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 » Capítulo 5 - Los Seis Mundos del Samsara
Ming Zhen Shakya
El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya

Traducido al Español por Shi Chuan Fa
Edición en Español revisada por la < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY

Capítulo 5 - Los Seis Mundos del Samsara


Hablando espiritualmente, la existencia humana está dividida en diez mundos. De estos mundos los seis primeros se pueden representar como segmentos de una rueda que gira sin fin; los cuatro últimos se ven como pisos de una gran montaña.

Los seis mundos pertenecen al Samsara, el mundo de la ilusión en donde la realidad se distorsiona debido a la acción del ego. Los cuatro mundos pertenecen al Nirvana, el mundo de la conciencia pura en donde la realidad es experimentada directamente, en grados crecientes, sin las interpretaciones del ego.

La meta del Chan es llegar a la cima de la montaña, es decir, experimentar la vida espontáneamente, sin subordinar toda la información que nos llega a los mandatos e interpretaciones del ego.

Debido a la importancia de entender desde el principio y exactamente lo que significan estos dos términos, Samsara y Nirvana, o bien Forma y Vacío como se les llama comúnmente, ilustraremos las diferencias entre ellos.

Vamos a imaginarnos una habitación, el salón de la casa de la señora Jane Doe. En esta habitación un ser humano se encuentra sentado en un sofá de terciopelo azul. En el lado opuesto hay dos sillas con brocados de seda blanca. A ambos lados del sofá hay un par de mesitas sobre las que descansan lámparas de grandes pantallas y con volantes. En el suelo hay una alfombra redonda de colores rosa y crema, y de las paredes cuelgan multitud de pinturas al óleo firmadas por Jane Doe. Las ventanas están abiertas y una fuerte brisa hace ondular las cortinas hacia el interior de la habitación. Afuera, la rama de un álamo golpea rítmicamente contra el vidrio de una de las ventanas. Un reloj en la repisa de la chimenea toca las once en punto.

Esta descripción de las cosas tal como son es la realidad del Nirvana o el Vacío.

Ahora vamos a imaginarnos esta misma habitación vista a través de los ojos de la persona que está sentada en el sofá. Supongamos que esa persona es Luisa Doe, la sobrina de la señora Jane Done, que ha acudido en respuesta a una invitación para el té. Mientras su tía se encuentra ocupada en la cocina, la sobrina echa un vistazo a su alrededor y se dice a sí misma, "Esas pinturas son horrendas. No me extraña que la pobre mujer nunca se casara. Y ni hablar de las pantallas de las lámparas. ¡Qué desgracia! Sin embargo, este sofá es de buena calidad. Debe haber pagado una fortuna por él. La última vez que lo vi fue hace muchos años, y todavía conserva el mismo aspecto. Tan suave... es una pena que yo no sepa nada de tiendas de antigüedades como Duncan Phyfe. ¡Por Dios, alguien debería mandar a restaurar esas sillas! Los apoyabrazos están totalmente desgastados. Pero esta alfombra... apostaría a que es una alfombra oriental auténtica. Sí... ésta debe ser aquella que compró en El Cairo. Huh, ese viento significa problemas. Ahora no recuerdo si dejé las ventanas del coche bajadas. Mi tía debería cortar esa rama o uno de estos días romperá el cristal. ¡Las once! Ah, ese es el antiguo reloj de pie Hamilton que papá dice que es legalmente suyo. Seguramente me habré ido de aquí para el mediodía. Me pregunto si mi tía planea dejarme a mí esta casa en herencia."

Esta descripción, de las cosas que se ven debido a la intervención del ego, es la distorsión de la realidad - Samsara o Forma.

No hay diferencia intrínseca entre la Forma y el Vacío. Nosotros simplemente las percibimos como diferentes.

Tanto en el Samsara como en el Nirvana la habitación era la misma. Pero en el Nirvana no existía un escrutinio o una evaluación juiciosa. No había recuerdos ni planes, ni el 'antes y después', ni 'lo que solía ser' o 'lo que será', o 'lo que debería ser'. No había ningún 'yo' que emitiera prejuicios. En el Nirvana sólo 'hay'. Y la percepción de lo que 'hay' es directa, espontánea, y, como ocurre en la realidad, acompañada por un profundo gozo y serenidad.

Hablamos de los seis mundos del Samsara debido a los seis tipos de seres humanos que viven en él. Las personas se pueden clasificar de acuerdo a la manera en que su ego lleva a cabo su distorsión de la realidad. Cada tipo o 'mundo' representa un estilo de adaptación, un patrón de respuesta o una manera de soportar las exigencias de la vida. Cada individuo, desde su infancia en adelante, a través de la prueba y el error determina qué estilo le corresponde mejor y es más eficiente en proporcionarle la atención y el estatus que desea. Los seis mundos, entonces, pueden ser considerados como seis estrategias básicas de supervivencia (Su identificación, casualmente, constituye la psicología más vieja de la historia).

En el Budismo aprendemos a reconocer estas seis estrategias, pero no sólo para que las podamos identificar en los demás - aunque eso puede ser útil si las observaciones son objetivas, instructivas y no acusatorias - sino también para que podamos aprender a identificarlas en nosotros mismos cuando las usamos con la intención de evadir nuestra responsabilidad, o para lograr que la gente actúe según nuestros intereses, o para conseguirnos algún tipo de beneficio, etc.

Durante el transcurso de cada día en la existencia samsárica, cada una de las personas que se encuentran en cualquier sociedad usan una de estas estrategias. Pero primero deberíamos describirlas tal y como se encuentran en la vida religiosa. En los monasterios, templos y centros Chan, los monjes y los devotos que están todavía atrapados en la rueda del Samsara se dice en broma que están practicando el Chan de los Seis Mundos.

Las seis clases son: el Chan de los Fantasmas Hambrientos, el Chan de los Demonios, el Chan de los Seres Humanos, el Chan de los Animales, el Chan de los Titanes y el Chan de los Ángeles. Hay que añadir que estos no son tipos distintos de Chan, sino simplemente adaptaciones usadas por aquellos egos con ciertas pretensiones religiosas. (En el Zen Japonés estas clases se llaman, respectivamente, Gaki, Jigoku, Ningen, Chikusho, Shura, y Tenjo. En la "Rueda de la Vida" Tibetana las seis clases son Pretas, Infiernos, Hombres, Animales, Titanes, y Dioses).

El Chan de los Seres Humanos: este es el Chan de los asuntos mundanos. La gente que lo practica son personas pragmáticas que se destacan, cuando se trata de mejorar la existencia mundana. En los monasterios los Seres Humanos están continuamente involucrados en actividades no espirituales, realizando su trabajo con una eficiencia ejemplar. Su estrategia se basa simplemente en volverse indispensables, y eso sucede admirablemente cuando, invariablemente, no tienen miedo y son hábiles en todas las tareas que espantarían a los maestros Chan y otras personas espirituales. Saben cómo rellenar formularios, tratar con los medios de comunicación, organizar excursiones, controlar a las masas, recolectar limosnas, fabricar y distribuir con beneficio artículos y otras prendas de uso religioso, recopilar listas de correo, y mantener restaurantes, panaderías, refugios, albergues, etc. Cuando se trata de explotar los bienes del monasterio y de sacar un pellizco de los turistas, peregrinos y miembros de la congregación para pagar las mejoras, los Seres Humanos no tienen igual.

Estas notables personas se convierten en devotos Budistas o en monjes porque aprecian las muchas maneras en que sus vidas mejoran por el modo Budista de hacer las cosas. Los Seres Humanos generalmente creen que el Chan es más un modo de vida que una religión y, por lo tanto, lo valoran por el equilibrio que cultiva la meditación, la saludable dieta baja en colesterol, el ambiente libre de estrés, la excelencia ortopédica de la esterilla para dormir; o bien por la inteligencia, variedad, y actitud no fanática de sus seguidores, el confort de su ropa suelta de fibras naturales, y muchas otras cosas. Tampoco descuidan los aspectos espirituales. Algunas veces se comprometen con el mantra que produce el efecto más saludable en el sistema nervioso o con el canto que inspira el más alegre compañerismo. En ocasiones hay algo más. Llevan ambiciosas vidas sexuales y alguien les ha contado que hay ciertas técnicas en el Yoga Budista que cuando se emplean con éxito pueden prolongar el orgasmo unos veinte minutos. Esto por lo menos es auto-mejorarse, así que apresuradamente se apuntan a un centro Zen o Chan.

Los Seres Humanos simplemente no entienden que el Chan es Budismo y que el Budismo es una religión, una religión de salvación. Aunque el Budismo pueda proporcionar tales beneficios auxiliares, no es un centro de salud ni un centro social, ni una guarida, ni un estudio de arte y oficio, ni un sanatorio, ni un grupo de estudio, ni una sociedad filantrópica, ni una pensión o una empresa de la cual sacar dinero. El objetivo del Budismo no es soportar la existencia mundana sino trascenderla, no es ganar confort material sino deshacerse de esa inclinación, no es realzar o rehabilitar una reputación, sino nacer de nuevo sin una identidad mundana en el glorioso anonimato de la Naturaleza del Buda. Saber bien cómo hacer aumentar los fondos está un poco fuera de lugar.

El Chan de los Titanes: En la mitología, los titanes eran los toscos y poderosos antecesores de los antiguos y más civilizados dioses de los Griegos. Y siguiendo en esa tradición, la gente que practica el Chan de los Titanes tienen una bruta, sadomasoquista aproximación a la religión. Son estrictos y disciplinados, no saben hacer nada de otra manera que no sea 'según el libro'. Quizá inspirados por mártires, cruzados o férreos sargentos, están convencidos de que su compromiso con el Budismo y con el bienestar del monasterio exceden a los de cualquier otro. Y ellos realmente creen que los indicios de ese compromiso son el dolor, el sudor, la incomodidad, privación, y la sumisión a un código que haría avergonzarse a la mismísima KGB.

Aunque los Titanes son evidentemente unos duros trabajadores y cosechan considerables - si no envidiables - elogios por sus esfuerzos, todavía encuentran necesario recoger una última pizca de satisfacción denigrando el trabajo de los demás. Aunque se quejan y protestan de distintas maneras, el mensaje es siempre el mismo: "Si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo".

De la manera en que los Titanes entienden la religión, la maldad se puede purificar, y la divinidad se adquiere por una variedad de coloridas y duras pruebas. Junto con sus rituales diarios de auto-sacrificio al realizar las tareas domésticas, llevarán a cabo, con la correspondiente fanfarria, prolongados ayunos cuya dificultad se ve atenuada - como modestamente comentarán - considerando las gachas preparadas por el personal de la cocina; o tomarán voto de silencio, una táctica que les permiten fruncir el ceño, garrapatear, sisear o, si no, mostrar gráficamente sus críticas mediante la mímica.

Durante el periodo de paseo para estirar las piernas que misericordiosamente divide una larga meditación, los Titanes permanecerán sentados en una postura perfecta demostrando que ellos nunca abusan de los demás más de lo que abusan de ellos mismos. En los salones Japoneses de meditación a un monje se le asigna la tarea de mantener a todo el mundo alerta. Este hombre hace la ronda por los pasillos con un palo largo y si descubre a alguien echando una cabezada, le golpea en el hombro. Estos golpes son bastante vigorizantes y si uno decide por sí mismo que necesita este estimulante para mantenerse despierto, se inclina ante su compañero y se le azota como ha pedido. No resulta necesario decir que los Titanes se inclinan repetidas veces. Ser testigo de esa paliza no conduce a la tranquilidad aunque es considerablemente más relajante que tener a uno de esos al otro lado del palo.

Tradicionalmente, en el Budismo Chino, tras haber completado un seminario de entrenamiento tanto los novicios como las novicias pasan por una ceremonia de ordenación, durante la cual se les coloca doce o trece conos de incienso en el centro de sus cabezas afeitadas. Cuando estos conos se consumen chamuscan el cuero cabelludo dejando unas marcas permanentes. Poco tiempo después el monje recién ordenado puede decidir repetir esta prueba de los conos encendidos, como una penitencia especial o una ofrenda de cualquier clase. Los Titanes, por supuesto, son los más entusiastas seguidores de esta práctica. De una manera similar a como los jóvenes jugadores de fútbol se pegan estrellitas en sus cascos para anunciar sus acciones meritorias, los monjes Titanes pueden tener sus cueros cabelludos decorados con pequeñas quemaduras redondas. (En la provincia de Guangdong, conocí un viejo monje que tenía alrededor de una docena más de las obligatorias doce o trece. El se rió de ellas, atribuyendo el exceso a la euforia juvenil. "Mas o menos como los tatuajes", dijo con cierto pesar.)

Para los extranjeros, eso es, cualquiera que todavía no ha demostrado ser vago, incompetente, cobarde o inmoral, los Titanes pueden ser sorprendentemente agradables. Pero esta amistad inicial es sólo un preparativo a partir del cual lanzarán más adelante ataques de honradez. Intimidar con el martirio no es una estrategia para hacer amistades íntimas; pero sale bien para ganarse la atención y un rango.

El Chan de los Animales: Este Chan obtiene su nombre de la principal característica de los animales domésticos... la dependencia. Una persona que practica el Chan de los Animales necesita ser cuidado de la manera en que se debe cuidar de las vacas o de los canarios. Consideremos a estas dos criaturas y el contrato que tienen con nosotros. Una de ellas nos da leche y la otra canta a cambio de espacio, comida, y cualquier otro requisito que se llegue a negociar. Deja de alimentar a un canario y éste parará de cantar. Deja de alimentar a una vaca lechera y a ver qué consigues. Si los dejas libres o sueltos, ninguno sobrevive durante mucho tiempo. Quizás en un primer momento los dos hubieran podido prosperar en libertad, pero ahora es demasiado tarde. Se han vuelto demasiado tímidos y han perdido la capacidad de apañárselas por sí mismos o incluso de pensar de forma independiente.

Una persona que sigue el Chan de los Animales no puede tolerar la ansiedad de la vida seglar.

Simplemente es incapaz de mantener su postura en el agitado dar-y-recibir de la vida sexual o del lugar de trabajo. En el monasterio sabe que va a recibir por lo menos tres comidas al día, una habitación para él sólo, atención médica, una jubilación beneficiosa, una pobre pero adecuada paga cada mes a cambio de un trabajo del cual nunca podrá ser despedido, donaciones adicionales provenientes de los parientes más queridos, una vida respetable que le permite reírse de aquellas personas que decían que nunca conseguiría nada. En las ocasiones festivas nunca se tiene que preocupar de obtener una invitación ya que siempre hay un lugar para él en la mesa. Y, por supuesto, en la Nochebuena nunca hay que preocuparse por conseguir una cita.

Las personas que practican el Chan de los Animales pueden ser tímidas, pasivas y dependientes, pero aunque esto sugiera una cierta estupidez, semejante deducción sería errónea. Ni son estúpidos ni incultos.

Aquellos que no han sido instruidos previamente a su ingreso en el monasterio se estimulan para alcanzar algún logro académico, recibir lecciones de música, aprender un oficio o alguna otra habilidad.

Por otro lado, tampoco es cierto que porque sean socialmente inútiles sean incapaces a su vez de no reaccionar ante la sociedad. Estas personas se dan cuenta de todo, memorizando quién hizo qué, en un cerebro que está programado a la defensiva, para minimizar la buena conducta de los demás y exagerar todo aquello que no es tan bueno. La información de este tipo es la munición que, en caso de ser descubiertos vagueando en el lugar de trabajo, usarán de cualquier manera para defenderse a sí mismos. Pero no sólo se quedan aquí, también lloriquean un montón.

El Chan de los Ángeles: Este es el Chan de los neo-intelectuales sofisticados a quienes les han cautivado los sublimes principios filosóficos del Chan, además de su aspecto sereno y estético y la dignidad de su hermandad, en la cual entran como si estuviera adherida a una buena Casa Griega. Este es el tipo de personas que el profeta Mohammed tenía en mente cuando dijo que, "Un filósofo que no ha descubierto su propia metafísica, es un burro cargado con un montón de libros".

Kosho Uchiyama Roshi, uno de los grandes maestros Zen de la era moderna del Templo Antaiji, comenta que en los monasterios Japoneses hoy en día son los Americanos los que aumentan las filas del Chan de los Ángeles. Según el maestro, sobresalen en "dar lustre a los cetros" de las personas con alto grado de espiritualidad. Se les denominan 'ángeles' porque, aunque son inferiores a Dios, se consideran mucho más que simples hombres mortales.

Las personas que practican el Chan de los Ángeles deambulan sin sentido por los jardines de los templos donde frecuentemente se les encuentra, in fraganti, en actos de cognición sublime. A diario mantienen tratos con el cosmos - encuentros que les dejan ligeramente sin aliento y prendidos con un poema o dos.

Generalmente se aproximan al Chan porque están cansados del materialismo y la degradación moral de las ciudades Americanas. Desprecian el mundo 'plástico' y ansían la elegante simplicidad del Hombre Natural del Chan. Pero a pesar de sus convicciones de que el Hombre Urbano está corrompido, nunca son remilgados al hablar sobre dónde consiguieron sus títulos universitarios o qué orquesta sinfónica ha grabado sus clásicos favoritos. Además, el Chan se describe a sí mismo como 'una transmisión especial fuera de las escrituras, que no se puede encontrar en las palabras o en las letras', una descripción que de alguna manera sugiere que si ciertas palabras canónicas provocan la menor disputa su estudio nunca fomentará el modo 'natural' de vivir; sin embargo, la gente que practica el Chan de los Ángeles escudriñan el tonelaje de escrituras Budistas simplemente para ser capaz de calumniar a los demás en el nombre de la exégesis más erudita. Discutirán durante horas sobre las frivolidades más abstrusas e insignificantes, recitando capítulos y versos como si fueran jugadores de béisbol.

Inevitablemente se llegarán a publicar sus obras. Pero no les importa si aparecen en la lista de los más vendidos o únicamente consiguen una cita ocasional en los periódicos o en alguna otra publicación interna. El hecho haber sido publicado es el reconocimiento de su erudición y por tanto prueba que su estrategia está funcionando.

Una persona que practica el Chan de los Ángeles cree que conocer algo es lo mismo que ser ese algo, como por ejemplo el saber sobre gramática le hace a uno un gramático o saber sobre serpientes le convierte a uno en un herpetólogo, así deduce que el saber algo sobre el Dao le hará Inmortal. Su saber es tan preciso y exhaustivo que se siente justificado a la hora de rechazar cualquier cosa que se encuentre detrás de este conocimiento - la experiencia espiritual - considerándola falsa o defectuosa. Mostrando una expresión de profundo conocimiento interior y cierto aire de benigna condescendencia, un Ángel - el cual nunca ha experimentado personalmente más de cinco minutos de verdadera meditación - intentará presentarse como un ente iluminado. Pero si se le utiliza para algo más que para la decoración de una ventana, puede resultar peligroso espiritualmente. Para aquellas pobres personas (gente que no reconoce el concepto ontológico cuando lo ve) que busquen discutir una visión estática del Buda que han tenido durante toda una hora de profundo samadhi, el Ángel probablemente les asegurará que han tenido una simple alucinación en lugar de una experiencia espiritual. Además, advertirá a la pobre víctima de que semejantes vuelos de la imaginación son bastante perniciosos y por tanto ha de evitarlos. Aunque pueda parecer increíble, en el Zen Japonés - pero no en el Tibetano o en el Chino - los Ángeles han conseguido estandarizar su consejo: "Si durante la meditación llegas a ver a Buda, escúpele en la cara y así desaparecerá". En fin...

El Chan de los Fantasmas Hambrientos: Un Fantasma Hambriento es una persona que fervorosamente desea cosas que le será imposible usar. Si tuviera que cazar un Smorgasbord para satisfacer su hambre, en cuanto tenga la primera ración delante de él, descubrirá que no se la puede comer; sin embargo, eso no le impedirá volver a cazar un segundo, un tercero, o más aún. Al buscar una razón que justifique esa incapacidad para ingerir la comida, nunca se investigará a sí mismo. Simplemente echará la culpa al recipiente, a los ingredientes o al chef, hasta el próximo intento. Este tipo de persona se le suele describir como alguien con una barriga llena de deseos y un cuello demasiado estrecho como para dejar pasar a la satisfacción.

De la misma manera en que un numismático no puede utilizar ninguna de las muchas monedas que colecciona para comprar el periódico, o un filatélico nunca podría pegar uno de sus sellos para hacer un envío, así en el Chan un Fantasma Hambriento colecciona técnicas para alcanzar estados alterados de la conciencia, pero ninguna le ha servido para elevar la suya más de un centímetro de su posición actual.

Sus deseos son tan intensos que para satisfacerlos no considera nada demasiado idiota, extraño o peligroso. Llegará a tomar drogas, escalar montañas, flotar en tanques de aislamiento, explorar desiertos, sentarse en cuevas, apoyarse sobre su cabeza, cantar, jadear, llevará gorros piramidales, se dejará hipnotizar, consultará la tabla de la guija, las cartas del tarot, y se unirá a los más estrafalarios cultos que uno se podría imaginar. Comienza cada nueva empresa con un enorme entusiasmo; pero si después de leer unos cuantos libros, acudir a algunas reuniones, o practicar unas pocas horas, no ha llegado a experimentar el satori, pasa a hacer cualquier otra cosa. Si nos lo encontramos en enero, nos dirá que se ha apuntado a un curso de yoga. Para cuando llegue junio, habrá elegido una aproximación más científica y por ello estará tomando lecciones de biofeedback. En diciembre se habrá vuelto un novicio en un monasterio Chan donde el lunes habrá decidido dedicar toda su vida a recitar los nombres de Buda y el martes se ha comprometido a pasar años de meditación silenciosa, y para el miércoles estará paseando por los jardines musitando las posibles soluciones a un koan al que le ha hecho la promesa de toda una vida de análisis - si esto es todo lo que se necesita; pero, por supuesto, el jueves descubre que todo lo que se requiere para alcanzar el Nirvana es practicar el vacío mental y por tanto se ha entregado a una eternidad de vigilancia.

Una y otra vez intenta una cosa tras otra. Pronto habrá almacenado una envidiable colección de libros y recibe por correo tal cantidad de publicidad internacional que los empleados de las estafetas de correos y los coleccionistas de sellos le reverencian. Con el paso de los años se convierte en aquello en lo que realmente - en su corazón - intentaba ser: un compendio de esoterismo, un catálogo de técnicas, una enciclopedia de creencias, un libro sobre lo oculto, y una antología de prácticas religiosas. Teniendo tanta información a su alcance, se le llega a considerar un experto, una 'referencia'. Y si en alguna ocasión ha hecho un donativo a una organización religiosa, se considera con derecho a discutirla con la misma autoridad que uno de sus miembros. Y por supuesto siempre está dispuesto a compartir sus conocimientos, precisamente porque tiene ese entusiasmo peculiar de todo coleccionista de ofrecer información, opiniones, referencias, consejo y digresiones anecdóticas. Esta es su estrategia para obtener atención y status.

En el bazar de la religión, el Fantasma Hambriento es el propietario de un popular kiosco. Ofrece conocimiento disfrazado de intimidad, lo superficial aparece tan solicitado como lo profundo, y todo en una increíble variedad.

El Chan del Demonio: Este es el Chan de las apariencias. El Chan de los Impostores. Aquellos que lo practican protestarán vehementemente por el cargo, pero esta gente simplemente se hacen pasar por personas religiosas. Criminalmente vanos y sin una mota de cerebro, los Demonios todavía creen que la apariencia es lo que cuenta. Se suscriben sin reservas al dicho del sastre, 'La vestimenta hace al hombre'.

El nombre de 'Demonio' viene del desgraciado infierno en el que se encuentran cada vez que son forzados a permanecer largos periodos de meditación sentados en silencio. No saben sacar mayor partido a la meditación que a los trabajos manuales. Las procesiones y las ceremonias son sus fuertes; y se preparan para tales ocasiones con mayor solemnidad y fastidio que el requerido para un acto de Hara Kiri. Aunque la satisfacción que obtienen de la religión está siempre limitada por su aspecto exterior, nunca es poca la satisfacción. Todos sabemos qué se siente al experimentar un ataque de placer cuando alguien nos ve llevando ropa en la que nos encontramos particularmente atractivos. También sabemos que ese ataque se intensifica si las ropas dan a entender la pertenencia a un grupo de élite, en el cual ni en sueños nos incluiríamos de tener que hacerlo desnudos. Da igual que no podamos recorrer una milla corriendo en menos de dos horas, un conjunto de ropa para correr bastante caro y unas zapatillas de deporte dejarán claro que somos unos serios atletas. Aunque sepamos con certeza que Shangri-La es un puerto marítimo en el sureste de China y que el Hilton asociado a él es un hotel del lugar, sólo necesitamos ponernos un jersey de cuello alto y una chaqueta de lana con parches en los codos para poder ser considerado correctamente como un intelectual de campus. Con la misma falsedad se pueden llevar las túnicas Budistas; aunque tengamos la humildad de un golfo del sur del Bronx y su misma naturaleza compasiva, una toga negra proclamará que de hecho poseemos tales buenas virtudes. Aunque estemos tan sexualmente restringidos como un alce en celo, una sotana convencerá al cínico más pícaro de que somos prácticamente vírgenes. Podemos ser tan retorcidos y manipuladores como para no poder comprar un sello de correos sin recurrir a intrigas Maquiavélicas, sin embargo unas pequeñas babuchas de tela declararán sin lugar a dudas nuestra simplicidad.

No importa si la persona que practica el Chan de los Demonios abraza la vida religiosa debido a que está compensando una naturaleza malvada, o si no es venial del todo, sino meramente necio y está simplemente hinchándose con los remedios de la religión. De hecho puede estar tan desprovisto de contento como los maniquíes de un escaparate, que son su fuente de guía e inspiración. No se creerá una simple sílaba de credo o sentirá un único latido de amor o pena por cualquier ser vivo excepto por él mismo, aunque, deje que se vista adecuadamente y llevar una expresión piadosa y éste encontrará su naturaleza y significado en las miradas de aprobación de todo aquel que lo observa. Estos son los tipos que habitan los seis mundos del Samsara.

A partir de todo esto puede parecer que un monasterio es el último sitio en el mundo donde uno se esperaría encontrar a una persona genuinamente religiosa; pero en verdad, podemos encontrar muchos santos en semejantes lugares. Pasan entre nosotros sin ser proclamados con tambores o trompetas. El sonido que hacen es lo que San Juan de la Cruz denominó 'música silenciosa', y nos tenemos que esforzar para oírla. En el Chan, nada se consigue sin la atención.

Estas son, por tanto, las seis estrategias básicas de supervivencia tal como se encuentran en la vida religiosa. Para ver estos tipos del Samsara tal como existen en el mundo seglar vamos a imaginarnos que en una sociedad imaginaria las mujeres fueran obligadas a casarse a los dieciocho años de edad. Una mujer madura y razonable que está auténticamente enamorada tiene una buena posibilidad de entrar en una unión permanente con su marido; pero aquellas mujeres cuyo matrimonio no está tan santificado responderán probablemente a este evento traumático de acuerdo con los tipos anteriores. El Fantasma Hambriento iniciará una serie de relaciones temerarias; el Demonio pretenderá ser una esposa adorable mientras que en secreto despreciará el papel y, presumiblemente, a su marido; el Ser Humano se aprovechará del compañerismo para fusionar valores, diversificar beneficios e inversiones, y organizar parejas de tenis. El Titán se martirizará a sí misma; el Animal se someterá pasivamente a su destino; y el Ángel se unirá a la Junior League y a la Sociedad Sinfónica, seguirá cursos de Educación Continua y en un tiempo record emergerá como una de las jóvenes matronas y líderes de la sociedad.

Y si ocurre que en uno de estos matrimonios comienza una triste separación, la mujer, sola, miserable y confundida, seguramente recibirá de parte de la familia y amigos consejos que concuerdan con estas seis mismas perspectivas del mundo. Los Fantasmas Hambrientos la aconsejarán, "¡Vete y encuentra a otro hombre! ¡Hay más de un pez en el mar!". Los Titanes la castigarán, "¿Qué esperabas que fuera un matrimonio, una reunión de Tupperware? ¡Para de quejarte! Tú te preparaste la cama, ahora duerme en ella". Los Seres Humanos le recomendarían que se hiciera inmediatamente con un abogado, un consejero financiero, y que se hiciera socia de la YMCA. Los Animales, viendo que en el fondo no hay ningún problema ya que ella tiene derecho a su casa y se ha asegurado una cantidad suficiente de alimentos como para mantenerse, preguntarán incrédulos, "¿De qué te quejas? ¿Sabes cuántas mujeres divorciadas se quedan en la estacada sin nada? ¡Considérate agraciada!". Los Demonios, sin embargo, no tendrán ningún problema en reconocer la causa de su pesar, "¿Cómo no ibas a perder tu matrimonio con esas pintas? Pierde diez libras de peso, vete a ver a un estilista y sobre todo, ¡cómprate algunas ropas decentes!". Y, por supuesto, los Ángeles insistirán en que aproveche la oportunidad de expandir sus horizontes estudiando filosofía, psicología o, ahora que es 'una mujer con experiencia' y tiene cierta 'profundidad', escritura creativa.

En el Samsara, el mundo dominado y distorsionado por el ego, en cuanto alguien se ve envuelto en una crisis emocional, recibe o da consejo según estos seis tipos. Tal consejo se considera totalmente sensato y nadie percibe ninguna contradicción en creer, por ejemplo, que la felicidad consiste en ser rico y que hay un montón de dinero que se puede obtener explotando a los ricos descontentos.

El Samsara es una contienda en sí mismo. Cada segmento es una zona de guerra. Y la causa del conflicto es simplemente que el ego, debido a su auténtica naturaleza, existe en un estado perpetuo de deseo, anhelando amor, fama y poder y, desgraciadamente para todos nosotros, sin importarle mucho qué necesita para conseguirlo. Para triunfar en sus ambiciones llegará a mentir, estafar, robar, traicionar, matar, y generalmente manipular otros egos sin la más mínima piedad. Y si en el camino hacia sus logros ha descubierto cómo se valora la lealtad, la gratitud, o la generosidad, entonces buscará la fama justamente por ser grato, generoso o leal. Pero cuando percibe que semejantes virtudes no le van a aportar un beneficio inmediato, aplaza el ser un Número Uno y prescinde de tales nociones sentimentales. Los actos altruistas que se realizan porque el ego desea la estima generada por estas acciones, no son en modo alguno altruistas; por otro lado, los actos altruistas que se llevan a cabo desde un amor auténtico y libres de nuestra personalidad son actos que han trascendido al ego y de ninguna manera son Samsáricos.

¿Puede algún hombre atreverse a esperar que después de haber estado afanándose sin escrúpulos durante media vida para conseguir un objetivo podrá, al poseerlo finalmente, disfrutarlo durante más de dos semanas? No. En el momento en el que el ego consigue aquello por lo que ha estado luchando, devalúa su precio. El logro pierde su fascinación y el ego, aburrido y competitivo, inmediatamente dirige sus miras hacia otro reto más interesante. Vivir en los Seis Mundos del Samsara es vivir en un continuo conflicto, ganando algunas batallas y perdiendo otras, pero nunca se es capaz de mantener la paz. La Rueda del deseo gira sin trabas, una posesión tras otra, una relación tras otra, una conquista tras otra. Así es la vida bajo la tiranía del ego.

¡Ten lástima por el pobre maestro Chan! Ha hecho literalmente el voto de no descansar nunca hasta que haya liberado a todos aquellos que están bajo su tutela de la esclavitud del Samsara. Además, incluso, para guiar a sus fieles y buenos discípulos (del Séptimo y el Octavo Mundo del Chan) hasta la consecución del Nirvana, al mismo tiempo tiene también que guiar a todos los monjes y monjas de su monasterio, que están todavía en los Seis Mundos, a salvo fuera de su existencia engañada por el ego. Esta no es una tarea fácil.

Mientras una persona siga creyendo en sí misma, es decir, en la suficiencia de su propio ego para dirigirle hacia una existencia en paz, alegría y libertad, nunca podrá ser liberada. Mientras una persona piense que su ego consciente tiene el control total de su vida y que él solo puede manejarse con el fracaso y el éxito, nunca podrá ser libre. El ansioso ego y el Espíritu (La Naturaleza de Buda) son entidades mutuamente excluyentes. Donde está uno no puede estar el otro.

Por supuesto, ningún individuo consciente puede actuar sin un sentido de identidad. El ego del que estamos hablando es aquel que se valora y se juzga a sí mismo tal como valora y juzga a todas las personas y cosas de su entorno. El ego, entonces, es una criatura ficticia. No tiene una existencia real. Es un general-fantasma que debe ser relevado de su puesto únicamente siendo degradado, jubilado o asesinado. Este proceso de eliminación del ego, que los monjes y monjas cristianos llaman 'morirse a sí mismo' y al que los budistas ocasionalmente se refieren como 'matar al loco', es largo, tedioso, y, por definición, humillante.

En el Chan, idealmente, el maestro trata en privado cada día con cada una de las personas bajo su cargo. A aquellos que practican el Séptimo Mundo del Chan les asigna ejercicios que están diseñados para guiarles a unos estados controlados de concentración, meditación y samadhi. A aquellos que practican el Octavo Mundo del Chan, generalmente les asigna un acertijo duro de roer (un koan), el cual si es considerado con cuidado conseguirá en último término que el ego fugazmente se aniquile a sí mismo (el satori). Pero para aquellos que están en los seis mundos, el maestro ha de volver atrás hasta lo más básico. Durante las audiencias con estas personas, comienza el proceso de eliminación del ego determinando en cuál de los seis segmentos del Samsara se encuentra el novicio. Entonces el maestro ayuda al novicio para que se enfrente a la verdad sobre sí mismo. Sin esta confrontación, no puede haber progreso. El novicio debe ver por sí mismo cómo recurre a una estrategia de supervivencia en particular para conseguir sus objetivos, y cómo el uso de esta estrategia es contrario al progreso espiritual. El maestro generalmente tiene esperanzas en que ocurra un milagro y para provocarlo asigna unos ejercicios de meditación, pero es esencialmente mediante su propio ejemplo inspirador y gracias a sus instrucciones y advertencias, al mismo tiempo amables y ásperas, como el maestro es capaz de empujar al novicio a un elevado estado de despertar y cambio.

La dificultad de esta tarea queda ilustrada en la historia Chan sobre un maestro y tres novicios. El maestro saluda a sus nuevos pupilos y les comenta que la primera disciplina espiritual que les impondrá con efecto inmediato es la regla de absoluto silencio. Tan pronto como asiente con la cabeza y se da la vuelta, el primer novicio le dice, "Oh, Maestro. No puedo describir mi felicidad al recibir sus enseñanzas". En ese momento el segundo novicio le regaña, "¡Idiota! ¿No te has dado cuenta de que diciendo eso acabas de romper la regla del silencio?". Y el tercer novicio se lleva las manos a la cabeza y suspira, "¡Señor! ¿Es que acaso soy aquí el único capaz de seguir órdenes?".

En los monasterios antiguos y ya establecidos, el Maestro o Abad generalmente puede contar con un excelente sistema de ayuda. Todas las posiciones de autoridad en su monasterio, desde jefe de cocina hasta el supervisor de los jardines, están ocupados por personas realizadas espiritualmente, quienes forman un equipo de maestros totalmente iluminados. Sin importar dónde haya sido asignado un novicio a trabajar, éste permanecerá siempre bajo la atenta mirada de un maestro. Por tanto, su supervisión espiritual es así constante.

En las nuevas instituciones, sin embargo, puede haber un serio problema con los miembros del personal 'inmaduros'. Un recién llegado - tanto novicio como seglar - debe ser prudente en la selección de un consejero espiritual. No debería buscar ayuda en los jóvenes e inexpertos. (Los monjes maduros generalmente no aparecen en la naturaleza por debajo de los treinta y cinco o cuarenta años de edad). Además, debe considerar cuidadosamente cualquier consejo que reciba o petición que se le haga.

Aunque un monje inmaduro de los Seis Mundos es espiritualmente inútil, no tiene por qué ser necesariamente inofensivo. Algunos miembros del clero, a pesar de sus túnicas y poses piadosas, consiguen ser idiotas, bribones, o una perpleja combinación de ambos.


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Última modificación: December 03, 2004
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