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 » Capítulo 6 - El Hueco entre los Seis Mundos y el Séptimo
Ming Zhen Shakya
El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya

Traducido al Español por Shi Chuan Fa
Edición en Español revisada por la < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY

Capítulo 6 - El Hueco entre los Seis Mundos y el Séptimo

    La piedra que los constructores rechazaron,
    Ésa vino a ser piedra angular.
     
        - Mateo 21:42

En el Budismo algunas veces imaginamos que entre la Rueda del Samsara y la Montaña del Nirvana se encuentra una ciénaga mortífera y oscura, una clase de espacio espiritual o 'bardo' que bulle con almas en pena. Estas son las personas que saltaron, cayeron o fueron expulsadas de la Rueda cuando sus estrategias de supervivencia dejaron de funcionar.

Del mismo modo que el Samsara es la realidad vista a través de los ojos prejuiciosos del ego, y el Nirvana es la realidad aprehendida o entendida directamente, el espacio o la ciénaga es el lugar donde la transición desde un estado de conciencia al otro es posible... no inevitable sino simplemente posible.

Ese hueco o brecha entonces, es el periodo crítico de desilusión en el que una persona entra cuando de pronto descubre que su ego no funciona bien como árbitro de la realidad. El momento en el que uno cae en la cuenta de que algo está mal intrínsecamente, que está cometiendo terribles errores de juicio, y que las cosas o la gente sobre las que hubiera apostado su vida no son lo que pensó que eran, entonces entra en la ciénaga. Quizá antes había mantenido su vida con confianza y eficiencia; pero en la ciénaga, duda de su habilidad para manejar su vida en lo más mínimo.

Una variedad de causas pueden lanzar a un individuo hacia la ciénaga. En algunos casos se ve abrumado por un suceso que su ego ve como una tragedia personal: la muerte de un ser amado; una traición; una severa enfermedad o un achaque; un fracaso humillante o un rechazo; o quizás hasta una dificultad aparentemente insignificante, que ha traído una masa acumulada concluyente de pequeñas miserias. Otras veces simplemente no puede aceptar el orden natural y cambiante de las cosas cuando descubre amenazantes signos de vejez en su cara, en la mente y la virilidad, o cuando los niños crecen y le excluyen de sus vidas privadas, relegándole a jugar un papel inferior al acostumbrado. En algunas ocasiones invierte demasiado en un trabajo, en un credo o en un modo de vida, y experimenta, una vez que ha descubierto que su inversión fue ridícula, las mortificaciones de la insolvencia.

Otra causa peculiar - pero común - de una introspección problemática es el abrupto despertar de un individuo al hecho de que la fase de "llegar a ser" en su vida ha terminado, que él ya es lo que estaba destinado a ser, y que la respuesta a la pregunta: "¿Es eso todo lo que hay?", es lúgubremente afirmativa.

Independientemente de la causa, cada vez que una persona se ve aturdida por una revelación de la disminución y decaimiento de su ego, se encontrará a sí misma en las aguas de la desilusión.

Sin embargo, no se puede suponer que porque todas las personas encuentren serios problemas, éstas, tarde o temprano terminarán en la ciénaga. Muchos egos pueden soportar cualquier adversidad. Muchos hombres pueden enterrar a sus hijos al amanecer y ultimar los detalles de un contrato comercial al anochecer, o pueden sobrevivir a la experiencia más brutal y antes de terminar de limpiarse la sangre de sus cuerpos empiezan a disputarse los derechos de su historia, o incluso pueden sufrir un trágico accidente y se limitan solamente a ponderar únicamente aquellas cuestiones que se refieren a los méritos del litigio.

Tampoco se puede asumir que las personas automáticamente ceden sus sitios en el Samsara durante el simple proceso de hacerse viejo. Aunque es cierto que la mayoría de los que se encuentran cara a cara con los crímenes y la estupidez de sus egos son de mediana edad, hay bastantes claros ejemplos de personas mucho más jóvenes que han llevado a cabo la transición y, por otro lado, personas mucho más viejas que nunca terminan de dejar el Samsara del todo. El Buddha dejó su vida samsárica cuando tenía veintinueve años. Shankara, de la línea Vendata, había llegado a fundar muchos monasterios cuando murió a los treinta y dos. Sri Ramana Maharshi, el gran Santo Indio que murió en 1954, alcanzó la madurez espiritual entre los 13 y los 19 años.

Junto a aquellos que se aferran a sus vidas dictadas por el ego ilusivo y llegan a la tercera edad con sus caparazones del Samsara todavía intactos, podemos llegar a encontrar a muchos que son tan intencionadamente absorbidos por su personalidad a los sesenta y cinco como lo fueron hace medio siglo, cuando eran unos quinceañeros. Al contrario que sus compañeros, los cuales han madurado con la edad - el signo evidente de la disminución del ego - muchos ancianos tienen egos que son tan duros, agarrados, ambiciosos, caprichosos y ávidos de atención como nunca lo fueron. No estamos hablando de sociópatas, vagabundos, o incluso los enfermos o los consumidos por la edad. Una cantidad apabullante de personas perfectamente sanas y por otro lado respetables, generalmente recurren a una variedad de insignificantes crímenes para satisfacer caprichos egoístas. Encargados de supermercados situados en comunidades prósperas de jubilados, por mencionar un triste ejemplo, han tenido que adoptar una línea dura contra los ladrones y soportar la negativa publicidad de tener que arrestar a una "pobre, y hambrienta dama" cuando descubrieron que lo que la abuelita estaba llevándose era paté de foie gras y caviar (la abuelita sabe que te pueden pillar tanto por una oveja como por un cordero.) Y cualquier juez en un tribunal de tráfico puede confirmar el terrible número de conductores ancianos que están ciegos a objetos situados a más de diez pies de distancia y que tienen reflejos cuyos tiempos de respuesta se pueden medir en minutos, que todavía insisten en su inalienable derecho a operar un vehículo en una autopista. No todos estamos obligados a rehusarlo con elegancia.

Pero cualquier hombre o mujer que realmente sufre la crisis de engaño, en el hueco o la brecha, seguramente encontrará esta dificultad exacerbada por la confusión y los sentimientos de alienación. Sabrá que su escala de valores debe ser re-evaluada, pero no sabrá cómo llevar a cabo esa revisión. (El sujeto no puede ser su objeto, como el ojo no se puede ver a sí mismo.) Debido a que su juicio ha demostrado ser poco fiable, no sabe hacia dónde puede girarse o en quién puede confiar. Sus antiguas estrategias son inefectivas, las reglas del juego han sido drásticamente cambiadas. Tantas cosas aparentemente irán mal al mismo tiempo, que se verá a sí mismo bajo un acoso sin cuartel. La tensión que siente será tan opresiva que para aliviarse tendrá que consumir sin reparos alcohol o drogas y dar, por tanto, avisos públicos de que está fuera de control y de que ha "caído hasta lo más hondo" o ha "saltado al vacío". O quizá pueda ocultar su dolor de los demás y sufrir en secreto. No podrá ver los peligros que entrañan cualquiera de estas dos respuestas ya que la emergencia actual le evita pensar razonadamente sobre el futuro. No se dará cuenta de que está en guerra consigo mismo y de que el monopolio del ego sobre su destino ha sido finalmente cuestionado.

Allí, en la ciénaga, se encontrará a sí mismo, con mucha confusión rodeado por los muertos y los moribundos, los drogados, los borrachos y los locos. Puede que no se de cuenta inmediatamente de que tarde o temprano podrá ser uno de ellos. Por el momento es sólo un extraño en una tierra desconocida.

Tres cursos de acción puede llegar a tomar: (1). Puede llegar a divisar los signos distantes de un santuario parpadeando en la montaña del Nirvana. De muchas maneras diferentes, las religiones de salvación siempre anuncian su habilidad para ayudar a las personas con problemas. Si se es espiritualmente precoz - y frecuentemente las personas que menos sospechamos que poseen un potencial espiritual resultan ser las que han recibido el mayor don divino - puede que no se tome mucho tiempo en ponderar su situación. Puede que rápidamente sienta que la felicidad no puede consistir en el mundo exterior a sí mismo y que si va a sobrevivir, no puede continuar definiéndose a sí mismo en términos de sus relaciones con otras personas (el equivalente religioso de intentar dividirse por cero.) Preocupado ahora por primera vez por el bienestar de su propia alma, puede comenzar a nadar en la dirección del potente viento del Nirvana. (2). Puede mirar hacia atrás al mundo del Samsara y ver a la familia, a los amigos, los vendedores de la televisión, y una variedad de trabajadores sociales, todos intentando alcanzarle desde la Rueda para traerle de vuelta. Estos le asegurarán que encontrará una nueva vida si simplemente se arregla los dientes, se compra un coche deportivo, se une a un club de salud, cambia el estilo de su peinado, invierte en bolsa, u organiza encuentros y reuniones sociales para personas con su misma confusión.

Si acepta su ayuda e intenta todos los remedios de los Seis Mundos con desesperación, será sólo cuestión de tiempo hasta que descubra que el pelo rizado no puede resolver una crisis existencial, o que una cadena musical Blaupunkt tampoco puede ahogar una llamada espiritual. Nada habrá cambiado a mejor. Todavía se sentirá como un extraño... un extraño desconcertado y, después de varios meses aplicando esos remedios, en números rojos. Su angustia se intensificará en consecuencia y terminará por regresar a la ciénaga en peores condiciones que cuando la dejó.

Si ha llegado a desarrollar serios problemas con el alcohol, las drogas u otros comportamientos autodestructivos, la familia, los amigos, los vendedores de la televisión y una todavía mayor variedad de trabajadores sociales incrementarán sus esfuerzos para rescatarle de nuevo. Todas las variedades de torniquetes samsáricos serán aplicados a la hemorragia de su ego. Los vendedores de la televisión le llevarán a "hospitales" privados que garantizan poder restaurar su dignidad, una cualidad que ignoran cuando el seguro deja de pagar. Los amigos le animarán con sensitividad: "Por la gracia de Dios, acepta", hasta que el angustiado amigo se convierta en un antipático invitado a cenar o tan bochornoso como para pedir un préstamo o una carta de recomendación - peticiones que en el mejor de los casos pueden ser fatales para una relación. (Llegados a este punto los amigos generalmente revalorarán sus almacenes de decoro y le declararán bastante merecedor de una zambullida en el infierno.) Los familiares reconsiderarán los lazos de sangre. La suave muestra de amor filial ("Hijo, estamos contigo en cada paso del camino de vuelta") seguramente se endurecerá como el acero en cuanto el pequeño tropiece o decida ir hacia atrás ("A tu madre y a mí nos trae sin cuidado lo que se te meta en la cabeza siempre y cuando no lo hagas ni dentro ni cerca de la República de Pensilvania"). Los trabajadores sociales persistirán en sus esfuerzos mientras que los demás han dejado de darle valor a la existencia del pobre fracasado. No importa lo terrible que haya sido la vida de un cliente antes de llegar a la Rueda, un trabajador aplicado le intentará traer de vuelta una vez más. Alguna de las personas que regresan al Samsara pueden llegar a conseguir reintegrarse más o menos. Algunos pueden permanecer curados por más de dos semanas. Pero muchos, decidiendo que las curas samsáricas son peores que las enfermedades de la Ciénaga, entrarán en ésta, una vez más. Dentro y fuera. Perdidos y "rescatados" hasta que su ruina es total. (3). Una persona puede permanecer sin entrar en la Montaña o en la Rueda. Ciego y sordo para cualquier cosa que no sea su batalla interior, puede terminar pereciendo en las aguas, al mismo tiempo el justiciero y el ajusticiado.

Uchiyama Roshi del Templo Antaiji de Japón suele describir esta autodestrucción como una situación que comienza con el hombre bebiendo el sake, entonces después de cierto tiempo se transforma en el sake bebiendo al sake, y finalmente termina como el sake bebiendo al hombre. Y así sucede con toda una variedad de drogas, legales e ilegales, que comienzan prometiendo liberar al hombre de sus problemas y terminan empeorando sus problemas y matándole en el proceso.

Resulta triste darse cuenta de que aquellos que expresan cierto interés en encontrar el santuario en la religión nunca reciben ánimos de parte de los paisanos en la Rueda. Nadie en el Samsara llega a aconsejar a una persona con el ego herido encontrar un tratamiento religioso para sus heridas.

El mundo del ego simplemente no reconoce un mundo distinto y separado del espíritu. En términos de geografía espiritual, la Montaña del Nirvana no se puede ver desde la Rueda del Samsara. La gente en la Rueda no saben que para llegar al Nirvana es absolutamente necesario tratar con la Ciénaga. (No hay ninguna otra manera.) Toman como una certeza que el Nirvana es simplemente un estado refinado o más elevado del Samsara. Reconocen la existencia de personas espirituales pero suponen que la espiritualidad es meramente una condición de un ego alterado, un ego que, quizás, se ha purificado a sí mismo de todos los signos observables de pecado y, como una recompensa, ha sido glorificado y elevado. No pueden concebir la pérdida de su ego, una pérdida, según ellos, similar a perder su mente o al menos su humanidad. Para ellos, las criaturas sin ego son criaturas sin identidad: vegetales, amebas, y lunáticos - grupos en los que nadie quiere incluirse voluntariamente.

Además, incluso si llegaran a concebir que la desilusión y la alienación son problemas religiosos, entonces malinterpretarían los términos de la solución. Los egos, por naturaleza, ansían dominar a otros egos, un control que se extiende invariablemente a los intereses fiscales. La gente en el Samsara instintivamente teme que la religión pueda liberar a una persona de sus posesiones como le libera de su dolor. Quizá Jesús recomendó a aquellos que deseaban convertirse en sus discípulos entregar primero su dinero a los pobres, pero ninguna persona en la Cristiandad llega a recomendar a un pariente ser tan injustificadamente generoso. Ni siquiera los amigos o los trabajadores sociales permanecen tranquilos ante semejante herejía. Muchos sugerirán a una persona herida que vaya a hablar son su párroco o que pase cierto tiempo en la iglesia; pero, ya que los novicios frecuentemente transfieren sus propiedades a la orden religiosa en la que entran, ellos no le recomendarán que busque el santuario en un monasterio. Sin embargo, aceptarán convertirse en su apoderado cuando ingrese en un sanatorio.

Estos son, pues, los tres posibles destinos que le esperan a aquel que ha descendido al interior del hueco. Puede volver al Samsara, cauterizado, marcado y de alguna manera ceñudo y menos espontáneo que antes. O, si todos los intentos terapéuticos fallan y vuelve a caer en el camino de la autodestrucción, puede terminar su carrera en la ciénaga hasta que consiga destruirse totalmente a sí mismo.

O, en un afortunado, precioso, lúcido momento, puede discernir lo que es obvio y ver que la vida es simplemente muy dolorosa y amarga y que después de todos sus años de ensayo, ha fallado completamente en disminuir el dolor o endulzar la experiencia. Esta conclusión ha de ser alcanzada; y no importa cuánto tiempo le lleve a una persona alcanzarla, o cuánto ha sufrido hasta ese momento, o incluso cuántos crímenes ha cometido en el proceso. Sólo importa que llegue a esa comprensión.

Si se encuentra a sí mismo en pena entre los muertos y los moribundos, los drogados, los borrachos y los locos, y al menos grita rogándole al Señor que le ayude, entonces ha entrado en el Séptimo Mundo del Chan.

Esto es debido a que la primera de las Cuatro Nobles Verdades es justamente esta: La vida es amarga y dolorosa. A no ser que esta Verdad sea comprendida... no aceptada con fe, sino reconocida... no estudiada, sino testificada... no asumida por la razón, sino verificada por la experiencia, absolutamente y sin matices, a no ser que una persona sepa desde la cabeza a los pies que la vida es en verdad amarga y dolorosa, no será hasta entonces siquiera un candidato para la liberación budista.

La Primera Verdad debe ser asimilada antes de que la Segunda Verdad pueda ser revelada. Vivir en el Samsara es sufrir. Vivir bajo la tiranía del ego es una batalla sin fin que no puede terminar en victoria. Mientras el tirano viva, nos tiraniza. Somos fustigados. La salvación, por tanto, comienza confesando la derrota. (No con un acto de contrición, como algunos lo pueden entender, sino meramente como una confesión de la derrota. La contrición viene después.)

Un poco más atrevido ahora y con algo más de curiosidad, el candidato puede aparecer en la puerta de un maestro Chan diciendo que la vida que conoce hasta el presente no merece ser vivida y que busca investirla con algo de valor; o, puede llegar a decir que de alguna manera ha perdido su camino en la vida y se encuentra en un lugar donde nada concuerda, donde nada está sincronizado, y donde todo parece extraño y desprovisto de significado. Se arrepiente de todo lo que ha llegado a hacer y no le echa a nadie la culpa a no ser a sí mismo. Ruega por una dirección que le guíe fuera del terreno hostil y pesaroso. Puede llegar a utilizar las metáforas de la batalla y decir que su mundo está en ruinas, que la lucha con la vida le ha dejado herido y sangrando severamente, y que no le quedan fuerzas para continuar la contienda. Puede añadir, casi como un reto final, que se acerca al Budismo porque no tiene nada que perder y ningún otro sitio al que ir.

Con el sonido de estas palabras el corazón del maestro empezará a fortalecerse y a chasquear como un banderín de rezo sometido a un fuerte viento; y sea cual sea el idioma que hable susurrará: "Gracias, Señor."

El maestro sabe que la vida del ego es verdaderamente amarga y que una persona debe aprender por sí mismo la estupidez de llegar a creer lo contrario.

En el léxico de la salvación, la Desilusión llega antes del Despertar.


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Última modificación: December 03, 2004
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