez me encontraba en un país desconocido para mí, caminando por una calle extraña. Miré alrededor intentando orientarme; y vi dos hombres que estaban de pie cerca de mí. Me acerqué a ellos, y les pregunté, '¿Dónde estoy?' '¿Quiénes sois?' El primer hombre me respondió, 'Este es el mundo del Samsara, ¡y en este mundo da la casualidad de que soy el enano más alto!' Y el otro contestó, 'Sí, ¡y yo por casualidad soy el gigante más pequeño!'. Este encuentro me dejó muy confundido, porque ambos hombres medían exactamente lo mismo." He incluido esta pequeña historia, a modo de prólogo en mis notas, porque quiero enfatizar desde el comienzo lo importante que es considerar la percepción de las cosas. Hui Neng, el Sexto y último Patriarca de nuestro Camino Chan, se encontró una vez con dos monjes que discutían sobre una bandera que ondeaba al viento. El primer monje dijo, "Es la bandera la que se mueve." Y el otro, "¡No! Es el viento quien la mueve." El Sexto Patriarca les reprendió a los dos. "Bueno señores - les dijo-. Es su mente quien realiza todo el movimiento." En el mundo del Samsara, el Hombre es la mezcla de todas las cosas. Todo es relativo. Todo cambia. Solo en el mundo real, el mundo del Nirvana, hay constancia. En Chan nuestra tarea es discriminar - no entre lo falso y lo falso, sino entre lo falso y lo real. Las diferencias en la apariencia externa no tienen ninguna importancia. El mundo real está en nuestro interior. Para ser más exactos, dentro de nuestra mente. Ahora estoy encantado con mi tarea de ayudarles a entrar en el mundo real, el mundo donde no hay enanos ni gigantes ni argumentos sin sentido. En el mundo real solo hay paz, alegría, verdad, y libertad del continuo deseo de ilusiones moletas. Queridos amigos, cada ser humano posee dos naturalezas - del yo: una aparente y la otra real. La aparente es nuestro pequeño yo, o ego, que siempre es diferente de los demás pequeños 'yoes'; la real es nuestro Gran 'Yo Búdico' que es en todas partes el mismo. Nuestro pequeño yo existe en el mundo aparente, el mundo del Samsara. Nuestro Yo Búdico existe en el mundo real, el mundo del Nirvana. Los dos mundos se encuentran en el mismo lugar. En el Sutra del Corazón leemos, "La forma no es diferente del vacío y el vacío no es diferente de la forma." Todo el mundo se pregunta, "¿Cómo Samsara y Nirvana pueden ser lo mismo? ¿Cómo puede ser la ilusión lo mismo que la realidad? ¿Cómo puedo ser yo y Buda a la vez?" Son buenas preguntas. Todo budista necesita conocer su respuesta. La respuesta se encuentra en la forma en que percibimos la realidad. Si percibimos la realidad directamente, la vemos en su pureza Nirvánica. Si la percibimos indirectamente - a través de la conciencia de nuestro ego- vemos su distorsión samsárica. ¿Por qué nuestra visión de la realidad es defectuosa? El Samsara es el mundo que nuestro pequeño 'yo' piensa que ve y percibe con los sentidos. A veces cometemos errores. Si un hombre está caminando por el bosque, se encuentra con un rollo de cuerda y piensa que la cuerda es una serpiente, huirá rápidamente. Para él esta cuerda era una serpiente y actuó de acuerdo a ello. Cuando llegue a casa probablemente le hablaría a todo el mundo sobre la peligrosa serpiente que casi le muerde en el bosque. Su miedo era legítimo. La razón por la que estaba asustado, no. El pequeño yo egoísta también percibe erróneamente la realidad siempre que impone una estética arbitraria, o juicios morales sobre algo. Si una mujer ve a otra que viste un sombrero verde y dice, "Veo una mujer que lleva un sombrero verde", no hay problema. Pero si dice, "Veo una mujer que lleva un sombrero verde y feo ", está cometiendo un juicio samsárico. Alguien podría encontrar bello a ese sombrero. Pero en realidad, no es bello ni feo, simplemente es. Asimismo, cuando una zorra mata a una coneja, esto, para los conejitos que se morirán de hambre porque han matado a su mamá, es un acto muy malo. Pero para los hambrientos cachorros de zorro que comen la coneja que su madre les ha traído, esta misma acción es indiscutiblemente buena. En realidad, la acción no es buena ni mala. Simplemente es. La realidad también es malinterpretada ya que tanto el observador como lo que está siendo observado se encuentran en continuo cambio. No hay un momento preciso en que un capullo se convierta en flor, o una flor en fruto, o un fruto en semilla, o una semilla en un árbol en ciernes. Todos estos cambios son sutiles y continuos. No podemos pisar el mismo río dos veces porque el agua está continuamente en movimiento. Tampoco nosotros somos la misma persona de un minuto para otro. Constantemente adquirimos nueva información y nuevas experiencias, y simultáneamente olvidamos la vieja información y las viejas experiencias. Ayer podíamos recordar lo que cenamos la noche pasada. Mañana, no tendremos el privilegio de recordar ese menú, a no ser, quizás, que fuera un suntuoso banquete... o si siempre comemos lo mismo y podemos decir con seguridad, "Fue arroz y tofú." La ilusión de la vida es la opuesta a la ilusión del cine. En el cine una serie de imágenes individuales son pasadas juntas para formar una ilusión de movimiento continuo. En la vida, cortamos un movimiento continuo, aislando y congelando una imagen, y entonces la nombramos y etiquetamos como si fuera una acción u objeto independiente. No siempre etiquetamos el momento en el acto. ¿Qué es una mujer joven? Si un hombre tiene noventa años, muchas mujeres serán mujeres jóvenes. Bien, ahora podemos tener una idea más clara de porqué nuestro pequeño yo interpreta erróneamente la realidad, pero seguimos preguntándonos por qué tenemos dos 'yoes' en el primer lugar. La respuesta es simplemente porque somos seres humanos. El pequeño yo nos hace conscientes del sentido de identidad continua que nos permite saber a cada uno de nosotros, "Soy hoy lo que fui ayer y lo que seré mañana." Sin él, no podríamos organizar los datos sensoriales que nos asaltan. Sin él, no tendríamos sentido de pertenencia o de estar conectados a otros. No tendríamos padres o familia a la que llamar nuestra, ni esposa ni hijos, ni profesores ni amigos para guiarnos y alentarnos. Nuestro pequeño yo nos da nuestra naturaleza humana. A medida que crecemos, descubrimos que el hilo de nuestra alma no es una larga hebra ensartada con cada acción por separada, como por ejemplo, las cuentas de un rosario. No. El hilo se entreteje en sí mismo para formar una red, una matriz interdependiente de nudos. No podemos deshacer un simple nudo sin afectar a los demás. No podemos sacar una simple línea de nuestra historia sin, quizás, alterar su curso entero. Esta red de información y experiencia, de acondicionamiento y asociación, de memoria y malentendidos, se convierte pronto en un laberinto complicado y desconcertante; y nos vemos confundidos sobre el lugar que ocupamos en el esquema de las cosas. Cuando somos jóvenes, nos vemos como el centro del universo, pero cuando nos hacemos mayores, ya no tenemos certeza de nuestra posición o de nuestra identidad. Pensamos, "No soy la persona que era cuando tenía diez años, pero tampoco soy alguien diferente." Pronto nos preguntamos, "¿Quién soy?" Nuestro yo egoísta nos ha conducido a esta confusión. La confusión conduce a la calamidad, y entonces la vida, como el Buda apuntó en su Primera Noble Verdad, se hace amarga y dolorosa. ¿Qué hacemos para disipar esta confusión? Cambiamos nuestra consciencia. Rechazamos el mundo exterior de la complejidad en favor de nuestro mundo interior de la simplicidad. En vez de intentar ganar poder y gloria para nuestro pequeño yo ego egoísta, volvemos nuestra consciencia hacia el interior para descubrir la gloria de nuestro Yo Búdico. En vez de hacernos desdichados queriendo ser un maestro para los demás, encontramos alegría y contento en ser Uno con nuestro Yo Búdico y siendo útiles para los demás. Queridos amigos, el propósito del entrenamiento Chan es aclarar nuestra visión para así poder adquirir una nueva percepción de nuestras identidades verdaderas. El Chan nos permite trascender nuestra naturaleza humana y realizar nuestra naturaleza búdica. Hace siglos, nuestra Orden de Meditación Chan fue fundada por dos grandes hombres: el Primer Patriarca, Bodhidharma, que vino a China desde el Oeste; y Hui Neng, el Sexto Patriarca que era chino de nacimiento. Debido a estos dos hombres, el Chan floreció, expandiéndose a través de China y de muchas tierras distantes. Ahora bien, ¿cuáles fueron las enseñanzas más importantes de Bodhidharma y Hui Neng? "¡Liberen a la mente del egoísmo! ¡Libérenla de los pensamientos sucios!" Si no se siguen estas directrices, no puede haber éxito en la práctica del Chan. ¡El Camino Chan está ante ustedes! ¡Síganlo! Les proporcionará paz, alegría, verdad y libertad.
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Última modificación:
December 03, 2004
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