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El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya
Traducido por < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY
Capítulo 11 - Correcto Entendimiento El Primer Paso en el Camino Óctuplo ¿Por qué es tan necesario que moderemos, o suavicemos las fuerzas de nuestros juicios y pronunciamientos, con humildad? ¿Por qué estamos todos tan preocupados en entender el Dharma: El deber, la ley, la verdad, la forma correcta de proceder, los privilegios y las obligaciones de cada situación; mientras que al mismo tiempo, ignoramos el Karma, el sistema complejo de conexiones y asociaciones de causas y efectos que nos coloca en la posición que nos hallamos? El secreto del Zen descansa en entender por qué hacemos lo que hacemos y por qué somos como somos. Comenzamos por ordenar nuestros pensamientos. 1. Juzgando el bien y el mal, y otras nociones necias . El Zen requiere que nosotros nos desprendamos de la idea, placentera pero errónea, de que cuando actuamos en diferentes formas consideradas buenas, es nuestro ego quien ha actuado tan meticulosamente, quien lo ha merecido a través de demostrar determinadas virtudes, y que todo el honor es debido a él; y cuando actuamos en las diferentes formas que son consideradas malas, es a otro al que debemos culpar. Tal actitud, sabemos, es infantil, careciendo por lo tanto de madurez – pero, ¿a qué punto cesamos de ser niños? ¿Dónde, precisamente, está la línea de madurez marcada en la arena del tiempo? Más o menos, la edad de la razón nos llega “de repente y brutalmente” – como se ha dicho en las lápidas medievales, sin que aparentemente parezcamos o aparentemos estar preparados para ella. Un día somos unos jóvenes adolescentes, capaces de anular un contrato que hemos firmado para comprar un carro, porque estamos muy jóvenes para forzarnos a honrar o respetar nuestro contrato – aunque somos suficientemente mayores para operar un vehículo en el tráfico – y el próximo día, somos unos adultos completamente responsables, sujetos a la pena capital o incluso a una demanda si tales fueran las penas o castigos prescritos para una ofensa. Hemos alcanzado nuestra mayoría de edad y por lo tanto hemos logrado la edad de la razón. Muy frecuentemente olvidamos la lección básica del karma: que hasta que el Arquetipo de la Transformación nos mande o nos permita cambiar , lo que hacemos en el capítulo duodécimo de nuestra vida es determinado grandemente por los once capítulos previos. Solamente un necio, creciendo con arrogancia, anunciaría que el sol ahora se levanta sobre ‘uno’ que es el amo y maestro de su destino. Para darnos cuenta cuán completamente confundidos podemos llegar a estar por esos prospectos de responsabilidad, pretendamos que en un tiempo determinado un par de gemelos idénticos estaban disponibles para la adopción en el momento de su nacimiento. El bebé A se le dio a una pareja que eran bastante parecidos a nosotros (no fue por un destino cruel e inmerecido, y porque eran una pareja inconcebible de padres adoptivos): gentiles, refinados, prósperos, educados y responsables. Conscientes de las diversas necesidades de los niños, los nuevos padres del Bebé A estaban amorosamente dispuestos a proveerle como mejor pudieran, la mejor comida, los suplementos nutritivos, el cuidado médico, la ropa para protegerlo de las inconveniencias del tiempo, un ambiente de tranquilidad, y así sucesivamente. Ellos le enseñaron buenas manera y algunos otros juegos y cuando el niño asistió a la escuela, ellos lo ayudaron a memorizar las listas, las fechas y las fórmulas. Ellos siempre revisaban sus tareas y eran unos prospectos fáciles para los vendedores de enciclopedias. El Bebé A nunca careció de material y equipos para asistirlo en sus estudios. Cuando él tenía buenas notas en un examen o prueba, era premiado con regalos especiales. Él llegó a ser un visitante habitual del zoológico, del planetario y de los museos de historia natural. Los domingos iba a la iglesia con mamá y papá, y a medida que ellos caminaban juntos de vuelta a casa, entablaban entre ellos conversaciones y clarificaciones vigorosas de los pecados referidos en los sermones. Él tenía un perro, un gato, pertenecía a la tropa infantil de exploradores, tenía una guitarra, una bicicleta, y tenía un itinerario, todo lo que necesitaba para enseñarle responsabilidad personal, social y económica. El Bebé A, la mamá y el papá eran, bajo todos los conceptos, una familia o unidad familiar formidable. El Bebé B no fue tan dichoso. Un año después de haber sido adoptado, su padre murió en un accidente de tráfico. Su madre, vencida por el sufrimiento, primero se gastó el dinero del seguro en drogas que calmaran su desconsuelo y después en la cura de las drogas que calmaron su congoja. Eventualmente la mamá se volvió a casar. Al padrastro se le podía clasificar, por lo menos, como mamífero. Él era bípedo, peludo, de sangre caliente sin ninguna duda, y tenía los dedos gordos montados. Pero más allá de las ciertas formas mamíferas, por su inteligencia, él no daba mucha razón para estar incluido entre los homo-sapientes. Estaba borracho la mayor parte del tiempo y frecuentemente le pegaba a la mamá y al Bebé B. La mamá tomaba también. Tenían unas peleas y unas borracheras terribles. El Bebé B no sólo carecía de suplementos vitamínicos, sino que no se le proveía suficiente comida. Muchas noches, amedrentado por las golpizas, iba a la cama sin comer. Los diccionarios enciclopédicos no estaban cubiertos en el presupuesto de la familia. Y a diferencia de su hermano gemelo que recibía tratamiento medico para las verrugas, el Bebé B no recibió tratamiento medico para aquellas incisiones granéales que evidenciaban un trauma muy serio. La única estrella que alguna vez conoció muy bien, fue la de las solapas de las chaquetas de los oficiales de la ley que llegaban a controlar los disturbios familiares. Al Bebé B también le gustaba la música. Pero no había dinero para un instrumento ni para lecciones. Una maestra le prestó una guitarra, pero el padrastro se la destrozó terminando así permanentemente su carrera musical. Bajo una golpiza, Bebé B mintió y dijo que había perdido su guitarra. La admisión de su descuido no le gustó mucho a su maestro. Bebé B estaba mucho menos que bien limpio y arreglado. Su frecuente desaliño lo exponía a las burlas constantes y cuando sus dientes frontales se le cayeron debido a una riña doméstica, las burlas se elevaron al ridículo. Él estaba agrio, abandonado, hambriento, confuso y extremadamente avergonzado de todo lo que se refiriera a él y a su existencia. Ahora, la pregunta es ésta: ¿Cuál bebé, Bebé A o Bebé B, le será más fácilmente llegar a ser el presidente de un banco? (Está establecido que últimamente ha habido un número angustioso de errores bancarios, y ninguna deficiencia notable de fraudes, pero debemos estar de acuerdo, de que antes que un hombre pueda llegar a ser un presidente de banco incompetente o incluso un presidente ladrón, él todavía debe demostrar alguna competencia y honestidad en su camino de ascenso a esa posición.) Bebé A es nuestra selección. Por otra parte, debemos preguntar: ¿Cuál Bebé, Bebé A o Bebé B, le será más fácil llegar a ser un ladrón de automóviles o un alcahuete (procurador de prostitutas) o ambos? Claramente, Bebé B es nuestro candidato para el crimen. Conociendo lo que sabemos acerca de sus respectivas infancias y formas de haber sido educados, nos atreveríamos a decirle al Bebé B después de haber salido de la cárcel, ¡Eres una escoria! Eres un pedazo de excremento que no vale nada! Mira a tu hermano allí... una gloria de Dios, de la familia y de su país... mientras que tú no meritas ni siquiera el costo de lo que consumes en la cárcel. Podrías haber estado limpio y haber sido bueno como él, pero noooooo... tienes que ser una escoria...” etc. etc. ¿Diríamos eso? Sí, lo diríamos; y sí, lo haríamos... porque creemos en la majestad del ego, en la exhibición de virtudes como el simple ejercicio de la obligación noble. El Bebé B se condujo innoblemente. Él era suficientemente mayorcito para no haber hecho eso. Cortémosle la cabeza. Nos sentiríamos justificados en recomendar al Bebé A por sus buenas obras. Por supuesto. Nunca nos cansaríamos de premiarlo por sus bondades. Las paredes y las repisas de su oficina estarían llenas con placas, trofeos, y documentos, que atestiguarían todos, nuestra apreciación de su excelencia. Él viviría en la mejor vecindad y pertenecería a los mejores clubes. Este muchacho asistiría a las mejores escuelas y se casaría con una chica de las mejores familias. Ellos esquiarían, nadarían y jugarían tenis. También ellos hablarían francés. Y cuando Bebé A se muriera, lo elogiaríamos con lágrimas en los ojos, por sus cualidades y logros. ¿Quién lloraría por el Bebé B? La posición budista es que el Bebé B no es más merecedor de la culpa de lo que el Bebé A es merecedor de las admiraciones y tributos. Emperador Wu : He hecho muchas cosas buenas. ¿Cuántos méritos he ganado? Bodhidharma : Ninguno hasta ahora. En referencia al hecho, Bebé A no fue capaz de ayudar más a ser ‘bueno’ de lo que Bebé B fue capaz de ayudar a ser ‘inicuo o malevolente’. La vida puede, definitivamente, actuar el melodrama pero, ultimadamente, cuando la audiencia finalmente grita “¡Autor! ¡Autor! Somos nosotros los que nos inclinamos y consentimos. Los genes, el medio ambiente, y el destino han colaborado para escribir todos las escenas de nuestra vida. Cada vez que estemos inclinados a juzgar a alguien, debemos recordar que la historia dolorosa no siempre se demuestra a sí misma en la cara de la persona. Hay muchas clases de heridas, y las cicatrices que la mayoría de ellas dejan, no son orgullosamente llevadas en nuestras mejillas como las llevaban los ‘Espadachines Prusianos’. La mayoría de ellas son escondidas intencionalmente, justo porque consideramos nuestra vulnerabilidad como vergonzosa. Aunque el cuento de nuestros gemelos fue una exageración obvia, la verdad simple permanece. Las personas no nacen en un mismo ambiente y unas mismas circunstancias. Ni tampoco nacen con iguales características o habilidades genéticas. Bebé B como hermano gemelo podría fácilmente haber nacido tan impedido mentalmente como lo fue socialmente. Nuestras personalidades son tan diferentes constitucionalmente, que algunos de nosotros sobreviviremos las variedades peores de abusos psicológicos, mientras que otros, seremos destruidos por un solo acto de rechazo. En el budismo decimos que el mismo hombre no existe dos minutos consecutivos. Cada minuto que pasa nosotros ganamos una experiencia e información nueva, al igual que simultáneamente olvidamos la experiencia e información vieja o pasada. El lunes nos acordamos lo que hemos comido en el almuerzo el día anterior, una semana después, solamente un hipnotizador puede extraer ese dato de nosotros. Nuestras mentes prosiguen mecánicamente. El motor trabaja exactamente de acuerdo con los hechos exteriores de su manufactura y mantenimiento. Nosotros no juzgamos el motor del ego. Él no tiene ninguno. Por lo tanto no podemos someter a juicio a ningún ego. A los individuos virtuosos y honestos no se les premia con el Nirvana porque ellos han obedecido la ley. A los criminales no se les niega el Nirvana porque ellos han desobedecido la ley. En el Paraíso no hay egos , y ese hecho solamente nos debe poner de rodillas. Al principio podemos parecer radicalmente diferentes a otras religiones tales como la Cristiandad. Pero consideren la posición cristiana. Aparte de estar bíblicamente autorizados para juzgar a otros, los cristianos saben que a pesar de lo serio que sus pecados sean, si se arrepienten y sinceramente le piden a Dios el perdón, ellos son absueltos de sus pecados. Si incluso, un Adolfo Hitler no está necesariamente más allá de la clemencia de Dios, ¿cuál entonces es el significado especial de tales términos como bondad y maldad o como bueno y malo? Los egos son ilusiones samsáricas justo como la bondad y la maldad son descripciones samsáricas. Nosotros, como elementos de la sociedad en particular, usualmente aplicamos tales descripciones a personas o sucesos de acuerdo como ellos parezcan beneficiosos o en detrimento para nosotros. Lo que nos beneficia, lo consideramos bueno y entonces tenemos la tendencia a hablar de lo que es bueno como si ello penetrara y saturara toda la sociedad. “Lo que es bueno para la General Motor es bueno para el país.” O, como en la frase maravillosa de seducción ministerial, “Si te ocupas del pastor, te ocupas de las ovejas.” Lo que se acepta por bueno y malo, subsecuentemente es, la mayor parte de las veces, nada más que un cambio en el derecho al dinero, al poder o al placer. Los cambios y los cambiantes determinan qué es que, de acuerdo al aumento o a la pérdida de tales valores samsáricos. Algunas veces es difícil recordar que cuando un hombre percibe a otro como su enemigo él puede cometer actos terribles en contra de él. Esto no determina que él sea un diablo, al igual que no hace que su victima sea un santo. 2. El Arrepentimiento Es necesario evaluar la diferencia entre la penitencia y el arrepentimiento. Nosotros somos meramente penitentes cuando tenemos remordimiento por haber dejado nuestros antojos llegar a ser dañinos para nosotros mismos o para otros. Las penitenciarías son lugares donde las personas son prisioneros para que ellos puedan estar tristes y sufrir por haber fracasado el frenar sus impulsos o antojos. Cuando estamos suficientemente apenados, apenados o tristes hasta el punto de estar desilusionado y separado de todo lo que alguna vez deseamos, entramos en el Pantano / el hundimiento. Todavía no somos elegibles para la salvación hasta que nos arrepentimos. El arrepentimiento va más allá de la pena por haber deseado dañar y se extiende hasta obtener la intención clara e indudable o categórica de cambiar, de eliminar nuestros antojos en su origen, para salvarnos de nosotros mismos. El deseo de arrepentirse debe ser profundo, sincero y de todo corazón. Nosotros no podemos llenar una planilla para salvarnos. No podemos contratar un buen abogado para que nos saque del Pantano. No podemos ser salvados por haber heredado una fortuna o por dar el dinero que tenemos. Una influencia exterior – un hombre santo, un niño amoroso, una maestra sincera, una música o un drama que nos haga sentir – puede inspirarnos; pero la resolución para cambiar solamente puede ser formulada dentro de nosotros mismos. Debemos estar conscientes de nuestro egoísmo pasado; reconocer y arrepentirnos del daño que hemos hecho; desear reformarnos; reconocer que la tarea es muy grande para llevarla a cabo solos; y pedir por ayuda al único ser en el mundo que puede ayudarnos, nuestro Buda Interno o Dios. El Nirvana y el Samsara ocupan el mismo tiempo y espacio. Ellos no están situados uno aparte del otro. Durante todos los días de nuestro arrepentimiento puede que no hayamos salido de la casa. Puede que hayamos ido a trabajar cada día, que cortáramos el césped el sábado y que miráramos el juego de balompié el domingo. ( La vida no habría sido muy diferente si hubiéramos ido a un monasterio.) A pesar de nuestra condición espiritual, nosotros permanecemos físicamente presente en este mundo. Y en este mundo los problemas de la sociedad, particularmente los problemas de crímenes y castigos, deben ser atendidos. Ellos no son, como veremos, asuntos fáciles de tratar. Incluso los expertos tienen problemas con ellos. 3. El Crimen, el Castigo y el Perdón Si el Budismo Zen tuviera un santo-patrón o benefactor de la era-moderna, ese santo sería Daisetz Suzuki. El Profesor Suzuki, principalmente a través de los buenos oficios de la Asociación Christmas Humphreys y de la Sociedad Budista de Londres, trajo por sí mismo el Zen al Occidente. Ninguna contribución pudo comparársele. En la persona del ministro expresivo y poético, Thomas Merton , los Católicos Romanos también tuvieron un campeón moderno de la misma fama de Suzuki. Merton, como así demostró, manifestó un interés favorable en el Budismo Zen. Felizmente para nosotros, estos dos ‘gigantes de la religión’ sostuvieron una correspondencia / comunicación dinámica. Sus disputas acerca de las acciones de cierto grupo de ‘Padres del Desierto’, es una discusión clásica acerca de algunos aspectos de los problemas del bien y el mal, el crimen, el castigo y el perdón. Cada budista debe familiarizarse con ella . La historia en cuestión se trata de un grupo de cristianos ermitaños que vivían en el desierto de Egipto durante el siglo IV. Una banda de ladrones atacó a uno de estos ascéticos, y sus gritos y llanto atrajo a los otros monjes, los cuales agarraron a los culpables y los llevaron a la cárcel. Cuando su abad se enteró del suceso, castigó al monje que había gritado, por haber sido traicionado por sus propios pensamientos – él no había perdonado inmediatamente a los transgresores – y por haber puesto tal valor en sus posesiones que gritó y causó que los ladrones fueran llevados a la cárcel para sufrir el castigo. Este monje aceptando la censura en su corazón, inmediatamente fue a la cárcel, entró sin ser visto y dejó escapar a los ladrones. Merton estaba de acuerdo con el monje, o más bien, eso le parecía a los ladrones. Él dijo, “De manera que los ermitaños ultrajados en realidad eran más culpables que los ladrones, porque precisamente son las personas como esas las que causan a los hombres pobres, llegar a ser ladrones. Son los que adquieren posesiones excesivas para ellos mismos y se defienden en contra de otros, los que hacen necesario que los otros roben para poder vivir.” Merton no enumeró las posesiones “excesivas” de esos monjes ermitaños que inspiró o forzó a los ladrones a robarlos. Suzuki tomó el punto de vista opuesto. “Nosotros todos somos seres sociales y la ética es nuestra preocupación e inquietud en la vida social. El hombre Zen, al igual que todos los hombres, no puede vivir fuera de la sociedad. Nosotros no podemos ignorar los valores éticos.” Suzuki reconoció todas las virtudes del desapego y la simplicidad pero todavía pensó, “El efecto de la bondad interna de los ‘grandes ermitaños’ al liberar los ladrones de la cárcel, puede que haya ido más allá de ser deseable.” ¿Qué hacemos entonces, con el bien y el mal cuando entendemos el por qué una persona puede haber llegado a ser un criminal y sentimos compasión por ella, por haber sido llevada por el destino a ese estado de sufrimientos? ¿Qué hacemos con Bebé B cuando él crece y abusa su esposa e hijos? ¿Qué hacemos con él si roba nuestro automóvil o asesina nuestro vecino? Nada confunde más a las personas en el ‘Pasaje’ que las preguntas de crimen y castigo. Sabemos que debemos de perdonar a alguien que comete un crimen en contra de nosotros. ¿Pero el perdón o clemencia por la víctima significa qué la sociedad no debe castigar al criminal? ¿Podemos perdonar a alguien y todavía, con una consciencia limpia, asistir la sociedad para castigarlo? Una sociedad civilizada está compuesta de una mezcla de hombres, algunos civilizados y algunos que claramente no lo son. En ella, los santos son definitivamente una minoría. Las sociedades civilizadas requieren leyes, y si no tienen castigos en el sentido de dolor físico, entonces por lo menos lo tienen en el sentido de la separación o remoción de la sociedad, de cualquiera que traspase las leyes o que sea dañino. ¿Qué es lo que nos compele a respetar la vida y propiedad de las otras personas y a guardar los convenios y contratos de los ciudadanos? ¿El honor personal? No. Los sistemas de honor y respeto no funcionan. ¿Cuántos de nosotros pagaríamos nuestros impuestos completos o en parte si no hubiera penalidades por no pagarlos? Peor, ¿no tildaríamos a la persona que pagara voluntariamente de manirroto disoluto? Una sociedad de santos no necesita leyes. Una sociedad de hombres ordinarios no puede existir sin ellas. Donde hay crimen, debe haber castigo. Perdonar a alguien es cesar de darle cabida al resentimiento en contra de esa persona y absolverla, ejemplo, cesar personalmente de desear castigarla. Un santo entiende la secuencia kármica de las acciones criminales de una persona, ama a la persona a pesar de sus acciones, y siente compasión por ella por su dolor samsárico. Aquellos de nosotros que no somos santos perdonan cesando de darle cabida a los resentimientos en contra del trasgresor u ofensor. Nosotros lo perdonamos por lo que nos ha hecho. ¿Cuándo entonces, perdonamos y cuándo acusamos? La respuesta, simple y generalmente, descansa en la naturaleza de la ofensa. Si alguien nos insulta, puede que queramos ‘extirparle sus pulmones’ y no dejamos que fácilmente los pensamientos incómodos de perdón se suplanten con deseos placenteros de perdonar. Todavía, si tenemos suficiente elegancia, podemos controlarnos. Le decimos a nuestro abogado que se olvide acerca de la difamación o del insulto y usualmente nos enteramos, con algún disgusto o enfado, que esa persona, ya tiene uno. En este ejemplo, nosotros éramos los únicos dañados o con probabilidades de estar dañados por la ofensa. Cuando sin embargo, no somos los únicos dañados o con probabilidades de estar dañados por la ofensa, la situación cambia. Si alguien llama a un hombre ladrón o degenerado moral, el hombre puede perdonar, si así lo escoge, a su acusador; pero si la acusación es hecha en contra de su hijo o hija, él ya no tiene completamente el mismo derecho a ignorar el insulto. Él no puede forzar a otros al martirio. Él debe defender el ataque. Una madre joven puede no desear entregar la despensa o almacén de la familia a un ladrón como Bebé B. Nadie puede hacer que ella ponga más importancia sobre la historia del destino triste del Bebé B – sin embargo, la verdad es – que ella se ocupa del bienestar de sus hijos. Indiferentemente de que el ermitaño pueda ser acusado o no por antagonizar o ir en contra de una orden, ella seguramente no puede ser incriminada por defender razonablemente sus posesiones. También, si la naturaleza del crimen es aberrante y hay una pequeña oportunidad de que el criminal pueda cometer otra vez el crimen en contra de una persona inocente, el perdón del hombre no debe tolerarse para facilitar el hacer una victima de la otra persona. ¿Qué pensaríamos si una pareja de ladrones armados, mata a todos en una tienda excepto a un hombre, que después rehúsa testificar en contra de los asesinos porque él los ha perdonado? Nosotros sabemos que, idealmente, no debemos castigar a Bebé B, debemos rehabilitarlo. Idealmente, tenemos que intervenir en su niñez y removerlo de su ambiente abusivo, colocándolo en un ambiente hospitalario y agradable. También sabemos que no todos y cada uno de los criminales llegan de un hogar deliberadamente abusivo. Algunos de los crímenes peores de la historia fueron cometidos por miembros de una buena y honorable familia. La sociedad, de hecho, hace un esfuerzo para rehabilitar a los individuos problemáticos. Para los jóvenes, hay escuelas de consejería, pensiones juveniles, y reformatorios. En el nivel de adultos, los delincuentes que han cometido una fechoría por primera vez son automáticamente tratados con gentileza. Los jueces ordenan períodos de probatoria y tanta consejería como el sistema pueda proveer. Frecuentemente, sin embargo, la única prevención para que la conducta criminal no continúe, es el miedo a la ejecución de las leyes o, lo que puede ser todavía más terrible, considerando el estado miserable y depresivo de nuestras prisiones, el miedo a la encarcelación. El temor es un pobre sustituto para el consejo y guía, pero algunas veces el temor es todo lo que la comunidad está de acuerdo a aceptar y darle valor. Desdichadamente muchos jóvenes entran en el sistema cuando ya están tan deformados psicológicamente que nada menos que un milagro puede reformarlos y restablecerlos. Ellos entran y salen de los reformatorios y de las cárceles menores y mayores, y con un rastro de sufrimiento detrás de ellos, finalmente terminan sus días en el Pabellón de la Muerte. (Entonces es que muchos budistas comienzan a prestarles gran atención a ellos.) Nosotros, individuos en camino al Nirvana podemos ver estos criminales como victimas – un punto de vista que es perfectamente claro para todos los habitantes en la cumbre, pero eso no está muy claro para las victimas de los criminales que deben estar observando, por lo menos en el momento, desde el punto de vista Samsárico ventajoso. El ‘hombre Chan’ no puede ignorar las responsabilidades de ciudadanos. Si a él no le gustan los términos de este contrato social, él puede aplicar para ser ciudadano de otro país que le sea más apropiado. Pero, mientras le interese permanecer en éste, tiene que cumplir sus obligaciones como ciudadano incluso mientras ejercita sus derechos para poner presión, por cualesquiera medios legales, para cambiar esas leyes y políticas a las cuales él completamente objeta. Sin embargo, en la religión, nosotros encontramos muchas personas muy bien intencionadas que persisten en aconsejarle a los otros que actúen como santos. La mayor parte del tiempo este sentimentalismo religioso es dañino. Un “Escalador del Camino” puede reírse cuando es instruido por un novicio que tomó los votos de pobreza el pasado jueves, que se separe él mismo de sus pertenencias. Pero algunas veces el consejo que se le ha lanzado es alarmante e involucra unas cuantas más ambigüedades legales incomprensibles. Por ejemplo, es difícil pedir dinero a un santo. Si él tiene dinero para prestar, él lo regala . Él es responsable solamente de él mismo y sabe como arreglárselas en la pobreza. Pero los “Escaladores de Camino” pueden que todavía no estén cortos en sus propiedades ni tan libre de responsabilidades familiares que puedan tener medios o recursos para dar el dinero que necesitan. Ellos pueden estar de acuerdo para prestarlo, a pesar de lo sustancial de la suma, ya que ellos y sus familias podrían ser dañados si el dinero no se les devuelve. Si él que pidió prestado no puede pagar en absoluto, él que prestó está espiritualmente obligado, no solamente a esperar pacientemente por su dinero, sino también ver si hay algo más que él pueda prestar o hacer para ayudar al que pidió el dinero, a aliviar sus problemas. Es otro cuento , cuando él que cogió el dinero prestado dice, que él no puede pagar, pero sin embargo evidencia alguna confusión, para de lo contrario, no tener que cumplir con el pago. En este caso serían santos los que se encuentran en la posición que está dirigida a olvidar la deuda. Pero, ¿qué significa eso? Tom le debe a Jerry una gran suma de dinero y le paga con un cheque que rebota, y todos los cheques que Jerry escribió, creyendo que tenia ese dinero en el banco, rebotan también. Jerry es incapaz de cubrir ese déficit. ¿Debería él perdonar a Tom la deuda mientras se sienta en la cárcel observando a Tom guiar su carro nuevo? Tom piensa que las soluciones Nirvánicas son excelentes pero Jerry tiene serias dudas acerca de ellas. Sin odio o crueldad, y también sin tener lástima de sí mismo , Jerry debería acusar a Tom. Él debería hacer esto no sólo porque sus acreedores probablemente entenderían este dilema (no teniendo duda del sufrimiento de Tom) y pueden estar de acuerdo para esperar por el pago; y no solamente porque Jerry tiene un deber cívico de recoger los cheques y ponerlos fuera de circulación previniendo así la estafa de otra víctima, sino también que, sin una confrontación consciente , no puede haber un progreso espiritual. Tom ha crecido y aceptado la responsabilidad por él mismo. Él tiene que ser un penitente. Él tiene que arrepentirse. Él no puede hacer que todas sus victimas rápidamente olviden sus deudas, justo para demostrar lo benevolentes y superiormente espirituales que ellos son. Tal generosidad sirve solamente para impedir su crecimiento y desarrollo. Y tampoco, contribuye mucho para el crecimiento ordenado de la moral comunitaria. Nadie está sugiriendo que Tom sea sumergido en el agua hasta ahogarlo o que sea mutilado. Pero un poco de consejería – sin mencionar la restitución – es lo ordenado. Se le debe permitir a la ley que tome su curso. Si Jerry y Tom estuvieran viviendo en un monasterio, Jerry debería ir calladamente al Abad, el cual está obligado a investigar la excusa de Tom por no pagar; y si él determina culpabilidad, la fuerza completa de su autoridad debe ser ejercida para producir que se obtenga el pago. Y entonces, como Abad, él debe aconsejar a Tom hasta que sus errores de carácter sean corregidos. Y si la falta no se somete a corrección, el Abad tiene que tomar algunas decisiones fuertes acerca de Tom. Nadie quiere ver al Bebé B castigado por crímenes que él no haya sido responsable de haberlos cometidos; pero mucho menos nadie quiere verlo continuar, sin haberlo impedido, su carrera criminal. Todos los ciudadanos deben querer verlo rehabilitado. Pero como budistas, debemos querer verlo salvado – y la salvación no tiene nada que ver con el sistema de justicia criminal. Y esta es la médula del asunto. Salvar al Bebé B, no es salvarlo del castigo. Salvarlo, es salvarlo de la devastación de su propio ego. Ayudar a su salvación es proveerle con una inspiración para su arrepentimiento. A través de la instrucción, de un ejemplo y de preocuparse, no de donde él reside físicamente, sino de la soledad y el rechazo que él está sufriendo en su propia mente, así es como debemos ayudarlo. El cambio que él requiere no está en su ambiente exterior sino en él mismo. ¿No creemos en la bienaventuranza que redime y la vida eterna del Buda Interno? ¿No creemos en el poder que transforma de la Gracia de Dios? ¿Estamos practicando la religión de otros? Y mientras estamos en esto, déjenos comentarles, no una pequeña falta, sino esa por la que el Bebé B del Pabellón de la Muerte, ha estado sin duda en la cárcel por años, antes de la víspera de su ejecución – esa noche de vigilia y protesta para muchos de los oponentes del pecado capital. ¿Pero dónde estaban aquellas personas iluminadas que podrían haberle enseñado el ‘Camino’ durante todos los años de su encarcelación? ¿Por qué hay tantos predicadores budistas por ahí, que protestan por la Pena de Muerte, y virtualmente ninguno que predique el condenar? El Camino como es, contiene tantos obstáculos naturales, que es casi imperdonable que haya un montón de consejos enfermizos, consejos que siempre parecen estar a favor del criminal para su futuro detrimento, enfrente de la lucha de cada Escalador del Camino. La afirmación de Merton de que las personas que poseen cosas de valor, de una forma u otra, invitan y contribuyen al crimen de sus ladrones, es del mismo tipo idiótico que la suposición de que una mujer que es extraordinariamente bella, invita y contribuye a su propio ataque sexual. Para reducir ese deseo incontrolable ella deberá quizás entonces, desfigurarse a sí misma. Pero, ¿qué deben hacer los niños para prevenir las atenciones de un depredador sexual? El usar el hábito budista no requiere que un hombre abandone los principios ya sea de jurisprudencia o de sentido común. Nosotros pecamos y estamos pecando en contra de nosotros mismos. El arrepentimiento es una carga terrible; pero la salvación, cuando llega, es un logro espiritual. El dolor de ser una victima es también una carga espantosa, pero el perdón, cuando llega, es un sacramento de liberación. Una victima que verdaderamente perdona a su trasgresor es ensalzada. Ella es el loto que surge y florece sobre el lodo. Hace unos cuantos años en Irlanda del Norte, un grupo de civiles fueron las victimas de un bombardeo terrorista. Un hombre y su hija mortalmente herida descansaban debajo de los escombros esperando ser rescatados. Horas después, cuando el hombre fue salvado, él narró el suceso. “Ella estaba cada vez más débil”, dijo él. “Entonces, ella me susurró, ‘Te quiero, papá’, y murió. Recé. Y los perdoné .” Esto , en caso que cualquiera tenga dudas , es la Iluminación . 4. La Reencarnación La Reencarnación no sólo nos presenta con su peculiar misterio, sino que ella también nos confronta con algunos problemas serios de etiqueta. Dado que un número inquietante de budistas cree en el ego después de la muerte, nosotros no podemos decir categóricamente que los budistas no creen en la reencarnación. Podemos decir solamente que algunos no necesitan creer, otros no deberían creer y otros son Tibetanos. Hay dos clases de personas que no necesitan creer: aquellos que buscan un estatus y aquellos que buscan consolación. Nosotros nos encontramos con los primeros, [aquellos que buscan un estatus] cuando por ejemplo, nuestro barbero nos informa que en su previa existencia él era Ghengis Khan. (¿Cómo deberíamos responder a esto?) Y si una sola confesión de la gloria pasada puede dejarnos perplejos en un silencio confuso, ¿qué hacemos cuando confrontamos con muchas personas que cada una pretende ser la reina egipcia, Hatshepsut? ¿Cuántas Reinas Hatshepsut había allí? Y, ¿cómo nosotros propiamente nos dirigimos a una realeza reencarnada? Y, ¿qué acerca de las reencarnaciones transexuales? ¿Cómo nosotros nos referimos a tales personas? ¿Cómo, por ejemplo, deberíamos propiamente aceptar nuestro correo si la Reina Isabel I ‘La Católica’ está habitando en el cuerpo del cartero?... Supongamos que fuéramos Católicos Españoles... Y, ¿qué podemos esperar razonablemente, en el camino de la gratificación sexual, de una mujer que nos informa, mientras le estamos mordisqueando el lóbulo de la oreja, que en otra vida y en otro lugar ella era el Gran Inquisidor Torquemada? Más de dos de estos errores [‘faux pas’] serían un gran riesgo. Posiblemente porque el mundo estaba sufriendo una plétora o superabundancia de Cleopatras, Eleonores de Aquitaine, Leonardos deVincis, Sophocleses, y todos los hombres y mujeres excitantes de la historia ya habían sido seleccionados por nuestros viejos amigos, es que llegó a estar de moda en los últimos años, el reclamar unas vidas pasadas menos ostentosas (pero de alguna forma... más fascinantes). Una hija ilegítima de una dama de honor de Eleonor de Aquitanine viviría las mismas circunstancias detalladas históricamente al igual que la Reina pero, habiendo nacido de un sometimiento adverso, probablemente los documentos de su existencia habrían estado secretamente en la sombra, eludiendo por siempre los entrometidos investigadores. Una especulación sobre un espíritu anónimo produce mucho más interés conversacional, mientras lleva un riesgo menor en cuanto a la amenaza de descrédito. Algunas veces amantes que son particularmente compatibles, reconocen que su amor es muy grande para una sola vida y deben haber llegado a ese amor por un estado ya perfectamente desarrollado o prefabricado. Ellos pueden conjeturar que su afección ha pasado a través de su etapa naciente mientras ocupaban los cuerpos de Elizabeth Barrett y Robert Browning, Tristan e Isolda, o el Señor y la Señora Cesare Borgia, dependiendo si la moderna transformación o metamorfosis los identifica con miembros de la Asociación Literaria, la Juventud Republicana o la Mafia. Todo eso es muy complicado. El otro grupo de personas que no necesitan creer en la reencarnación está compuesto de las personas que se encuentran desoladas. Ellos tratan de sentirse mejor con el pensamiento de que un día ellos puedan reunirse con alguien que aman mucho. Un bálsamo superior de consolación, es por supuesto, la comprensión o entendimiento de los principios budistas. Y frecuentemente les cuentan la historia de Buda relacionada con una joven madre que había llegado a volverse loca por la muerte de su hijo. Rehusando rendir el cuerpo de su hijo para la cremación, ella le imploró al Buda que le administrara una medicina que lo reviviera. Él estuvo de acuerdo con una condición, que ella le trajera un ingrediente necesario: semillas de mostaza obtenidas de hogares en los que no hubiera habido ninguna muerte. Después de una búsqueda fútil o inefectiva la madre entendió. Ella recobró su compostura y eximió su triste carga. Debemos notar que el Buda no ofreció ningún paliativo banal o ningún placebo. Él no dio ninguna esperanza de lugares felices en el cielo ni ningún angelito con alas recibiendo al espíritu que había partido. Él solamente le dijo a ella que entendiera esa muerte que nos llega a todos, y que es un hecho que los vivos deben aceptar . Naturalmente, es difícil criticar esos creyentes. La prudencia demanda que seamos discretos en nuestro entusiasmo al instruir a otros. Es mejor dejar al sabio que dispense la sabiduría al abatido, ya que por definición, él sabe cuando tocar el tambor del Dharma y cuando silenciarlo. Las personas que no deben creer en la reencarnación son aquellas que sus vidas son gobernadas por el egoísmo y el orgullo, y que emplean la teoría para avanzar o defender sus ambiciones vanas. Confirmados en sus construcciones ignorantes, de que la agonía presente es una retribución divina por la iniquidad pasada, estas personas miran la pobreza no sólo como la pobreza merecida sino como que han sido afortunados de haber renacidos como seres humanos. (Después de todo, ellos podían haber renacido como animales.) Estos creyentes entonces elaboran acerca de sus buenas fortunas, ofreciéndose ellos mismos como modelos de virtud para todo lo que ellos desean que renazca tan espléndidamente. Tales creencias raramente les proveen a ellos mismos con la corrección, a menos, por supuesto, que la providencia intervenga con un desastre apropiado. Quizás el mayor de los grupos que debería descartar esos puntos de vista de la reencarnación son aquellos tipos crédulos y simples que se apegan ellos mismos a los canales espirituales o médiums. Bajo la hipnosis o incluso en trance o sea, inducidos por sí mismos, algunas personas tienen la habilidad maravillosa de extraer cualquier información técnica o histórica que ellos tienen acerca de una persona, cultura, lugar, o tópico de cualquier cosa y crear de todos esos pedazos de informaciones y datas una personalidad especifica o intuitiva e informalmente ‘hábil’. Este ejercicio en imaginación constructiva requiere un grado extraordinario de sensibilidad para la sugestión, sin embargo, de vez en cuando, alguien emerge con el talento necesario. La habilidad para recordar las vidas pasadas bajo hipnosis o trance auto-inducido está relacionada con ‘el hablar en lenguas’ [glossolalia o habla asociada con ciertos síndromes esquizofrénicos], frecuentemente asociada con la Cristiandad. Las personas en el medio de una experiencia religiosa emocional pueden estallar cantando o hablando palabras y sílabas extrañas. Ocasionalmente, una persona en trance puede dar testimonios y mensajes en idiomas desconocidos. Pero a pesar de los esfuerzos más entusiastas para traducirlos, esos escritos siempre han probado no tener sentido. Por el potencial que presentan esos canales espirituales para agraviar, examinemos algunos de los fantasmas inventados que deambulan en la mente humana y que son manifestados en el mundo fantasmal de la banalidad religiosa. En los últimos cien años ha habido concretamente dos casos bien documentados de regresión a las vidas pasadas que merecen observarse. Al principio de siglo, una famosa psíquica francesa, Catherine Elise Muller (conocida como Helene Smith ), dejó boquiabierta a Europa por su habilidad de recordar sus vidas pasadas como la Princesa India Simandini, como la Reina María Antonieta de Francia, y como la Virgen María entre otras. Helen Smith había también sido una frecuente turista del Planeta Marte y podía fácilmente conversar con amigos contemporáneos que previamente eran habitantes de ese planeta. Poseyendo un gran grado de preocupación literaria, ella escribió detalladamente el alfabeto marciano y muchos mensajes en ese lenguaje. Los franceses, que habían mirado su lenguaje como el mejor en el mundo, estaban deleitados de descubrir que su gramática y su sintaxis, era la mejor de los dos mundos. Porque los Marcianos, ellos observaron, la habían estructurado idéntica al idioma nativo Francés de la Señorita Smith. Más adelante, por el beneficio de los parisinos costureros, ella diseñó la moda en existencia del Planeta Marte. El estilo Unisexo de la moda en Marte. El estilo Unisexo estaba en boga; todos usaban blusas, pantalones y una camisa larga decorada con una banda en la cintura. Smith como ‘la médium personificada o encarnada’ o ‘canal’ de María Antonieta, también escribió cartas y no le importó a ninguno de los creyentes, que su escritura, de ninguna manera, se pareciera a la de los documentos escritos a mano por la Reina. Ni nadie se molestó por las referencias de María Antonieta a los teléfonos, barcos de vapor, y así sucesivamente. Smith pronto conoció a Theodore Flournoy, profesor de psicología de la Universidad de Génova, quien asiduamente escribió las crónicas de sus trances. Flournoy concluyó que todas las personalidades de ella y sus comunicaciones eran productos de su propia mente; aunque, habiendo determinado que ella claramente no estaba fingiendo los trances, nunca dudó de la sinceridad de ella. A pesar del hecho de que ella había identificado a Flournoy como su amado esposo en su vida previa como la Princesa Simandini, ella llegó a estar tan enojada con él por su negación a admitir su ‘persona reencarnada’, que se divorció de él, como se diría, y nunca le habló de nuevo. Ella se retrajo cada vez más en sus mundos imaginarios y al final de su vida estaba viviendo, el tiempo completo, en el personaje de la Virgen María. Más recientemente, pero igualmente bien documentado, es el caso de Bridey Murphy que cautivó a los Estados Unidos durante los años cincuentas. Morey Berntein, un hombre de negocio y un hipnotizador amateur, usó la técnica de la regresión en trance en una amiga suya, Virginia Tighe. Diciéndole que fuera más atrás en el tiempo de su propia vida, Tighe de repente comenzó a hablar extrañamente, llegando a la conclusión finalmente que ella tenía ocho años de edad, que estaba en el año 1806, y que su nombre era Bridey Murphy del pueblo de Cord en Irlanda. Durante las secciones subsecuentes, Bridey dictó su autobiografía. Nacida en 1798, hija de Duancan Murphy, un licenciado y su esposa Kathleen, Bridey vivió en Irlanda hasta que murió en el año 1864. Ella dijo que cuando tenía 29 años se casó en la iglesia de Santa Teresa con el señor Sean McCarthy, quien la llevó a Belfast donde allí él enseñaba la abogacía en la Universidad de Queen. Ellos no tuvieron hijos. Después de unas largas y felices vidas, ella y su esposo fueron enterrados en Belfast. Pero a pesar de su prolongada residencia en Irlanda, ella no pudo nombrar ni una sola montaña en la Isla Esmeralda, ni estimar la distancia entre Cork y Belfast. Los investigadores no pudieron encontrar ninguna data o información de tal hijo o tal licenciado que enseñaba la abogacía en la Universidad de Queen, o incluso esa iglesia de Santa Teresa. En conclusión y para abreviar, aunque ella había muerto hacia menos de cien años y no era ninguna de esos pobres e infortunados anónimos, no hubo ningún documento en ninguna parte que pudiera sustanciar una sola línea de su autobiografía. El caso comenzó a retraerse en ‘una oscuridad glorificada’ después que un periodista reportó que mientras Virginia Tighe estaba creciendo en Chicago, ella tenía una vecina cercana llamada Bridie Murphy Corkell. Tighe admitió voluntariamente que conocía la dama en cuestión y que había estado en su casa muchas veces; pero ella insistió que la conocía solamente bajo el nombre de Sra. Corkell. A pesar de los volúmenes escritos para explorar y explicar tales ejemplos de ‘hablar en lenguas extrañas’, de ‘escritura automática’ y ‘canales de espíritus reencarnados’, un gran número sorpresivo de lo que catalogaríamos como personas inteligentes, continuará reuniéndose alrededor de las victimas de esta transferencia psicológica, reanimándolas y de esa forma alentando y fomentando sus errores o ilusiones y, en más de un caso, lucrando con ellas. Los canales pueden llegar a ser lideres de cultos y sectas si ellos tienen pretensiones altruistas y están inclinados a sermonear en esas materias como el amor universal, la hermandad, el vivir saludablemente, la eliminación de la pobreza a través del mundo, el levantamiento de la consciencia, la disminución del crimen, etc. Pero el curso que estas religiones toma es raramente uno que demuestre algún interés por cualquiera fuera del culto. No encontramos ninguna Madre Teresa entre ellos. Ellos pueden laborar largo y tendido pero su propósito es siempre enriquecer y glorificar su líder. Cuando los miembros de la familia y los amigos fuera del culto comienzan a alarmarse por esta ‘caída’ dentro de una adoración fanática por ‘el héroe o líder del culto’, y empiezan a expresar su preocupación o intentan exponer el fraude, los miembros del culto frecuentemente descienden en una obstinada enfermedad mental de ‘ ellos versus nosotros ’, una forma incipiente de paranoia de persecución. Los budistas que conocen que Dios no es Sidarta Gautama , son menos propensos a creer que Él es un predicador de Korea, un gurú de la India o un evangelista de una comuna en una selva de Guyana. Pero en cualquier momento que los budistas estén de acuerdo con la posibilidad de la reencarnación, ellos inadvertidamente aceptan y le dan autoridad a los reclamos de tales personas. Como hemos mencionado anteriormente, hay muchos Jaimistas e Hinduistas inspirados en las escrituras Budistas que se apoyan en tales imaginaciones torcidas. Pero inclusive en eso, todos los textos budistas, incluyendo aquellos más influenciados por los Jaimistas y los Hinduistas Bramánicos claramente dice que estamos automáticamente libres de las ‘ruedas de nacimientos y muertes’ en el momento en que entramos en la Nirvana. Esto es precisamente lo que debemos esperar dado que el mundo del Nirvana es indisputablemente el mundo real. En el mundo real solamente está la Naturaleza Búdica. Los egos no existen en él. Nadie habita allí. Es la única vida que todos vivimos... aquí, ahora y eternamente. La reencarnación, entonces, es una creencia que solamente las personas en el Samsara pueden posiblemente pensar, especular y preocuparse. En el mundo de la ilusión puedes nacer y morir tan frecuentemente como a ti te guste. Los budistas tibetanos son una clase por ellos mismos. Ni violentos ni vanidosos informan su creencia en la reencarnación. Eso le es tan fundamental y tan intrínseco en su Forma, que es difícil imaginar su religión sin eso. Cuando mueren, los tibetanos no pasan el estado gentilmente diciendo buenas noches. Ellos entran en el Bardo tumultuoso entre dos mundos, si están suficientemente preparados (si son expertos en alguna técnica ardua de meditación) rápidamente emergen en un cuerpo nuevo. Algunas veces les toma una vida entera para prepararse para la siguiente. 5. El Karma El Karma es la cadena de sucesos desde la cual y en la cual nuestra existencia está tejida. El Karma – nunca debe ser considerado como una retribución divina, ya sea como castigo o premio – puede ser pensado como el destino o la providencia eso que es ineludible pero que no implica predestinación. La mayoría de las personas miran al karma incorrectamente como una clase de página del libro mayor en el cual El Gran Tenedor de Libros en el Cielo, anota, tanto los créditos como las deudas, nuestras acciones malas y buenas. De acuerdo a este punto de vista, en el momento de nuestras muertes, o tan pronto como se necesite, la página del libro es marcada y dependiendo de los excesos de virtudes o las faltas de ellas, se nos premia o castiga. En esta vida o en la próxima, nos encontramos a nosotros mismos en circunstancias distorsionadas. Para considerar esta noción tonta, debemos creer que todas las victimas de cierto desastre eran igualmente merecedores del castigo o debemos asumir que cuando una epidemia nos llega todas las personas que contrajeron la enfermedad son culpables de algo – los que mueren son más culpables que los que están meramente deformados o debilitados por ella. Igualmente, todas las personas que nacen guapos y bellos, son o han sido, mejores que las personas que nacen feos. Y las personas que nacen guapos y ricos son los mejores de todos. Se dice que la creencia en esta clase de karma, es beneficiosa para aquellos que sufren, porque ella los ayuda a aceptar su infortunio con gracia y dignidad, y luchar, a pesar de su incomodidad y molestia para vivir una vida más virtuosa y honorable. También se cree que se debe proveer incentivo al infortunado para continuar actuando en la misma forma meritoria. No hay final para este sin sentido. Dado que el Karma es, de hecho, una red completa, ningún suceso en particular puede ser apartado o extirpado quirúrgicamente de las miríadas de elementos fundamentales que lo preceden y lo enredan o enmarañan. Cada suceso es un nexo o vínculo, un nudo de conexión que está compuesto de hebras, hilos o filamentos que guían y se dirigen hacia otros nudos. Cuando nosotros somos niños entendemos esto perfectamente. Una madre le dice a su niño, “Yo quiero que te portes bien y que tu conducta sea perfecta cuando nosotros visitemos a Tía Jane.” “¿Por qué?”, Pregunta él. “Porque a tía Jane no le gustan los niños.” “¿Por qué?” “Porque los niños la ponen nerviosa.” “¿Por qué?” “Yo creo que es porque ellos le recuerdan que ella no tiene hijos propios.” “¿Por qué ella no tiene hijos propios?” “Porque el doctor dice que ella no puede tener ninguno.” “¿Por qué?” (Y así sucesivamente hasta el infinito). Un niño percibe que en realidad no hay ningún sistema cerrado, ni espontáneamente ocasiones que surjan o sean inventadas. Todos los sucesos están unidos en una concatenación de causa y efecto, una red de sucesos. Los dos son factores y productos. Los adultos, sin embargo, tratan de romper la red, separar un nudo y entonces considerar ese nudo la base de todos los otros que parecen salir de él. La vida no trabaja de esa forma. En una red, todas las partes están interconectadas. Todos hemos escuchado que ‘Por la falta de un clavo la herradura se perdió.’ Un caballo ha sido impropiamente herrado, ha faltado un clavo de la herradura. El caballo es montado por un mensajero que tiene una información crítica para un comandante en el campo de batalla. Armado con esta inteligencia, el comandante tendrá la victoria. Sin ella, él perderá. La herradura le falta un clavo, y por lo tanto al caballo le es imposible continuar, la información no llega al comandante y se pierde la batalla. Esta concatenación de causas y efectos es lo que significa el karma. No nos beneficia el especular, ‘Ah, pero si al caballo se le hubiera herrado propiamente, algo podría haber pasado para prevenir la entrega del mensaje.’ Los probables y los posibles no tienen nada que ver con el karma. La razón de que el herrero falló al herrar al caballo propiamente puede haber sido que él había sido asesinado antes que pudiera terminar... o él estaba borracho... o estaba muy cansado... o no tenía clavos... o su cliente estaba apurado y le dijo que el trabajo estaba bien hecho hasta ahí. Hay una causa antecedente para el efecto del clavo perdido; y esa causa es en sí misma un efecto de alguna otra causa. La red es verdaderamente infinita. Y en un intento de decidir para quién era bueno o malo este karma del campo de batalla, nosotros irracionalmente gastamos incluso más tiempo. Consideremos un suceso... el choque de un avión. El Señor Doe está en su camino al aeropuerto cuando le roban su billetera. El avión despega sin él. Él separa este suceso y lo adjudica ser singularmente malo. Mientras él grita acerca de su mala suerte y maldice al ladrón, él se entera que el avión ha chocado. Ahora él juzga al ladrón como bueno y lo bendice. Unos días después se entera que el tiene una enfermedad fatal la que le causará un gran dolor y también lo arruinará económicamente, dejando a su querida esposa sin nada. Él también tiene la noticia que las familias de las víctimas del accidente de aviación recibirán una gran suma de dinero. Ahora él maldice al ladrón porque si el ladrón no hubiera robado su billetera, él habría pasado una muerte agonizante y su esposa habría tenido una seguridad económica. Pero mientras él permanece en ese tormento, la esposa se le escapa con su mejor amigo. Ahora el bendice al ladrón por haberle robado la billetera que le hizo perder el avión que previno a su esposa llegar a ser rica y gastar el dinero disfrutándolo con su desleal amigo. Hasta ahí, como estos sucesos tienen que ver con nuestra existencia en el mundo del Samsara , nosotros simplemente no tenemos forma de juzgar que es un buen karma o un mal karma. Si estamos de suerte, somos guiados por la cadena de sucesos al Nirvana. En algún momento somos receptivos a una fuerza inspiradora. Nuestros oídos se abren en el momento determinado que la campana suena. Oímos y seguimos. Si no estamos de suerte, morimos sin haber escuchado la llamada. Sabemos que realmente hemos sido salvados cuando estamos tan extasiados por la salvación que podemos revisar todos nuestro infortunios y entender que si algunos de esos sucesos no hubieran pasado exactamente como pasaron no hubiéramos alcanzado la orilla de la salvación. En otras palabras, estar completamente salvados es aceptar sin rencor todo lo que ha pasado en nuestras vidas. Por supuesto, deploramos los errores que hemos hecho. Pero la salvación nos capacita finalmente para entender nuestros propios crímenes así como también entendemos los crímenes de los otros y nos perdonamos a nosotros mismos como los perdonamos a ellos. Esta es una victoria extraordinaria... la cual es la razón del porque aquellos que se han salvado son contados entre los ganadores máximos de la vida, y aquellos que no, son muy numerosos para contar.
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Última modificación:
December 03, 2004
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