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Ming Zhen Shakya
El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya
Traducido por < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY

Capítulo 2 - China

    Qué Maravilloso! ¡Qué Misterioso!
    ¡Cargo la leña! ¡Saco agua!
    Poeta Dao Anónimo

De todas las civilizaciones antiguas del mundo, China es la más joven. Esto es de alguna forma, sorprendente para los occidentales que tienden a pensar que los reyes de la China milenaria reinaban simultáneamente con los tiranosauros rex. Pero los huesos, la alfarería y otros artefactos, revocan incontrovertiblemente los dictados de esa suposición sentimental.

Tales evidencias arqueológicas como las que hay en China revelan que anterior a los últimos 25,000 años, su población esparcida y limitada era original-caucásica, se cree que los Ainus de ojos azules del norte del Japón eran los remanentes de esos habitantes primitivos. Entonces, por razones desconocidas, estos ocupantes de la edad del hielo desaparecieron del suelo China; y no hay documentación de que alguien, de ninguna forma, estuviera allí hasta que los pueblos mongoles de las regiones de Siberianas – con sus ojos estrechos (achinados) y adaptados al resplandor de la nieve – comenzaron a descender hacia China hace 10,000 años más o menos.

Los inmigrantes eran personas muy toscas y rudas. Ellos se habían desarrollado para la supervivencia, habiendo llegado a ser una raza de hombres, que en tiempos olvidados para ellos mismos, habían sido geográficamente separados por el frígido clima. Culturalmente, ellos también habían sido limitados por la nieve, ya que encontraron en las condiciones de su aislamiento, pocas ocasiones para el refinamiento. La adversidad y los sufrimientos, por las temperaturas que descendían anualmente hasta los –70 grados Fahrenheit, habían extraído de ellos toda la vanidad. Y lo que quedaba era fuerte e insensitivo.

No hay que sorprenderse entonces, que sus dioses no fueran las divinidades triviales del superávit tropical – aquellas deidades preciosas y aburridas que languidecían, con las uvas en la mano, entre las ninfas y los faunos de los bosques. Esas personas endurecidas habitaban mucho más al norte de los valles deliciosos del Jardín del Edén; y la perdición en tales lugares no llega por habladurías o por las serpientes astutas. Los dioses de las regiones árticas, son dioses del clima, y muy pocas veces ellos descansan.

La perdición llegó con las ventiscas o tormentas de nieve desconcertantes, en una tierra de hielo que prematuramente se descongeló, en copos de nieve que ahogaban, y en cellisca o aguanieve que saturaba la vestimenta de piel de animal y que garantizaba la congelación por el hielo de todas las partes del cuerpo o la muerte.

Los cambios inesperados en el clima fueron sus pruebas y sus aflicciones más amargas y dolorosas; y si estaban preparados impropiamente para las modificaciones, los ajustes, la adaptación y la crueldad brutal, ellos fracasarían simple y terminantemente. El clima imperdonable no tenía un proceso de apelación.

Y dado que sus vidas dependían de él, ellos estudiaban el testimonio del viento y las nubes, la lluvia y los copos de nieve, mirando siempre a los cuatros puntos cardinales de donde la evidencia llegaba. Estos eran los dioses a los que ellos le rezaban; y entendían perfectamente que ellos serían salvados o maldecidos de acuerdo a la voluntad trimestral.

En los sueños y los ensueños o fantasías, o en tiempos de angustia extrema y necesidades terribles, o incluso en momentos de gran paz, sentados por la noche alrededor del fuego, ellos podían ver los dioses de los cuatro horizontes aparecer tan misteriosamente como la aurora boreal, y montar sus espléndidos caballos a través de las estrellas congeladas.

Y también, durante las largas noches de sus residencias nómadas, ellos reverenciaron la embajadora del dios del norte, la estrella Polar, y la Osa Mayor que rotaba alrededor de ella cada noche, para marcar la hora, y así a medida que ella rotaba alrededor de ella misma anualmente, marcar los doce meses del año solar. Ellos observaron en los cielos claros del clima benigno, su curso cada noche, y vieron en su diaria rotación, las doce costillas de la gran sombrilla protectora. Ella fue su brújula, su reloj, su calendario y su bendición.

El único ser que ellos reconocieron como supremo fue el cielo mismo, que se extendía en los cuatro horizontes y abrazaba su preocupado mundo. Y así los inmigrantes descendieron en China en oleadas nómadas, siguiendo sus rebaños y culturalmente viajando casi sin nada que llevar con ellos. No había mucho acerca de ellos que se pudiera estimar hasta alrededor del año 2,200 A. C., en que su sociedad de repente floreció con el arte y los artefactos que merecían ser llamados Chinos.

Mesopotamia era una tierra adulta de 2,000 años o más, con mucha experiencia, cuando China nació.

La localidad de este florecimiento cultural, se encontraba en la planicie del norte a través de la cual fluía el Río Amarillo. Allí, en un escenario campestre coloreado de polvo ocre traído de Mongolia por el viento y el agua, los colonizadores encontraron el paraíso necesario para comenzar una civilización.

El río era el cordón umbilical que proveía a su comunidad embrionaria con toda la sustancia nutritiva que ella necesitaba: peces, aves acuáticas, barro, transportación, y en esa región árida, agua por sí misma. Rodeándolos, campos de pastos salvajes proveían pienso para sus animales y granos de cereal para ellos mismos, mientras que los bosques cercanos se podían usar para juegos, y los abastecían con la piel de los animales, con nueces, madera y leña. Ellos se asentaron y se llamaron a ellos mismos el pueblo Hua (próspero). No mucho después, ellos estaban domesticando ganado, cerdos, ovejas, perros, cabras, y pollos y estaban empleando la rueda de alfarería para confeccionar todo género de vasijas y recipientes de barro.

Quizás el milenio consumido en el retiro recóndito de la tundra sombría o en la oscuridad, los espesos [filosóficos] bosques de pinos les predispusieron a mirar con especial reverencia las planicies doradas y verdosas, y ver como misterios religiosos, los maravillosos cambios de los árboles deciduos y las plantas perennes. La idea del regreso cíclico repetido, entró en sus conciencias, y nunca se apartó. Todo lo que crece, decaería. Todo lo que se origina, mermaría. Todo lo que florece, se marchitaría. Y ellos intuyeron o vislumbraron perfectamente que el período de declinación o terminación está integrado al proceso, dado que él engendró, en su vitalidad o energía escondida, una luna nueva, una ola nueva, o una flor nueva para remplazar esa que ha muerto. El pueblo de Hua sintió con admiración las agonías de los ciclos de las estaciones del año y especuló sobre los latidos que eran seguramente divinos. Los dioses y las ocasiones para adorarlos estaban en todas partes.

Había dioses en los árboles y dioses en las piedras. Las montañas eran dioses, como también lo eran los arroyos que murmuraban donde ellos se encontraban. Había dioses en las praderas y dioses en las semillas, y había dioses incluso en los objetos admirables que sus artesanos hacían con sus propias manos.

Al principio, las personas miraban todas las cosas meramente como una reserva de energía provechosa o destructiva. Una vasija podía contener grandes cantidades de energía beneficiosa mientras que otra vasija – muy parecida en apariencia – podía ser virtualmente impotente, o peor, podía estar llena de fuerza diabólica. (Cuatro mil años extraídos de ese pueblo, podemos sentir una afinidad secreta. Nosotros, también, sabemos que personas, lugares o cosas nos traen mala suerte y cuales son las que parecen siempre hacer que los acontecimientos sonrían en nuestra dirección. Todos nosotros tenemos amuletos secretos y camisas que nos dan buena suerte.)

Pero gradualmente, la suerte o la energía contenida en un árbol o una montaña fue personificada. Las personas comenzaron a creer que la montaña estaba habitada por una clase de genio, una criatura que no estaba simplemente capacitada para ayudarlos u obstruirlos a lograr sus deseos sino que algunas veces tenía deseos propios.

Un dios que definitivamente tenía deseos propios era el río; y ese dios, juzgándolo de cualquier forma, era definitivamente un gran dios. Pero, diferente a los otros dioses de las cuatro direcciones que usualmente proveían a los devotos alertas con señales de sus intenciones, el dios del río era singularmente incomunicativo; porque aunque las personas examinaban de muy cerca y sistemáticamente las aguas para encontrar algún signo, ellos no podían encontrar ninguno que les indicara sus planes.

El Río Amarillo surgió desde las montañas del Tibet y cayendo desde esas alturas a través de los estrechos desfiladeros, llegó a ser una garganta monstruosa que removió, tragándose, toneladas de los depósitos de barro mongoles que le dieron su nombre. Una vez cargado con este sedimento amarillo, el río siguió su curso lánguidamente desde un horizonte plano hasta el otro... por la mayor parte de los años. Pero cada verano, más temprano que tarde, cuando las distantes nieves de los Himalayas comenzaban a derretirse, el río, sus contribuyentes devoradores, llegarían a levantarse violentamente y sin ninguna meced inundarían la tierra. La vida de las personas y de los animales, las casas y los graneros serían barridos en torrentes coléricos.

Y todas las veces que tal desastre era inminente, los hombres Hua, infectados con el machismo peculiarmente virulento del Oriente, decidirían que el dios río se había irritado por la falta evidente de sexo. La cura para esta enfermedad se encontraba (¿en qué otro lugar podría estar?) en la carne dulce de una niña tímida, y ellos rápidamente seleccionaban una virgen bella, la engalanaron con atuendos atractivos y la montaron en una balsa sobre las aguas turbulentas. Entonces ellos esperaron que el dios río la consumiera en un engullido lascivo, y rezaron para que cuando su pasión se hubiera consumido, él se retirara de nuevo a su cause y los dejara a ellos retirarse también al suyo.

A través de las edades, año tras año, los Hua fueron obligados a colocar la carga de la supervivencia de su civilización sobre los hombros frágiles de una temblorosa niña. Nadie pudo pensar en una forma mejor de hacerle frente a un río lascivo o libidinoso.

(Nadie, ni siquiera descendiendo a los tiempos modernos, han encontrado una forma mejor. Debido mayormente a los siglos de proyectos ingeniosos aventureros, que trataban de contener el agua construyendo bancos pero sólo triunfaban en acumular el barro y subir el cause del río – algunas veces 70 pies sobre el nivel de las aguas – en 1931, desde julio hasta noviembre, el río inundó 40,000 millas cuadradas. Un millón de personas se ahogaron o murieron por enfermedades y hambruna. Ocho millones se quedaron sin hogares.)

Las formas voluptuosas y eróticas del río se habían, incidentalmente, inscrito ellas mismas sobre el idioma chino. Donde los occidentales usaban el color rojo – el escarlata particularmente – para indicar pasión y lujuria salvaje, los chinos usaban el amarillo para el mismo efecto.)

Con ninguna tecnología antirreligiosa para protegerlos, los Hua llegaron a estar comprensivamente obsesivos y fanáticos con amigos que ayudaban y espíritus influyentes. Los afectos por los dioses era claramente algo con lo que no se podía jugar. Las personas tenían que saber su posición en las encuestas de popularidad divina.

La percepción era un juez tan infalible para ellos como lo es para nosotros. Un hombre que su manada se multiplicaba en cierto lugar de una montaña creía que estaba favorecido por el dios de la montaña, al igual que un hombre que se rompía su pierna mientras estaba caminando sobre el mismo terreno, sabia hasta cierto punto, que sus relaciones con la montaña podía mejorarse.

¿Había una forma de determinar con anterioridad, para ser exactos, antes de que un viaje comenzara o antes de que una manada se moviera, como los espíritus del propietario responderían a la intrusión o calamidad? Sin duda alguna. El curandero o médium podía decirlo, por un precio establecido, por supuesto.

Los médiums tenían el poder de entrar en trance y entonces, en esa condición, transmitir o enviar sus espíritus a una deidad en particular. Aquí, los médiums se dividen en dos clases; la primera es, la de los profesionales locuaces (conocidos por todos como médiums o canales espirituales) que generalmente se dirigían a deidades de acuerdo a las especificaciones de un cliente en particular o a las demandas de un grupo que se había reunido; y la segunda, la de los amateurs retirados (conocidos por todos nosotros como místicos, contemplativos o ascéticos) que buscaban sus dioses para motivos profundamente personales que no tenían nada que ver con el dinero, la fama, o el poder.

Los médiums profesionales contactarían la deidad especifica que, si estaba gentilmente dispuesta hacia su visitante, entraría en el cuerpo del médium y usaría sus cuerdas vocales para comunicarse con sus interlocutores humanos.

No todo el mundo podía llegar a ponerse en trance. Los médiums eran personas muy especiales que tenían que ser tratados con un cuidado y respeto especial dado que los dioses eran muy prejuiciados en sus favores. (La infelicidad, como veremos, era un prejuicio que terminaría frecuentemente, hablando en la fraseología CIA, en una acción extrema.)

La cantidad de espíritus, medida por cualquier escala, prontamente se hizo mayor que la población de los mortales. Ellos estaban en todas partes. Y justo cuando los Hua pensaron que ellos no podían ubicar otro espíritu más en su tierra, aire o agua, un ejército de espíritus ancestrales comenzó a invadir sus domicilios.

Porque si en una piedra podía habitar un espíritu, ¿no era razonable suponer que también en una casa podía habitar uno?

En el antiguo sistema de supervivencia de los Hua, los lazos familiares estaban muy firmes. Apiñados en contra de las borrascas árticas, ellos habían llegado a apreciar la cercanía y el calor de cada uno, no literalmente, sino como necesidades palpables.

Por mucho tiempo mientras que el hombre era nómada, su espíritu no podía llegar a estar íntimamente asociado con un lugar en particular. Cuando él moría, sus restos podían estar en cualquier parte. Pero cuando el hombre llegó a asentarse, él pudo fácilmente nacer, vivir y morir en el mismo lugar pequeño y agradable. Su familia podía observarlo en su banco de trabajo y mirarlo en su cama oyéndolo roncar. Él podía ser enterrado cerca de ellos. Así que comprensible y profundamente él podía llegar a identificarse con sus contornos, y le parecía inconcebible que su espíritu también no habitara su casa y que él no pudiera tener justamente preferencias personales como el dios de una montaña. Y quizás muchas más.

Desdichadamente, los espíritus ancestrales no eran necesariamente buenos y agradables para aquellos que compartían sus viviendas o direcciones.

Para estar seguro, una niña recordaría y le rezaría tiernamente a su madre muerta para sus espíritus tiernos y gentiles siempre estuvieran allí para guiarla y protegerla. Pero cuando, como novia, esta niña se mudaba al hogar de su esposo, ella estaba sola e indefensa en contra de cualquier espíritu residente que estuviera inclinado a ser celoso e inhóspito. Primero, ella probablemente encontraría un ogro habitando el cuerpo viviente de su suegra – un descubrimiento que ella compartiría con el resto de las novias del mundo. Pero, la novia Hua, a diferencia de la mayoría de las otras, no podía encontrar descanso en la muerte de la persona que la atormentaba. La tenacidad del espíritu de la vieja exigiría en una demanda ‘post mortem’ la obediencia y la reverencia. Y sin las propiciaciones o aplacamientos propios y un constante consentimiento a su voluntad, ella llegaría a ser un espíritu diabólico, causando que la comida se quemara, los utensilios se perdieran, los cuchillos se rompieran, o más hijas que hijos nacieran. ¡Oh Señor! Mejor es mantener a la vieja bruja feliz.

Más allá de la jerarquía de los espíritus ancestrales en cada casa, había, en cada pueblo, una jerarquía de la total comunidad de fantasmas. Y un fantasma ganaba rango en esa sociedad de acuerdo a la calidad de la reverencia y los respetos pagados por sus descendientes. Si un fantasma o espíritu se había incomodado por la falta miserable de la demostración de afecto de su familia, esto es, si se le había enviado al más allá sin un mobiliario adecuado y los instrumentos y utensilios necesarios para mantener propiamente la familia, él ‘perdería la apariencia’, un desaire que lo haría miserable y decididamente cruel. Por lo tanto, para asegurar que el espíritu continuaría usando sus influencias para mejorar y no empeorar las vidas de sus parientes, los vivos hacían una gran demostración de su gran consideración por el amado que se había ido. Toda clase de cosas costosas iba ‘dentro del hoyo’ con el amado. El costo del funeral era una causa frecuente de bancarrota.

(En los últimos años de prosperidad de los Hua, si el muerto había sido rico o de familia real y estaba acostumbrado a ser servido y entretenido por sirvientes, poetas, músicos y por supuesto, vírgenes y cortesanas, todo eso aplicaba e iban al hoyo también, para mantener el amado eternamente en el mismo estilo de vida que él se había acostumbrado temporalmente a tener.)

Pero el sacrificio filial no terminaba con el funeral. Era necesario festejarle al fantasma los aniversarios de la fecha propicia de su nacimiento. Dado que todos sus descendientes eran invitados obligatorios, las fiestas de cumpleaños para el muerto, podía fácilmente mantener a las familias vivientes hambrientas y en deudas.

Para mantener una buena relación con el muerto, era necesario consultarlo para obtener su consejo y conocer sus preferencias. Hablar con los fantasmas, para los mediums comerciantes, llegó a ser una industria de escala; un sorprendente número de personas que habían sido en la vida tímidas o incomunicativas, llegaron a ser absolutamente extrovertidos en la muerte. Los espíritus ancestrales siempre tenían muchas cosas en sus mentes.

Y por lo tanto, en aquellos días tempranos del desarrollo de la religión, cada comunidad se le paraban los pelos de punta, se erizaban con los demonios, las ninfas, las hadas, los genios, los fantasmas y los espíritus de cada credo y denominación.

A medida que el espacio etéreo llegó a estar congestionado con los escuadrones de espíritus destructivos y hechiceros interceptores, el poder de controlar llegó a ser un asunto de urgencia. Este espíritu supremo y dios sobre todos los dioses no solamente contenía todos los otros espíritus, sino que podía, si así quería, dirigirlos. Y era muy apremiante, definitivamente, imponerle un deber de responsabilidad para el mantenimiento de alguna clase de orden.

Justo como se cree, que un hombre que sus manadas se multiplican en masa sobre una montaña está favorecido por el dios de la montaña, un hombre que el liderazgo de su tribu trajo prosperidad a su pueblo, se cree que está favorecido por el líder, el dios del cielo.

Pero entonces… mientras más ese líder y su comunidad piensen acerca de eso... no serán suficiente los muchos favores. La ‘Paternidad’ era considerada casi conforme a la verdad.

Y también el cielo, el dios del mandato irrevocable sobre todos los dioses, usando como su médium de inseminación la semilla comestible de la perla blanca de la hierba salvaje – conocida por nosotros como las lágrimas de Job – procedió a impregnar a la hembra humana que era y permaneció virgen. Su renuevo, imperceptiblemente incrédulo por los impedimentos, brotó en el mundo como un macho humano. Así comenzó la Dinastía Xia, (2000 - l500 A. C.) la primera de las tres familias gobernantes de la antigüedad.

El Hijo del Cielo, fue naturalmente más que la cabeza del estado. Él fue el pontífice, el puente entre la tierra y el cielo, un arbitro de conflicto entre la carne y el espíritu, y un mediador entre el hombre y todos los otros dioses. Él sólo poseía la majestad para confrontar su padre y demandar, o, quizás, respetuosamente pedir, que sus compañeros y colegas, los dioses inferiores, fueran forzados a cooperar, proveyendo, para el bienestar público de la comunidad.

El Hijo Xia del Cielo y sus herederos reales nunca triunfaron en llegar a ser más que unos soberanos titulares, o sea, funcionaban más bien como clérigos espirituales o mediums que como reyes. Porque cualquier tendencia hacia un gobierno fuerte central o una verdadera monarquía había sido restringida por la forma en que el reinado estaba organizado.

Las comunidades Xias estaban enlazadas por millas a lo largo del río como cuentas de un collar. Ellas podían ser fácilmente removidas, individualmente, por un pequeño grupo que las invadiera. La defensa en contra de las tácticas de esos asaltantes que llegan, asaltan y se van, era, y solamente podía ser, un asunto local.

Y a medida que los Hua prosperaban, sus fieros y casi-civilizados primos – los jinetes del norte y de las tribus nómadas de los alrededores – habían definitivamente comenzado a invadir sus fincas y ranchos, llevándose a sus mujeres y posesiones.

Los lideres tribales desarrollaban una milicia y hacían lo que podían para pelearse con el enemigo. Pero los Hua eran una meta estacionaria, mientras que los jinetes eran una meta en movimiento, y esta ventaja injusta, frustraba a los jefes y los hacia todavía más controversiales. Por lo tanto, como los hombres de la nobleza están acostumbrados a hacer, ellos se agredían unos a otros para reemplazar las mujeres y las propiedades que habían perdido.

El Hijo del Cielo continuó levantando sus armas y demandando a su padre para que le arreglara sus problemas, pero el cielo simplemente no le importaba involucrarse. Por el año 1500 A. C. ya había repudiado a sus hijos completamente. Con solamente bardos o juglares para contar la historia, el período de la dinastía Xia terminó en calamidad.

Pero la edad de la capacidad de leer y escribir estaba en su camino y desde los disparates del tiempo legendario, una línea clara fue dibujada: la dinastía del poderoso Shang llegó para estampar su considerable marca.

Esta vez, el semen divino contenía el huevo del un maravilloso pájaro. Una dama Shang comió el huevo y dio a luz un nuevo Hijo del Cielo, uno que entendió el valor de las municiones protectoras. Los reyes Shang rigieron en la edad de bronce y le dieron a sus guerreros armas de metales y corazas gruesas con las que podían ser protegidos, organizándolos en una fuerza militar ampliamente desarrollada. Ellos también tenían cuadrigas, que proporcionaban a sus arqueros plataformas protectoras movibles.

Los Hijos del Cielo de Shang presidieron sobre una clase diferente de territorio. Era mucho más grande y más poblado, extendiéndose a lo largo del Mar Amarillo. Se llamaban a sí mismo el Reinado Medio, modestamente adecuado, ya que se consideraban ser, el centro de lo que era el resto del universo.

Consolidar nuevas tierras que habían sido adquiridas a través de la guerra y el trabajo de demolición para facilitar los movimientos de las tropas, presentaba dificultad, pero eran problemas rutinarios; los problemas que confrontaban los Shang eran aquellos presentados por las tierras en sus mismos territorios originales.

La cuenca del Río Amarillo, siendo anualmente prefertilizada por las ricas sedimentaciones de arena y barro de Mongolia que eran traídas por las inundaciones de verano y los vientos de invierno, era maravillosamente productiva. En respuesta a esta generosidad, la población había aumentado rápidamente; y en respuesta a ese aumento, inmensos pedazos de florestas y bosques habían sido convertidos en tierras de cultivo. A medida que estas tierras de cultivo se extendían en áreas que estaban más allá de la capacidad del río para regarlas, los Shangs diseñaron sistemas de irrigación. Pero, a medida que más y más granjas iban situándose más y más lejos del río, estos sistemas rudimentarios de irrigaciones eran desastrosamente insuficientes.

Los ranchos o granjas remotas dependían enteramente de la lluvia, y la única lluvia que caía en la cuenca completa era la de los ocasionales rabos-de-tormenta en el Mar de la China. La hierba salvaje y robusta, original del área, se había adaptado perfectamente al clima; pero la cosecha introducida por los campesinos quería que la cuidaran un poco más. El dios de la lluvia, la deidad caprichosa y mezquina que sus formas miserables habían sido previamente una irritación molesta pero tolerable, ahora llegaba a ser un desventurado problemático al igual que el dios del río. Y el dios del río había llegado a ser todavía más incorregiblemente desenfrenado dado que la destrucción de la floresta había empeorado el problema de la inundación añadiendo los sedimentos excesivos de la erosión del fango.

Afortunadamente, el abastecimiento de vírgenes, no estaba limitado, era por lo menos adecuado para las necesidades sexuales del río. Pero la lluvia presentaba diferentes problemas. Las dificultades con el río eran tan antiguas como el pueblo de Hua mismo. Pero la lluvia no llegó a ser un problema hasta que estuvieron listos y en su lugar un número enorme de mediums o espiritualistas.

A medida que los Shangs asentaron su gobierno, las primera indicaciones de deficiencia, una gran danza de lluvia fue ejecutada bajo el cielo abierto. Ella fue una apelación, no al dios de la lluvia – él ya había probado ser obstinado e inflexible, sino al ser supremo, el cielo mismo.

Guiados por el rey, el Hijo viviente del Cielo y un médium extraordinario, el pueblo solemnemente era influenciado, rítmicamente implorando al gran espíritu que intercediera en su favor y le ordenara al dios de la lluvia que hiciera su trabajo.

Si no llovía, la táctica de la ‘merced’ era usada. El rey lentamente removía sus vestiduras y exponía su delicado cuerpo al sol quemante. Y si la visión de su hijo con el cuerpo quemado no era suficiente para hacer que las lágrimas cayeran en cascadas por los cachetes divinos sobre la tierra deshidratada, entonces, claramente, el espectáculo no era suficientemente deplorable.

Un sustituto para el rey era escogido y en un intento de levantar el cociente-lastimoso y miserable, un gran fuego era encendido y el Hijo sustituto del Cielo era asado por no decir quemado.

Pero en las provincias, removidos de la presencia del descendiente Celestial, la danza era coreografiada diferentemente. Las personas escogían un médium que sus talentos oráculos habían claramente demostrado el afecto divino; y durante la danza pública y el acto de removerse las ropas del médium, ellos esperaban que las nubes se formaran. Pero si el cielo permanecía indiferentemente frío y azul, ellos encendían el fuego, esperando que los ruegos por lluvia pudieran ordenar más atención si llegaba de las gargantas familiares de uno de los viejos dioses, y procedían a reducir uno de los mediums de la población. El ser favorecido por la divinidad, tenía sus riesgos y peligros relacionados con el trabajo.

Si la pérdida de un par de cuerdas vocales no podían hacer lagrimear a dios, nada podía.

Aprender la voluntad divina fue la única obsesión del rey Shang. ¿Cómo podía él, prevenir los ataques de los jinetes del norte? ¿Qué podría él hacer para mantener la paz entre las tribus? ¿Y, por qué, oh, por qué el Cielo ponía tanta agua en un lugar y no suficiente en otro?

Los mediums de todo el reinado convergieron en la corte para ayudar al rey a descubrir las señales de las intenciones divinas. Pero los mediums, que les gustaba el pago y el amor de la atención, querían un poco más, en forma de seguridad en el trabajo. Ellos veían claramente por su mejor interés, el exponer una forma mejor para investigar el escenario celestial.

La adivinación, usando instrumentos que estaban más fácilmente dispuestos o inclinados que esos de sus laringes, fue la respuesta obvia. Segmentos de carapachos de tortugas o secciones de huesos de animal (las paletas de los hombros) fueron designados como “sí”, “no”, e “indeciso” y el médium, después de presentar una pregunta, aplicaba un atizador caliente al hueso o el carapacho que, respondiendo al intenso calor, se fracturaba. Si el dios que tenían como meta era duro y negativo, la fractura iba directamente a la sección del “no”. Si, por otra parte, él estaba inclinado afirmativamente, el pedazo fracturado iba directo al “sí”. Si dudaba y no podía decidir o particularmente no le importaba comprometerse con ninguna de las dos formas, el pedazo partido iba a la sección de “indeciso”. Era una solución ingeniosa; pero también estaba limitada. Porque había muchas preguntas que no podían ser respondidas con un simple sí, un simple no o un simple quizás.

De manera que los mediums hicieron unos pequeños dibujos sobre los huesos para representar acciones, números, o nombres de personas, lugares y cosas.

La escritura comenzó entonces, no como medio para documentar reportes, o indicar la posesión de algo, o emplearla en cualquier clase de teneduría comercial; ni fue planeada como medio por el cual los hombres podían comunicarse correctamente los unos con los otros y tener un documento permanente de los mensajes que habían llevado a cabo. Habiendo sido ese el caso, entonces, el esfuerzo inicial habría poseído, mejor eficiencia, claridad y uniformidad de línea. Pero esto no fue así. La escritura, en China, comenzó como una disciplina de adivinación o profecía. La intención era ser esotérica, como las criptas enigmáticas y ocultas y los símbolos de los clarividentes y los astrólogos son hoy en día. La ignorancia mística de los clientes contribuía grandemente a cualquier conjura mágica.

Para complicar estos comienzos pedagógicos, cada grupo de mediums tenía sus propios ideogramas o símbolos.

Pero muchos mediums, particularmente los místicos, que no estaban impresionados por los clientes cortesanos y sus interrogaciones pedagógicas, continuaron consagrando formas para comunicarse con los dioses antiguos. Las mujeres, en particular, cultivaban una espiritualidad excepcional y, perdidas en la embriaguez y éxtasis de los trances, adquirieron el conocimiento carnal de los cuatros grandes dioses direccionales. El dios del Este, la dirección desde la cual la lluvia llegaba, era el más importante de sus adulterios divinos. Y, dado que tales mujeres estaban seguras de controlar la atención y pensamiento de este amo de la lluvia, ellas eran frecuentemente quemadas. El fuego y las cenizas blancas llegaron a estar asociados por siempre con el dios del Este.

Pero el sacrificio de tantos humanos, animales y objetos de arte y textiles, hicieron muy poco para aminorar las cargas de la vida. Las inundaciones, las sequías, los pillos del norte, los ancestros insaciables, la plétora de dioses, el empeoramiento de las guerras ínter tribales, los consejos confusos de adivinaciones conflictivas, y las corrupciones que tales impostores y fraudes ocasionaron, todos contribuyeron al colapso de la dinastía Shang.

Como resultado de la caída de la dinastía en el año 1028 a. C., la población de espíritus convirtió los caminos espaciales en una congestión de tráfico virtual. Era la clase de parálisis que hizo inevitable la invasión extranjera. Los occidentales poderosos, los Zhou, barrieron y arrasaron para abrir su camino a través del tráfico.

Y, al igual que los reyes Xia llegaron por el camino de las semillas que eran tan importantes para los campesinos primitivos, y los reyes Shang llegaron a través del huevo protegido que respondía a las necesidades militares, así también los reyes Zhou llegaron a ser los hijos del cielo inmaculadamente concebidos por la huella de dios pisada por una dama Zhou. La huella divina los guiaría fuera del caos.

Los Zhous se movieron rápidamente para establecer el orden. Ellos reemplazaron el sistema tribal por el feudalismo, nombrando a sus parientes en las posiciones que estaban vacantes o en las que los jefes habían sido derrotados, y enfeudando a ambos de ellos y los jefes que habían sido sus aliados. Las personas ya no eran más miembros de una tribu: ellos eran vasallos. En el nuevo sistema, las personas pertenecían a la tierra; la tierra pertenecía a los barones; y los barones pertenecían al rey o por lo menos así a él le gustaba pensar.

Con la excepción de los cuatro dioses direccionales, el cielo y los ancestros irreprensibles, el Hijo del Cielo de Zhou desalojó los ejércitos de espíritus que habían residido en su reino. Los mediums profesionales eran oficialmente desalentados y desaprobados, por ejemplo, los mediums profesionales eran ejecutados. El orden significa conformidad, y la conformidad podía ser obtenida solamente a través de un sacerdocio alfabetizado y organizado – un sacerdocio que estuviera limitado por rituales y ceremonias homogéneas, y sobre todo, pronunciamientos divinos codificados. Benevolentemente déspotas, los Zhous realizaron que la clase de orden que ellos querían mandar tenía que emanar de las cualidades inherentes en cada individuo o grupo. Una responsabilidad personal y no el soborno de los espíritus era lo que ellos buscaban y querían. La huella divina en la cual su reina pudiera pisar marcó el camino de la virtud.

En ninguna de todas las interrogaciones obsesivas de los espíritus de Shang había (des) aparecido la palabra virtud. Repercutiendo por tal abandono, la virtud llegó a ser el lema de los Zhous, a medida que la palabra orden llegó a ser operativa en sus decretos.

Creyendo que la naturaleza humana era inherentemente buena y que el error era el resultado más bien de la confusión que del intento deliberado, ellos crearon El Libro del Cambio, el Yijing (I Ching), un instrumento extraordinario que, incluso después de tres mil años de publicado, permanece como uno de los trabajos más astutamente planeado y calculado de toda la literatura religiosa.

En su superficie, el libro aparece ser un almanaque adivinatorio o profético, la ilusión de la participación supernatural siendo facilitada por la selección al azar – a través de tirar palitos o monedas – de uno de los sesenta y cuatro hexagramas, cada uno de los cuales tenía su propio específico consejo textual.

Para ser efectivo, un oráculo o pronosticador debería ser intrépido, breve y críptico o misterioso; y el Yijing es precisamente eso. Él identifica la naturaleza del problema de la persona que lo está preguntando en unas líneas abiertas llamadas ‘El Juicio’ y procede a sugerir, en unas líneas llamadas ‘La Imagen’, una estrategia atractiva.

De hecho, el libro es un instrumento psicológico designado a traspasar la información emocional confusa e impenetrable que frecuentemente confronta una persona que debe hacer decisiones difíciles. La suposición básica, por supuesto, es que la persona subconscientemente sabe que el curso de acción es preferiblemente o moralmente superior pero que él es incapaz conscientemente de ver esa alternativa porque los argumentos en pro y en contra lo han confundido a él momentáneamente. El Tijing, a través de sus consejos o instrucciones ambivalentes, lo engaña y lo convence a ver la opción que él inconscientemente prefiere. No importa cual de los sesenta y cuatro hexagramas él sacó. Todo en el consejo es prejuiciado hacia una conducta benigna o moral. En su forma vaga pero autoritativa, el libro aconseja restricción emocional, precaución, respeto por la vida, y así sucesivamente, y especialmente a alguien que está agonizando sobre una decisión, milagrosamente le sirve para clarificar la opción ética y deseada.

Naturalmente, cuando se emplea con propósitos de profecía el Yijing es tan inservible como una taza de hojas de té humedecidas.

Los Zhou, capaces ahora de poner todos los recursos militares bajo una orden centralizada, tomaron la iniciativa de acción en contra los bárbaros del norte y las recalcitrantes tribus vecinas. Habiendo asegurado la paz, ellos se movían inmediatamente para llevar a cabo proyectos completos de irrigación, cavar canales para el drenaje del río, construir carreteras y muchos trabajos públicos, y construir largas extensiones de paredes a lo largo de la frontera del norte, no para mantener los hombres afuera, porque los hombres podían fácilmente treparlas, sino para mantener a los caballos afuera, porque sin sus montañas los hombres del norte no eran ningún reto ni peligro.

En muchos lugares donde las paredes terminaban, postas militares de intercambio fueron establecidas; los enemigos del norte obtenían comida, cerámica e implementos de metales mientras que los sureños obtenían caballos para ellos mismos. Los caballos eran la posesión única más preciada en el reino de Hua.

Por quinientos años el arte y la ciencia florecieron: la poesía, la pintura, la medicina, las cerámicas, la metalúrgica, los textiles, la astronomía, y la arquitectura. La sociedad comenzó a estratificarse: las familias aristocráticas que regían, los hombres militares, los educadores, los campesinos, los artesanos y, como la última carta de la baraja, los mercaderes.

El reino comenzó a traficar internacionalmente. Las ciudades con puertos se llenaron con representantes de venta de la India, el Tibet, Persia y el Levante o los pueblos Levantinos (los países que bordeaban el este del Mar Mediterráneo desde Turquía hasta Egipto).

Pero mientras los Hua trataban los visitantes extranjeros con tolerancia cortés ellos no estaban tan bien predispuestos hacia sus vecinos inmediatos. El logro los había hecho increíblemente arrogantes hacia aquellos de logros tecnológicos inferiores. Para los Hua, solamente los Hua eran seres humanos.

La dieta y algún comercio inherente con las provincias occidentales le habían dado a los Hua una apariencia diferente de aquella de sus primos norteños a los cuales ellos veían ahora como obviamente barbáricos... ‘perros’ en el sentido figurativo de la palabra. Pero los pueblos Mang que vivían en el sur del Reinado Medio, en la China del Sur, Vietnam, Birmania y Tailandia, cuyos ojos eran redondos, como ‘perritos’, y cuyo pelo algunas veces tenía una onda como esa de algunos perros denominados ‘spaniel’, o incluso un rizo de poodle, eran realmente perros, o mitad-perros. De hecho, de acuerdo con la creencia Hua, un rey Hua había una vez prometido la mano de su hija a cualquiera que le trajera la cabeza de su enemigo. Un perro logró esta acción notable, ¿y qué pudo hacer el rey? El perro, tan considerado como valiente, removió el espectáculo de parear hacia el sur, mucho más allá del campo de visión royal. Por haber hecho algo, los descendientes eran reptiles y simios así también como caninos. (De forma que esta historia del génesis autoritariamente publicó que mil años después las personas del sur estaban todavía sacrificando su perro ancestral. Los ideogramas chinos que actualmente se usan para los del sur contienen esos elementos animales.)

Poco a poco, inexorablemente, la armada de espíritus de la naturaleza regresó a ocupar el territorio Hua; pero su efecto fue grandemente constructivo y beneficioso. Porque no solamente los dioses naturales sirvieron para mitigar algunos de los actos más insolentemente audaces y ridículos de los ancestros, pero, promoviendo y renovando la idea de los espíritus en los objetos, podemos ver, que para un jinete muerto, el espíritu de un caballo de barro podía llevarlo justo tan lejos como el espíritu de un caballo de carne y hueso; o que el espíritu de una pequeña silla de papel puede proveer tanta comodidad a las caderas de un espíritu ancestral como lo puede hacer un diván otomano de tamaño normal.

Libre de las muchas obligaciones financieras hacia el muerto, el hombre promedio prosperó.

El rey, también encontró una vida más fácil. No siendo más un instrumento pasivo de la comunicación divina, el médium de dios, él llegó a ser el actor principal, el sacerdote de dios, él que oficiaba las ceremonias y conducía los rituales. Y él triunfó en su nuevo papel de acuerdo a la exactitud con la cual él hizo su presentación. Porque las nociones de la magia compasiva habían saturado completamente su imaginación religiosa. Una cosa produjo la otra. Cuando una cualidad en un lugar fue alterada o creada, una cualidad similar en otro lugar respondió similarmente. (Hoy por ejemplo, todavía encontramos en muchas sociedades, que las mujeres preñadas no comen vegetales ni frutas ‘idénticas’ por el temor a dejar que la cualidad de repetición entre en sus cuerpos y produzca gemelos. Una idea similar se imparte en las prácticas del vudú en el cual una muñeca modelada de acuerdo con un individuo especifico puede, cuando es pinchada en sus piernas, causar la sensación de dolor en las piernas del modelo humano.)

Por lo tanto, si el Hijo del Cielo quería regir en el cielo y en la tierra, él meramente tenía que conducir todos los rituales apropiadamente con un orden exacto. Si erraba en la actuación del ritual, entonces, de alguna forma u otra, precipitaría el desastre.

Fascinados con los esquemas del poder mágico, los reyes Zhous, con precisión prodigiosa, conducían todos los rituales religiosos conscientes de que cada movimiento de un dedo era duplicado en alguna parte en las actividades del cielo; y que cada sílaba pronunciada era una nota en la música de las esferas celestiales, la señal del canal descendiente que mantenía la tierra y las estrellas en armonía melódica. El reinado prosperó completamente porque el orden había sido virtuosamente determinado y establecido.

Y para supervisar todo este orden virtuoso, para controlar todos los trabajos públicos y proveer para la regulación del comercio, la industria y la educación, y, por supuesto, colectar los impuestos, los honorarios y las multas, una vasta burocracia fue establecida, a la que le seguía el nepotismo, la malversación, la malicia, la extorsión, la corrupción, la envidia, y el odio en grandes cantidades.

Más y más a los barones le importaban menos y menos las órdenes del rey. Más y más ellos se veían a sí mismos como soberanos de sus propios estados, decretados por el destino para mantener la cadencia de los tiempos. Los hombres de acción que apreciaban más la precisión en los ejercicios militares que en los cantos ceremoniales, comenzaron a agitarse en sus capitales.

Y como resultado, mientras que el Hijo del Cielo prevenía que el Cielo se cayera manteniendo su cabeza en el ángulo correcto, los nuevos monarcas se miraban las tierras unos a otros, bajando sus lanzas y neutralizándolas.

Los reyes Zhous que habían triunfado muy bien en mantener el orden entre los planetas distantes eran inexplicablemente incapaces de mantener la menos semblanza de orden en el centro del universo, su propio Reinado Medio. La guerra civil era la orden del día.

Para combatir el desorden de los estados rivales, dos grupos de filósofos competidores ofrecieron su asistencia: los Confucianos, que creían que el hombre era inherente bueno, y los Legalistas, que creían que el hombre era inherentemente maligno.

Los Confucianos vieron el orden cívico como una consecuencia del orden familiar. Las relaciones familiares eran unas relaciones naturales que involucraban responsabilidades inherentes. Por lo tanto, la virtud consistía en la conformación obediente a esas leyes naturales, ejemplo, el dharma. Los padres naturalmente instruían a sus hijos que naturalmente obedecían. El Cielo dirigía su progenie, el rey, que naturalmente actuaba de acuerdo con la orden. Igualmente, de la misma forma, los magistrados del rey actuaban como patrón, ayudando y castigando al hombre común sumiso e inmaduro que hacía lo que se le decía – ¡o se atenía a las consecuencias! – y así los ancestros muertos se levantaron al reto de guiar a sus descendientes vivos que, por supuestos, en perfecta sumisión y conformidad, bajaban la cabeza en una perfecta ceremonia natural.

De acuerdo con este esquema, cuando un individuo se forzaba a él mismo y sacrificaba su estrecho interés al mucho mayor interés de su familia, había armonía y prosperidad en la familia. Y cuando tal sacrificio moral había sido enseñado al nivel familiar, los hijos honorables se desarrollarían para tomar sus posiciones de responsabilidad en la familia de las familias, el gobierno de la burocracia.

Los Confucianos no dejaban nada a la posibilidad o probabilidad. La conducta de cada persona era gobernada por las reglas de comportamiento. Cada relación humana posible era reducida a una ecuación del dharma apropiada. Solamente los amigos eran iguales; todos los demás eran superiores u obediente a  alguien: la edad sobre la juventud, lo masculino sobre lo femenino. La sociedad estaba completamente estratificada. Las leyes, sin embargo, no aplicaban al estrato superior. Se esperaba que los caballeros arreglaran sus disputas honorablemente y en privado; y la Regla de Oro tan celebrada del Confucianismo era solamente aplicada a los miembros de su propia clase.

Las virtudes que el Confucianismo más exaltaba eran la serenidad y el refinamiento escolar, un mantenimiento de la apreciación desapasionada del decoro académico. Dado que la conducta hacia otras personas, muertas o vivas, constituía ‘Lo Bueno’, se le requería al hombre que examinara su consciencia, no para determinar que bien y adecuadamente él se había comportado a los ojos del único dios, supremo y ético que ordenaba, mandaba y juzgaba a todos por igual, sino meramente para determinar que bien él se había comportado a la vista prejuiciosa de sus ancestros y en la misma colorida forma en la de otros miembros de su orden particularmente crítica. Esta invariable perspectiva de la sociedad conducía, como definitivamente tiene que ser, a una moralidad superficial, y a un humanismo falta de comprensión y compasión. Los hombres de refinamiento no dudaban para ordenar el castigo por la sospecha de un crimen, o romperle unos cuantos huesos, antes de preguntarle al acusado, para no perder el tiempo escuchando las negativas incomodas e irritantes.

Y toda la rectitud no hizo nada para disminuir la intriga; porque las conexiones y relaciones tomaron preferencias sobre el poder del reinado. Encontramos, por ejemplo, en las Analectas o Antologías de Confucio (13:18), “El Duque de She le dijo a Confucio, ‘En mi país hay un hombre decente llamado Kung. Cuando su padre robó una oveja, él fue el testigo en contra.’ Confucio dijo, ‘Los hombres decentes en mi comunidad son diferentes a éste. El padre esconde la trasgresión o conducta errónea del hijo y el hijo esconde la transgresión del padre. La decencia se debe encontrar en esto.’ “Así que, no solamente era permitido tapar los crímenes de la familia de uno, sino que era moralmente correcto y deseable hacer eso. Y, ¿qué pasaba cuando alguien era acusado de un crimen? Ah… que se va hacer, muy malo para él. El Confucianismo, en práctica, no siempre trabajó de la forma que fue diseñado. Era muy probable, que las personas que vivían fuera del círculo familiar encontraran una moralidad, dentro de la familia, de alguna forma desmoralizadora.

Claramente, las familias Confucianas se habían dedicado a preservar las clases privilegiadas a las que pertenecían. Durante muchos cientos de años en el Período de los Estados Marciales (475-22l A. C.) ocurrieron conflictos de mayor importancia sobre causas triviales que usualmente ocurrían casi todos los años. La dominación Confuciana alistó cientos de miles de hombres-campesinos de familia para pelear y morir en el establecimiento de sus nobles argumentos tribales.

Los Confucionistas también se burlaban de los dioses antiguos y ridiculizaban aquellos que continuaban creyendo en ellos. Ellos veían a todos los espíritus, excepto aquellos de sus propios ancestros, como entidades problemáticas que sus comunicaciones eran prescripciones para la discordia; pero, esos otros dioses, eran precisamente aquellos de los cuales los pobres dependían. El culto a los ancestros tenía como consecuencia enormes gastos de dinero y tiempo. Solamente los ricos podían pagar, por ejemplo, la obligada ausencia del trabajo por un período de tres años de los padres del muerto o durante los días de celebraciones para respetarlo y recordarlo, o podían pagar por las costumbres elaboradas y las costosas fiestas ceremoniales a propósito de la ocasión. Cualquier tonto podía ver que bien un predecesor ancestral pacificado propiamente proveía a sus descendientes. Las personas comunes que no podían mejorar sus propiedades o cosas por tal soborno a los progenitores se resentían de aquellos que podían. Ellos continuaban pidiéndoles a los dioses antiguos, como los grandes compensadores que los proveerían y compensarían.

Pero a medida que una guerra siguió a la otra los dioses antiguos ni siquiera se salvaron ellos mismos. Sólo los grandes dioses de las cuatro direcciones y unas cuantas de sus damas permanecieron. Porque el resto del panteón, era el Götterdämmerung - El Ocaso de los Dioses’.

La dinastía Zhou se debilitó y murió bajo el cielo impotente, y la catástrofe anticipada incluso por el Cielo mismo parecía abdicar a favor de un nuevo y corrupto credo. El legalismo había hecho su aparición terrible.

Los Legalistas tenían un punto de vista completamente diferente de las necesidades y de la naturaleza del hombre. Dado que las personas eran de naturaleza cruel, indolente, sucia, deshonesta y avariciosa, para mencionar algunas de las más geniales características, y podían solamente ser dirigidas solamente por pequeños premios y grandes castigos, la insensibilidad y la disciplina frecuente eran absolutamente esenciales. Sólo cuando un hombre tenía miedo de hacer el mal o lo incorrecto se podía esperar que hiciera el bien o lo correcto.

Por lo tanto, disciplina y severidad eran las palabras operativas de los Legalistas: Para que haya un orden armonioso, nunca falles en aplicar un castigo estricto al que viole la ley. De acuerdo a su manual de guía, el Han Fei Zi, “Una familia estricta no tenía esclavos que se le rebelaran; era la madre amorosa la que tenía hijos malcriados. Un regidor... no se dedicaba él mismo a la virtud y a las buenas cualidades, sino a la ley.”

Por lo tanto, el rey decide lo que su ley debe ser, la proclama a una audiencia lo más amplia posible y entonces usa su poder para ver que es universalmente obedecida. La justicia era un concepto que no aplicaba a la calidad de la ley, sino a la no-excepcional o común observancia de esta para su obediencia.

Si el estado correcto vio a un vecino conduciéndose en una forma inapropiada, viviendo, por ejemplo, en la corrupción de la paz con el descontrol y la indulgencia, el estado correcto estaba obligado a conquistar y corregir. Un estado de guerra para la enmienda y la corrección era un estado virtuoso.

Mientras los reyes Zhou estaban dedicados a las delicadas éticas del bienestar de la familia Confuciana, ellos podían duramente acomodarse o condescender para consentir con tales sentimientos crueles. Había, sin embargo, en la frontera barbárica occidental lejana del Reino Medio, otro reino que no le importaba nada condescender para conquistar.

Los reyes Qin (Ch'in) habían comparado las diferentes disertaciones Confucianas y Legalistas y encontrado que los argumentos Legalistas eran los más solemnes en sus apreciaciones. Y como el otro argumento afirmaba herir a los otros mortalmente, los ejércitos Qin avanzaron para administrar el tiro de gracia. Uno por uno los fueron matando hasta, que en el año 221 A. C. los Qin controlaron todo el Reinado Medio que era ahora, por primera vez, llamado China – la tierra de (Ch'in).

El triunfante monarca Qin evaluó su vasto dominio unido y se declaró Emperador, el primero de la dinastía que por cierto, él estimaba duraría diez mil años. Duró catorce. Pero el Emperador Qin Shihuangdi haría los diez de ellos que él presidió, muy, pero muy memorables. Su nombre no fue para ser una nota al pie de la historia.

El Emperador inmediatamente descartó la nobleza o aristocracia vieja e irritable y su sistema feudal. Ahora, cada campesino podía ser dueño de su tierra. El anverso de cada moneda era ahora el campesino individual que pagaba impuestos y contribuciones directamente al recaudador del Emperador. El hombre medio aristocrático había sido removido exitosamente.

Él también hizo posible para el hombre que se alzara y ascendiera en la escala social. Cualquier campesino reclutado o conscripto que demostrara un valor excepcional o singular en el campo de batalla era gratificado cuando regresaba al hogar con el regalo de cinco familias vecinas.

Él mantenía las calles limpias y las transacciones comerciales imparciales y razonables, castigando tales infracciones y delincuencia como el desorden, las impertinencias y las vulgaridades, el abuso físico, los tatuajes faciales, la mutilación con sellos de hierro y el cortarse los dedos, las manos, los pies y los testículos.

Él fue fuerte y duro con las felonías. La muerte llegaba rápidamente, por estrangulación o decapitación, o lenta, por una variedad de medios ingeniosos.

Para inspirar el espíritu ganador en sus soldados y enseñarles que poco le importaba los perdedores, él ordenó, en un día ordinario, la ejecución de 400,000 prisioneros.

Él también instituyó la práctica de la responsabilidad colectiva. Si un crimen era serio (y ¿qué crimen había sido?) la familia completa de un hombre podría ser culpada y exterminada junto con él. Si, por ejemplo, un individuo dejaba de pagar sus contribuciones, su villa o pueblo completo podía ser responsable. Por lo menos, el jefe o cabeza de la villa era forzado a compartir su culpa.

Consecuentemente, la responsabilidad civil mutua proveía un escrutinio civil mutuo. Y si esto no era suficiente, ciertamente debió haber sido el levantar el espíritu de la organización de sus recaudadores de contribuciones más allá de todos los limites concebibles, ¡premios de dinero en efectivo se le pagaba a los informantes! ¡Piensen en esto! Los ciudadanos que habrían estado felices de gritar sólo para removerse ellos mismos de la consideración para el castigo, de hecho eran capaces de hacer una ganancia. En la antigua, vasta e internacional hermandad de los agentes del Servicio de Rentas Internas, nadie nunca estuvo mejor.

Prefiriendo estar absolutamente seguro de la culpabilidad del defendido antes de castigarlo tan generosamente, los magistrados Qin hacían de la confesión una parte vital del testimonio. Púas, fórceps o tenazas, y otros instrumentos de tortura se exhibían en los bancos de los jueces y cuando las confesiones no eran voluntariamente facilitadas, los instrumentos eran usados. Para mantener la justicia en el juicio público, el acusado era torturado completamente enfrente de sus amigos y asociados. Para estar seguro que los testigos o incluso los acusadores o victimas estaban diciendo la verdad, ellos, también, podían ser sujetos a tales interrogaciones feroces. (La práctica de la tortura judicial no era ilegal en la China hasta el siglo XX.) (Anno Domini).

No había argumento con el Emperador Qin Shihuangdi. Él no toleraba diferencia de opinión. Todos los libros excepto los de la historia de Qin, los de las predicciones, la agricultura y la medicina, eran recolectados y quemados. Cualquiera que citara algún libro prohibido era públicamente ejecutado. Para demostrar este desapruebo por las alocuciones de los escolares Confucianos, él hacia una redada con ellos recogiéndolos y enterrándolos vivos.

Incluso los dioses estaban sujetos a su ira. Una vez, mientras cruzaba el río Chang Jiang (Yangtze) un fuerte viento se originó y desafiadamente agitó la nave del Emperador. Qin Shihuangdi hizo responsable de ello a la diosa del río. Observando la montaña sagrada próxima al río, él ordenó a 3,000 prisioneros que cortaran cada árbol en la ella.

Ahora que él ya tenía la atención de su pueblo, el Emperador continuó para realizar dos de las ambiciones que lo consumían: la conclusión de su tumba y la conexión o unión de todos los variados segmentos de muralla del norte en una gran Muralla.

Millones de hombre fueron arrastrados de sus plantaciones y enviados a trabajar ya sea en la muralla fronteriza del norte o en la ciudad capital, Xi’an, el lugar de su tumba.

Multitudes murieron construyendo la Gran Muralla. Muchos hombres fueron ejecutados por desempeñar su trabajo pobremente. A muchos les hicieron trabajar hasta que murieron de fatiga. Muchos se murieron por accidentes en la construcción. Muchos sucumbieron por enfermedades y malnutrición.

En Xi’an, 700,000 hombres trabajaron en la tumba. Ellos excavaron una gran área bajo el nivel de la tierra, y la llenaron con miles de esculturas de cuerpo completo, soldados y caballos de barro que marchaban eternamente hacia la gloria y la protección de Qin Shihuangdi. Ríos de mercurio flotaban a través del área subterránea. En la bóveda del techo subterráneo de la galería estaba el mapa de las estrellas.

El efecto de toda esta movilización y reclutamiento era predecible. El número de cuerpos de campesinos capaces, ya seriamente disminuidos por los años de lucha, era ahora mucho más reducido por el servicio abrumador de la muralla y la tumba. Con insuficientes hombres para operar las granjas, los cultivos no fructificaban y en la hambruna resultante, cientos de miles de familias murieron de hambre.

Las murallas ya no impedían la entrada de los invasores decididos. Los griegos entraron en Troya. Los Alemanes cruzaron la Línea de Maginot. Los Norteños (habitantes del norte de la China) invadieron a China.

Hay una peculiaridad o idiosincrasia en el espíritu humano la cual se auto-manifiesta como la inhabilidad o incapacidad para ver la naturaleza del hombre irredimiblemente corrupta: El alma del hombre no está completamente manchada por el crimen, un punto blanco permanece en ella, sobre el cual el bien que la exonera puede ser escrito. Es como si pudiéramos balancear el contenido de un libro inicuo con una frase benevolente. Así que, por ejemplo, se dice de los líderes de las tres potencias del eje durante la Segunda Guerra Mundial, Musolini, Hitler e Hirohito – tres hombres que su vanidad maligna requería la tortura y la matanza de millones de millones de personas inocentes, y el robo de los tesoros acumulados de países completos – que ellos, después de todo, hicieron que los trenes llegaran a tiempo, construyeron grandes carreteras y automóviles a bajo precio, y escribieron excelentes poemas haiku (poemas líricos japoneses).

Y también se dice que la bestia de la China milenaria, el Emperador Qin Shihuangdi, ese tirano cuya vil ambición trajo tales terribles sufrimientos a tantos millones, que fue, después de todo, responsable por estandarizar las pesas y las medidas de China. Antes que él, los ejes eran una mezcolanza de anchos conflictivos.

Seguramente no debemos tener ninguna dificultad en entender que mientras él reinó, la vida en China era algo que los hombres inteligentes trataban de evadir. De hecho, por la completa duración del período de los Estados en Guerra, las almas gentiles, consideradas y contemplativas del Reino Medio creían que por sobre todo, ellos preferían estar en cualquier lugar. Navegar hacia la distancia, hacia tierras legendarias era algo tentador. Así también el alejarse lo más posible caminando. Hábilmente, los miembros peripatéticos de la inteligencia no carecían de esos mismos deseos. Ellos se dirigían al sur... porque allá abajo en el sur, en las tierras barbáricas de los semi-perros, cosas extrañas y misteriosa estaban pasando, cosas sagradas que invitaban, intrigaban y maravillaban.

El Dao había encontrado a sus seguidores... los norteños se unieron a la procesión.

Es un hecho peculiar que cada vez que alguien habla de la cultura de la China milenaria, invariablemente se habla de la cultura de la China del norte. Es como si las tierras sureñas no hubieran existido hasta una hora antes que la China del norte las descubrió. Tal fácilmente descartada es la cultura del sur que incluso el Dao (Tao), el regalo supremo de China a la religión y la filosofía, es considerado importado de la India... una variación de cultura expresada originalmente en los Upanishads. Se considera que el “Dao” es simplemente otro nombre del Único Brahman, la Realidad Absoluta y Ultima.

Pero las poblaciones nativas que los Arios encontraron en 1500 A. C., no se habían limitado a la planicie o al delta del río Ganges. Ellos ocuparon a China como también a la península de Indo-China. La base sobre la cual a la India se le acredita haber acuñado su metafísica en el siglo 8º A. C., cubrió una área vasta; y nadie puede decir cuándo o dónde las doctrinas originaron específicamente o cuáles áreas contribuyeron más a su refinamiento.

Podemos notar la apariencia en la Biblia Daoísta, el Dao De Jing (El Camino y El Poder), de la misma unión de los opuestos – el poder y la ley que el poder obedece, femenino y masculino, tierra y cielo, oscuridad y luz, y así sucesivamente, que caracterizaba las creencias de los Indios indígenas al tiempo de la invasión de los Arios. El Yin y el Yang del Daoísmo repiten o reiteran este concepto.

También podemos notar que aunque en el siglo 8º A. C. los Upanishads son mirados como la primera expresión formal de tales “uniones opuestas”, ellos claramente no son el primer documento escrito de ellos. Mientras los Upanishads continuaron siendo esparcidos solamente por la fuerza e influencia de la memoria, el Dao De Jing había sido pasado en forma de documento de mano en mano. ¡Los descendientes de los Hua sabían como escribir! Si siendo los primeros en publicar cuenta para cualquier cosa, la distribución de la literatura religiosa pertenece a China.

Y esto fue lo que logró los Años de Militancia y la megalomanía de Qin Shihuangdi; un éxodo de inteligencia literaria y distinguidos escritores. Los artistas del norte, con ambos, visión y verso, llevaron sus talentos y sus destrezas consumadas con ellos y aplicaron esos recursos a cualquier cosa que observaban, aprendían y enseñaban.

No teniendo necesidad de repeticiones nemotécnicas, ellos extrajeron la sustancia de la verdad de la cadencia de los huesos secos de las recitaciones de las escrituras, poéticamente reconstituidas en unas breves pero inolvidables líneas, y las presentaron al público para su consumo en masa. La extraordinaria accesibilidad y fácil entendimiento del Daoísmo todavía permanecen con su genio especial.

Los maestros en caligrafía, los calígrafos, con la sugerencia absolutamente pura de una línea y la insinuación de un color, hicieron un homenaje profundo al refugio de los misterios de los paisajes, los panoramas y los escenarios: las montañas, el agua, el tigre y el hombre. Y el bambú... siempre el bambú.

Aunque ningún lenguaje en el mundo se acerca a la precisión filosófica del Sánscrito, la filosofía India, en toda esta precisión, tanto como para el arte y la poesía India, hay una carencia de la delicadeza y la simplicidad elegante de la expresión que es el sello de sus originarios equivalentes Chinos.

La diferencia en actitud permanece remarcablemente: donde el hinduismo se da golpes de pecho, el Daoísmo levanta sus hombros con indiferencia.

Como ha sido determinado por dos grandes figuras escolares, una, un legendario explorador espiritual del siglo 6º A. C. llamado Lao Zi (Lao Tzu), y el otro, un explorador de minas de petróleo de carne y huevo con todas sus debilidades llamado Zhuang Zi (Chuang Tzu) (350-275 A. C.), el Dao limita sus alegaciones o demandas de una forma gentil de no-apego, no-interferencia, siguiendo la corriente, y de encontrar nada personal en las demandas exigente e inoportunas de la naturaleza.

La meditación era un paso necesario en camino o pasaje del Dao. Y las escrituras de Dao homenajeaban a la práctica de ella. La meditación, entonces y ahora, es una experiencia peculiarmente inefable. No hay palabras para describirla simplemente porque la meditación es grandemente una función del hemisferio derecho del cerebro, el hemisferio que no programa palabras o contiene vocabulario. Y por lo tanto encontramos en las primeras líneas del Dao De Jing, la escritura más antigua que tenemos, un reconocimiento de esta experiencia sin palabras: “El Dao del que podemos hablar no es el Dao que representamos.”

El objeto que expresa la práctica Dao evidencia la creación de un ‘Feto Inmortal’, un niño interior, llamado en la Filosofía Mágica Occidental ‘El Lapis’ o ‘El Niño Mercurio’.

El devoto debe primero obtener el estado de andrógena, un estado espiritual avanzado llamado “el Valle del Espíritu” o “la Mujer Misteriosa” (representada en el símbolo Yin/Yang (para los hombres) como el punto negro dentro de la coma blanca y (para las mujeres) el punto blanco dentro de la coma negra.) En la terminología occidental este episodio es llamado “Matrimonio Divino” o “Obteniendo el Cáliz” (la búsqueda del trofeo uterino lleno de sangre – consecuentemente “Percival” el Héroe Explorador que su nombre significa “Penetrando el Valle”). Esta búsqueda o investigación es también ilustrado en los cuadros famosos de Oxherding, el Puente Magpie de Androgyny uniendo el Oxherder y la Madona Girando, celestialmente representados con dos estrellas, Al-tair y Vega, dentro de sus respectivas constelaciones, Aquila y Lyra, que se unen por cualquiera de los dos lados con la Vía Láctea.

El Feto Inmortal o el Niño Divino es nutrido por la purificación de la energía sexual. Usando técnicas similares a aquellas del yoga sexual de la mano-derecha, el monje Dao genera calor en su abdomen y en los genitales externos usando ciertos ejercicios de respiración, y llegando por este calor a alzarse sexualmente y a dar forma a la fuerza sexual imaginando ser una pelota derretida de metal, restringiendo sus deseos mundanos para eyacular su semen, contrayendo los músculos del abdomen, nalgas, órganos sexuales externos, cuello y barbilla, y mentalmente dirigiendo esta bola de fluido seminal hacia arriba en la espina dorsal y a través de una órbita corporal donde eventualmente es destilada en la caldera (en la chakra Manipura) y entonces guardándola en el cerebro como la esencia de una luminosa perla azul en gestación. La práctica es extremadamente difícil de dominar. No se necesita decir, que las mujeres les es más fácil adquirir el control necesario.

Durante estas meditaciones el monje, en su “otra” identidad andrógena, entra en un mundo de visiones, los precintos o confines sagrados pero audaces del Cielo Tushita.

La contemplación del Daoísta es siempre dirigida hacia la vida espiritual interna. Él está constantemente consciente de su relación espiritual con todo, en ambas vidas, la despierta y la dormida. La perfección en la técnica de la meditación perfecciona sus facultades intuitivas y le da una visión extraordinaria. Él ve los elementos esenciales de la vida como ellos existen en su forma prístina, intocables por el crimen del ego. Como un niño, él no tiene ego. Ha sido consumido por el fuego.

La cultura del sur llegó a ser uno de los secretos mejores guardados de China. Debido, quizás, a la propaganda acerca del retroceso sureño y a las culturas barbáricas, nadie en el norte parece haber pensado que las tierras sureñas valían la pena invadirlas. (No es una sorpresa que los sureños persistan en sacrificar a su ancestro canino. ¿Fueron ellos los que plantaron la historia acerca de la recompensa del rey?)

La diferencia considerable en temperamento que existió entre los norteños y los sureños fue más bien ocasionada por el clima. Los sureños no habían sido criados para sobrevivir su ambiente sino para acomodarse a él. Ellos no vivieron los valles norteños del Edén: ellos vivieron dentro de los precintos sagrados. Y sus dioses seguramente fueron las deidades triviales de la abundancia tropical.

Como campesinos, por supuesto que estudiaron el tiempo, pero su devoción a las Cuatro Direcciones fue más cortés y gentil. La lluvia era un caballero visitante que regularmente aparecía.

Sus disposiciones, también, habían sido grandemente formadas por la ley de la tierra. Sobre las tierras duras de trigo de las planicies norteñas, los ejércitos podían marchar y los caballos galopar. Los inviernos brutales le dieron tiempo a los hombres para sufrir y planear. Pero en el sur donde el arroz crecía de lodazal en lodazal, los ejércitos no podían marchar ni los caballos galopar. El búfalo de agua era más preciado que los caballos, y el primero era imposible de usarlo para arrastrar cuadrigas. En el sur, las montañas neblinosas y los valles verdes eran un manifiesto de paz.

¿Por qué no practicar las destrezas sublimes del yoga? ¿Por qué no dejar al sol y a la luna que cohabitaran en el cerebro de uno y el propio semen circulara por la corriente sanguínea de la Vía Láctea? ¿Por qué no conocer el éxtasis y la bienaventuranza de la unión pacifica con el Eterno Dao? ¿Por qué no, definitivamente?

Y sin duda alguna, ésta es la razón por la cual, la palabra de esta religión maravillosa silbó como un cohete junto con el rumor Chino, y muchos hombres y mujeres inteligentes del Reino del Medio escucharon el sonido, ellos se sintonizaron y dejaron de participar, dirigiéndose al sur, a las montañas más seguras, más civilizadas, y más bellas sobre la tierra.

La mitad del Budismo Zen Chino estaba finalmente en su lugar.



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Última modificación: December 03, 2004
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