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 » Capítulo 13 - Correcto Hablar
Ming Zhen Shakya
El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya

Traducido al Español por Shi Chuan Fa
Edición en Español revisada por la < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY

Capítulo 13 - Correcto Hablar

El Tercer Paso del Camino

    Algunos dicen que la palabra muere cuando se pronuncia.
    Yo digo que precisamente empieza a vivir ese día.
     
        - Emily Dickinson

El habla hace el trabajo sucio por nosotros. En nuestra búsqueda de status, somos todos personas de confianza. Mentimos, hacemos promesas, adulamos, exageramos, chismorreamos, insultamos, deformamos la verdad o la omitimos, y empleamos el habla como podemos para conseguir las ambiciones de nuestro ego. Por lo tanto, no puede sorprendernos que todas las religiones prescriban el silencio en dosis elevadas cuando tratan los problemas de la palabra.

El silencio, sin embargo, no es un antídoto contra el habla venenosa. Del mismo modo que no podemos controlar el enfado contando hasta diez cuando sentimos que éste aparece, sino que tan solo usamos esta zona desmilitarizada, de contar hasta diez, como una oportunidad de reconsiderar la situación destruyendo así el enfado desde sus raíces, no usamos el silencio para controlar los problemas del habla. El silencio da a nuestra lengua un tiempo sabático que nuestro cerebro puede usar de forma correcta. Analizar las razones por las que nos sentimos tan forzados a utilizar nuestros pensamientos, oralmente o por escrito, en privado o en público, es la forma en que usamos el Habla Correctamente para alcanzar el no-apego. Generalmente, cuando examinamos nuestro deseo de hablar, descubrimos la intención de nuestro ego de ganar 'status' o posición relativa para sí mismo.

Algunas transgresiones del habla son fáciles de describir.

En la edición de enero de 1981 de "Ten Directions (Diez Direcciones)", una publicación del Centro Zen de Los Ángeles y del Instituto para Estudios Transculturales, aparece una tira cómica anónima titulada "Zen Living (La Forma de Vivir Zen)".

En cada viñeta hay cuatro figuras: Dos jóvenes sacerdotes zen, con ropajes negros, están hablando a un laico de pelo largo y a un hombre que está sentado allí cerca leyendo un periódico.

Un sacerdote le dice al laico: "Realmente he estado viendo cómo mis ideas y preconcepciones no son sino intentos del ego de afirmarse a sí mismo... quiero decir, ¡el ego es una cosa TAN insignificante!"

El segundo sacerdote continúa: "¡Sí, sé a lo que te refieres! Y lo que me preocupa es gastar tanta energía en asuntos triviales basados en ese falso sentido de importancia del ego" El laico de pelo largo, mirando su reloj, responde: "¡Sí, es lo mismo conmigo! Me he dado cuenta de que las preocupaciones del ego son muy insignificantes, de hecho el ego mismo es muy insignificante... ¡Eh! Me voy. Llego tarde a la reunión de nuevos residentes."

Cuando se va, uno de los sacerdotes le dice al otro: "¡No te fastidia! No lleva aquí ni dos meses y ya cree entender lo insignificante que es el ego."

Y el hombre que lee el periódico asiente: "¡Vaya descaro!"

La tira cómica ilustra algunos de los problemas sobre el 'Correcto Hablar' que las personas que siguen el camino deberían evitar. El que los dos sacerdotes estén murmurando y criticando al laico de pelo largo, es un error obvio. El que estén discutiendo de un modo superficial sus conocimientos intelectuales sobre el Budismo es otro. El que ambos estén enzarzados en una especie de competición entre ellos, es el tercer error. Y que estén tratando de impresionar al laico melenudo es el cuarto. Por último, el que está leyendo el periódico a su lado, comete el quinto error sobre como Hablar Correctamente.

Hay otras muchas formas de cometer fallos.

Mucha gente cree que el Hablar Correctamente tiene algo que ver con la Libertad de Opinión y sus derechos y deberes constitucionales. Esta confusión permite con frecuencia que el activismo político contamine la vida religiosa; y, por desgracia para los cruzados heroicos que habitan en nuestro corazón, pocas cosas son tan dañinas para la práctica espiritual de una persona como el activismo político.

Cuando el gobierno es inmoral, la sociedad espera de sus líderes religiosos que promuevan el cambio. A veces, como ocurre a menudo en países subdesarrollados, la religión es la única organización de la que cabe esperar una oposición al régimen. A veces, irónicamente, ha ocurrido que la injustificada intromisión de la religión dentro de los asuntos seculares, ha sido en sí misma la causa que ha engendrado la pobreza, la opresión y la corrupción a los que la gente se opone. Pero no importa, ya esté tratando de cambiar las condiciones de las que es responsable en gran medida, o bien esté tratando de cambiar las condiciones de las que es enteramente culpable, la religión parece estar siempre involucrada en política.

Hay profesionales religiosos con poca madurez, que creen que les incumbe directamente a ellos poner a la sociedad sobre cauces morales, por lo que puede encontrárseles a menudo en manifestaciones y reuniones de protesta. No se dan cuenta de que protestando públicamente contra injusticias de un tipo u otro, están practicando el Chan de los Seis Mundos. No hace falta que les digas que si se dedican a gastar toda su energía en corregir la mala conducta de los demás, no les quedará fuerza para desenraizar de sus corazones la avaricia y el deseo. Ellos están preparados para hacer el sacrificio.

Diles que su devoción por esa tarea supera con creces el entendimiento que tienen de la misma y te reprocharán, harán chocar sus dientes mientras niegan vehementemente cuanto les dices. Son autoridades en materia del Bien y del Mal. Han estudiado el tema (energía nuclear, los derechos de los extranjeros, la destrucción de la capa de ozono, los asuntos militares, la polución, el aborto, las especies en peligro de extinción, la huelgas laborales, la perforación de las costas, etc.) y saben con certeza que están del lado del Bien.

¿Qué hacen las organizaciones religiosas para saber realmente cuál es el lado bueno? ¿Asumen de forma automática que el lado bueno es aquel en el que no está el gobierno? No. Ellos no estudian los temas con tanto cuidado. Si preguntásemos a los que protestan, nos daríamos cuenta que casi siempre determinan cual es el lado bueno después de que las personas al cargo de sus templos se lo expliquen, a cuya instigación levantan sus pancartas. ¿Y cómo llegan esas personas tan astutas a conocer el lado del Bien? O bien encuentran en el lado del Mal el blanco adecuado para el odio colectivo de su congregación (los enemigos comunes nutren el cordón umbilical de la camaradería), o bien, lo que es mucho más frecuente, diferencian simplemente el Bien del Mal de acuerdo al quid pro quo (la consigna): "Me uniré a tu protesta si tú te unes a la mía", arreglos que los grupos religiosos hacen unos con otros.

De acuerdo con este arreglo, un grupo religioso llama a otro para solicitar su ayuda en la protesta por el despliegue de Misiles Nucleares Intercontinentales de Cabeza Múltiple (el enojo favorito de su Roshi). La organización a la que se pide ayuda cumple contribuyendo con algunas docenas de personas para la manifestación. Entonces, un mes después, cuando esta organización quiere protestar contra las Prospecciones Costeras (la razón existencial de su Gurú), piden ayuda a los primeros, quienes les devuelven el favor. A menudo las personas que están en la calle, no saben nada sobre el tema excepto lo que sus líderes religiosos les han contado. No es exactamente una operación cuidadosamente meditada.

La gente que pasa algún tiempo en el Lío acaba generalmente espantada ante este absurdo interés hacia los problemas sociales. Ellos creen haber ganado el derecho a simplificar sus vidas, a quitarse de encima todas las historias de los Seis Mundos que incluyen la ostentación de opiniones políticas a medio cocer. Saben que la salvación no tiene relación alguna con la destrucción de la capa de ozono y que, sin importar cuán urgente sea el problema del ozono, deben dejar a otros el privilegio de tratar con él. (Esa es la razón por la que Dios hizo una generación más joven.) Cuando una persona se encuentra en medio de las ruinas humeantes de su vida, no le importa demasiado lo grande que es el agujero de la capa de ozono. De hecho, si algo le importa, es que el agujero de la capa de ozono se haga lo suficientemente grande como para que la Tierra se cuele por él. A su miserable modo, vitorea al agujero. Una vez salvada, la persona apoya tranquilamente con su voto o su dinero, o su elección de frigorífico, los esfuerzos por salvar la capa de ozono. Pero no se preocupa por el agujero porque sabe que el agujero no tiene importancia a fin de cuentas. Nada importa salvo conocer los asuntos de Dios. La persona toma refugio en el Buda. Y es el nombre del Buda el que está en sus labios... no el del Ministro del Interior.

Más aún, las personas que están en el camino deberían saber que, a menos que estén preparadas para ofrecer una alternativa viable, "algo de valor" conque reemplazar aquello que se deplora, no deberían criticar las soluciones que da la sociedad a ningún problema.

No deberíamos emplear horas protestando por los atentados contra nuestra borrosa sensibilidad moral, mientras apenas dedicamos cinco minutos de nuestro tiempo en corregir o prevenir algún problema social. No deberíamos ir a protestar contra el aborto si no somos capaces de dedicar parte de nuestro tiempo a algún centro de cuidado de niños, organizaciones de jóvenes atletas o centros de caridad.

Una cosa de máxima importancia para una persona que está en el Camino, son las proclamaciones de autoafirmación del ego que identifican a un individuo con los pros y contras de un determinado tema social: "Soy la clase de persona que defiende la Tierra y a sus inocentes pobladores. ¡Así soy yo!"

Entramos en la vida religiosa para apartarnos de las preocupaciones dañinas de la sociedad. Es otro mundo en el que deseamos entrar, un mundo en el que el Buda mira con los mismos ojos al asesino y al héroe, al que contamina y a la víctima de la polución, al comunista y al capitalista. Cultivamos la "santa indiferencia", con lo cual no se quiere decir que no nos importa nada. Santa indiferencia significa más bien una no-intromisión compasiva. Sentimos simpatías y damos apoyos, pero no nos sentimos emocionalmente involucrados en los problemas de los demás, incluso ni en nuestros propios problemas. Esto no quiere decir que si alguien se está ahogando y sabemos nadar, nos quedemos quietos mirando.

Correcto Hablar significa también tratar al teléfono como si fuese una pistola cargada o un instrumento de tortura. Deberíamos ser iguales de diligentes en preservar la privacidad de los demás como la nuestra propia.

Muchos monasterios organizan periódicamente recogidas de fondos y asignan a monjes, o a laicos invitados, la tarea de telefonear a todos los budistas que viven dentro del mundo cristiano a fin de pedirles donaciones. Hacer solicitudes verbales, de modo directo, es una flagrante violación del Correcto Hablar. Cuando un monje con un cuenco de mendicante va por la calle cantando y un ama de casa, al oírle, calcula de cuánto arroz puede prescindir, abre la puerta y le da al monje una cucharada, hay beneficio mutuo. De igual forma, si alguien sabe que el templo necesita dinero y voluntariamente hace una donación, hay también mutuo provecho. Pero cuando activamente presionamos a alguien para que nos dé lo que queremos, hacemos sentir a esa persona como si la hubiesen asaltado. (Realmente así ha sido.)

Mientras tanto, de vuelta en el monasterio, la persona que ha conseguido sacar más dinero de la gente, es recompensada con muchas alabanzas. No importa si las víctimas que recibieron las peticiones han sido presionadas, o si setenta centavos de cada dólar conseguido sirven para pagar los gastos de solicitud y de colecta - ya que los otros treinta es dinero que se necesita. Desde luego, si todos los monjes que se dedican a pedir dinero salieran del monasterio, consiguieran empleos honestos y volvieran con sus salarios al Abad, el monasterio funcionaría realmente mejor. ¿Pero quién hay que considere, siquiera, esta alternativa? Todo el mundo se preguntaría enseguida cuál es la razón de ser sacerdote si uno se tiene que salir y trabajar como todo el mundo... ¡y además se le pide que sea tan generoso con los frutos de su trabajo como él, sin ningún problema, pide a otros que lo sean! ¿Esto es una violación de las leyes de la Iglesia, del Estado o de qué?

El patriotismo, como dijo el Doctor Johnson, es el último refugio de los bribones. La religión claramente es el primero.

El Correcto Hablar, como hemos dicho antes, a veces significa no hablar. Si algún familiar o amigo, con quien hemos tratado antes, persisten en buscarnos y querer hablar con nosotros cuando ya hemos entrado en el Camino, podemos pensar que están preocupados por nosotros (nadie está nunca dispuesto a aceptar, de buena gana, que el Budismo haya podido liberarnos de todo). Con educación y bondad debemos hacerles ver firmemente que todo nuestro tiempo libre lo dedicamos a la meditación y a la plegaria, y que realmente no podemos dedicarnos a la charla. Si los que nos llaman tienen problemas de tipo personal y quieren desahogarse con nosotros, debemos oírles, ofreciéndoles todo el confort que podamos, sugiriéndoles, si nos parece apropiado, soluciones budistas a sus problemas. Podemos invitarles a servicios religiosos, enviarles material de instrucción, o ayudarles a darse cuenta de que la mejor terapia de todas está dentro de sí mismos. Pero nunca deberíamos involucrarnos en sus problemas, ni tomar partido, ni hacerles creer que nuestra simpatía es un sustituto de la salvación.

El Correcto Hablar requiere también responsabilidad al relatar historias sobre el Buda u otros personajes budistas. Con demasiada frecuencia, hay personas devotas que vienen tan empapadas de fervor religioso que supuran milagros por cada poro de su cuerpo. Llenas de autosatisfacción cuentan como rogaron por un milagro (generalmente relacionado con el dinero o el sexo) y el Buda, como generoso dios que es, les recompensó dándoles lo que pedían. Estas personas aconsejan a sus semejantes, los cuales tienen problemas y se "merecen" algún milagro, que oren buscando una solución similar. El Buda puede hacer cualquier cosa. Puede devolver la vida a los muertos o convertir los recibos impagados en acciones de IBM, o bien hacer que un amante vencido llegue a recuperar la fuerza del deseo.

Cuando algo va mal el remedio no consiste en suspender a voluntad las leyes de la naturaleza. No se deben pedir milagros, ni se debe animar a las personas infelices o desesperadas a creer que existe una solución fácil al alcance de su mano. La auto confianza conseguida y la fe en el Buda Compasivo ya son bastante milagrosas de por sí.

El Correcto Hablar nos prohíbe igualmente perder el tiempo en conversaciones ego-gratificantes y en divagaciones. Se dice del Buda que se sentía particularmente molesto ante la tendencia de muchos de sus seguidores a meterse en discusiones metafísicas. La clarificación de puntos totalmente irrelevantes parece siempre una precondición para realizar la tarea de la salvación. En una de las parábolas religiosas más impresionantes, adecuadamente traducida por E. J. Thomas, el Buda responde a esta tendencia: "Supón que un hombre fuese herido por una flecha venenosa y que sus amigos trajesen un médico para curarle; y supón que el hombre dijese: `No permitiré que el médico me trate hasta que sepa quién es la persona que me ha herido, a qué casta pertenece; de qué familia era miembro; o si era alto o bajo; o si tenía piel clara, oscura o amarillenta; o de qué ciudad venía. No permitiré que el médico me trate hasta que sepa qué clase de arco ha usado para herirme, si fue un chapa o un kodanda; si la cuerda estaba hecha de celidonia o de fibra de bambú, tendones, cáñamo o caucho; o si la madera usada para hacer el arco era de aquí o importada; o si las plumas eran de buitre, de flamenco o de halcón; o si ha sido atado con tendones de buey, búfalo, ciervo o mono; o hasta que sepa si se trata de una flecha ordinaria, una flecha de cuchilla, una flecha de hierro o una flecha de diente.' ¡Antes de saber todo esto el hombre habría muerto!"

Previamente nos habíamos referido a una colección de anécdotas del siglo cuarto sobre los Padres del Desierto traducida por Thomas Merton. El último capítulo del trabajo resulta familiar a los budistas, ya que es imposible ser budista y no haber oído hablar de esta historia: Un joven monje es acusado injustamente de haber dejado embarazada a una muchacha. Aunque es inocente no protesta. Simplemente acepta hacerse responsable de ella y del niño. Meses o años después la muchacha confiesa su mentira y confiesa el nombre del padre verdadero. Con la misma tranquilidad con la que el monje había aceptado la responsabilidad de la paternidad, acepta las disculpas de todos y parte de nuevo para continuar su viaje espiritual.

Esta vieja anécdota ha hecho las delicias de todas las órdenes célibes en todas las religiones. Los Padres del Desierto eran cristianos. El monje que narra la historia sobre sí mismo es el Bendito Macario. En "Zen Flesh, Zen Bones (Carne Zen, Huesos Zen)", la magnífica recopilación de relatos Zen hecha por Paul Reps, encontramos esta misma historia atribuida esta vez al maestro Zen japonés Hakuin. (Yo misma he oído el mismo relato atribuido a monjes Daoístas y a monjes Chan chinos.) Alguien está violando el Correcto Hablar. La razón por la qué esta improbable historia es tan popular entre las diferentes órdenes religiosas, es algo que todos podemos imaginar.

Si un sacerdote es acusado injustamente de conducta inmoral el Correcto Hablar le exige que se defienda contra el cargo, ya que no debería admitir algo que es falso. En último término, historias como estas se hacen para poner de manifiesto la "santa indiferencia" contra las vicisitudes del destino, y también para crear la impresión de inocencia contra cualquier caso de acusación. Si el verdadero inocente no ofrece defensa alguna contra los cargos maliciosos, entonces el culpable, simplemente adoptando una actitud pasiva similar, puede presumir de ser igualmente inocente.

Si una persona inocente, a pesar de sus protestas, es considerada culpable por su maestro o por un juez, entonces debería aceptar las consecuencias con tanto ánimo como pueda. Si es hallado culpable, siéndolo, debe aceptar la carga y arrepentirse.

La vergüenza establece un buen ejemplo.



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Última modificación: December 03, 2004
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