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 » Capítulo 1: India
Ming Zhen Shakya
El Séptimo Mundo del Budismo Chan
por Ming Zhen Shakya
Traducido por < Rev. Yin Zhi Shakya, OHY

Capítulo 1 - India

    Ustedes, Dioses, que habitan aquí y que pertenecen a todos los hombres, extiendan su protección hasta nosotros y hasta nuestras vacas y caballos.
     
        -- Rig Veda

Fue alrededor del año 5000 A.C. [antes de Cristo] o diríamos más o menos un milenio, que muchas tribus nómadas Caucásicas que habitaban libremente el Valle del Rió Danubio de Europa Occidental se incorporaron en un solo pueblo con identificación propia. Unidos por la fuerza atrayente de un lenguaje común, conocido hoy en día como Proto-Indo-Europeo, y solidificados por una agresión común (sino es que fue hostilidad) hacia los extranjeros, estos pueblos semi-civilizados se desarrollaron y actualizaron desde la edad de piedra hasta una era asombrosa de una lucha organizada y un avance social. Ellos eran mayormente altos y rubios, y tales diferencias genéticas, como las que había entre ellos y las personas pequeñas y morenas de los pueblos Mediterráneos fueron aumentadas por la dieta. Porque, aparte de alguna agricultura y algo de pesca, ellos se ocupaban de inmensas manadas y rebaños de ganado vacuno y lanar y tenían toda la leche y carne necesaria para mantener el peso y la fuerza. Sus animales, directamente la causa de su movilidad y la provisión para ella, les producían lana y piel para la ropa de invierno y los zapatos y como ellos constantemente se mudaban para encontrar pastos más verdes, les proveían transportación en la forma de litera, trineo y carretas arrastradas por bueyes.

Su arte dominante o superior – quizás el único – fue el lenguaje. Ellos amaban sentarse alrededor de las hogueras bajo las estrellas y, animados por la cerveza dulce, relatar y escuchar maravillosos cuentos de amor, aventura y guerra. Maravillosos poemas fueron elegantemente esculpidos de su lenguaje espléndido; y fue tan grande su apreciación de los gloriosos versos, que frecuentemente ellos les cubrían los ojos a los poetas que los memorizaban para que no se distrajeran con la audiencia.

A medida que la población aumentó, así también su necesidad por tierra. Ellos se movían de un lugar a otro llevando consigo su ganado, sus ovejas y su lenguaje. Tan poderosos eran para detenerlos, que simplemente se dirigían a donde deseaban ir; trayendo en sus relaciones con otros hombres ese mismo refinamiento de gusto y delicadeza de sentimiento que caracterizarían a sus descendientes Vikingos. Donde quiera que se encontraban con una civilización superior, que usualmente siempre era el caso, ellos los cortaban en pedazos. No gustaban comer vegetales ni eran vegetarianos, eran carnívoros y el matar les llegaba tan naturalmente como una sonrisa.

Pero una vez que ellos se comían y masticaban un pedazo de la cultura, algunos de ellos se asentaban para digerirla y asimilarla o en otras palabras, “se aplatanaban”.

Ellos aprendieron rápidamente. Cada vez que ellos elegían un pueblo de los que habían demolido para ocuparlo, ellos eficientemente lo reconstruían; y tan pronto como ponían sus manos en algunos caballos con sus montaduras se volvían unos expertos jinetes. Habiendo dominado esta última disciplina, la equitación, ellos llegaron a ser unas Maquinarias de Guerra / guerreros, rápidos como también invencibles. Ellos nunca olvidaban la deuda que tenían con sus caballos. Ellos también aprendieron a navegar.

Los grandes clanes, como estos nómadas, se movilizaban suavemente en las áreas no pobladas del interior de Europa y cruelmente en las ciudades costaneras o cercanas a los ríos. El tiempo, la soledad y la absorción de las palabras de otros lenguajes de los variados pueblos que ellos sojuzgaron, alteraron su lenguaje. A medida que los siglos y las millas pasaron entre sus ramificaciones, ellos llegaron a llamarse a sí mismo por diferentes nombres. Ellos eran los Alemanes que sus dioses Nórdicos Tiw, Woden, Thor y Frigga son todavía conmemorados en nuestros martes, miércoles, jueves y viernes, y cuyo lenguaje se ha diferenciado en el Gótico, el Noruego, el Sueco, el Danés, el Holandés y por último o eventualmente el Inglés. Ellos eran los pueblos Eslavos que su lenguaje llegó a ser el Ruso, el Ucraniano, el Macedonio, el Checoslovaco y el Polaco. Como Celtas ellos invadieron las Islas Británicas donde su lenguaje llegó a ser el Irlandés, el Goidelic y el Escocés. Como Helenios ellos saquearon las ciudades de la civilización ya antigua de Grecia, tomando de los conquistados su sistema de escritura, adaptándolo a su propio lenguaje al añadirle los símbolos de las vocales a él, preservando su preciado lenguaje como Griego. Ellos se dirigieron al sur en la península Italiana donde su lenguaje llegó a ser el Latín y eventualmente, a través de los esfuerzos, él de Roma Imperial, Portugal, España, Francia, Rumania e Italia. Ellos fueron los Persas y los conquistadores de Afganistán.

Fue alrededor del 1500 AC que ellos demolieron las ciudades inmaculadas del Valle del suroeste del Tibet en la India, cruzando los limites de los entonces desconocidos mundos, comenzando a viajar a través del norte de la India, cantando sus himnos Védicos y llamándose a sí mismos Arios, que en su lenguaje, allí llamado Sánscrito, significaba ‘aristócratas’ o ‘nobles’. (Ellos siempre pensaron de ellos mismos como nobles: Erie, Iran y Ario son palabras análogas que descienden de una misma raíz). Los campesinos pequeños, morenos y pacíficos de Panis y Dasas conocieron y fueron conquistados abiertamente por esas tribus extranjeras que adquirieron su lenguaje y sus vacas tan sagradas.

Los Arios fueron conquistados también. De hecho, los pueblos que se encontraron en India les dieron un impacto cultural del cual ellos nunca se recobrarán. No fue un trauma racial simple. Ellos anteriormente se habían encontrado con unas personas pequeñas y morenas pero las habían matado y tomado sus tierras y propiedades sin ningún prejuicio; y las mujeres casaderas - no importando su tamaño o color – fueron rutinariamente raptadas en sus caravanas. Lo que impactó a los Arios fue la religión que esas personas practicaban.

Los dioses de los Arios eran fuertes de corazón, amaban la naturaleza, principalmente los que apreciaban toda la naturaleza por lo que era – el escenario exquisito para la aventura. Ellos tenían muy poco gusto por la sangre de sus devotos, siendo pacificados e intercedidos mucho mejor por los sacrificios del valor individual que por los fáciles rituales de las multitudes. Unas cuantas simples docenas de ellos fueron capaces de proporcionar todo lo que los guerreros en movimiento requieren: buen tiempo, mujeres regordetas y pastos, cerveza y victoria. Estaba Indra, el dios guerrero cuya arma era el rayo. Agni, el dios del fuego que bebía Soma, su licor divino; y Savitri, el dios que emocionaba e inspiraba. También estaba Rudra, el dios salvaje de las tormentas, las pociones y las medicinas. Y sobre todo estaba Varuna, quien, como el dios de los dioses penetraba todo el espacio, decretaba el orden natural (rita) de las cosas y marcaba la extensión indiferenciada de la peregrinación o diríamos de la excursión de los Arios en las arenas metafísicas. La religión Aria no fue un vehículo de salvación. Los dioses eran observados como padres, hermanos y amigos poderosos. Ellos hacían del mundo un lugar maravilloso que era y seguramente podría haber sido un insulto pensar que cualquiera quería que lo salvaran de él. Y nadie, mortal o divino, aprobaría tal cosa sin sentido como la reencarnación. Cuando los Arios mataban a un hombre, ellos esperaban que él continuara muerto.

Pero los campesinos Dasas eran unas personas sedentarias que no se antojaban de días soleados y hostiles para la guerra. Laborando por largas horas bajo un sol ardiente, ellos encontraban sus respuestas y significados bajo la luz de la luna. Así era como era en ese tiempo, tiempo de gozo y descanso. Apegados y limitados a la tierra en un abrazo rítmico, ellos entendieron casi nada más allá, de las referencias de la economía y conservación animal.

Ellos vieron la tierra femenina y la luna masculina como una pareja divina, la Vaca y el Toro, el poder y la ley cumplida: Shakti y Shakta, Kali y Shiva. Y por lo tanto, para aprender el orden secreto en el cual su Madre Tierra conformaba, ellos no miraron al sol sino al santuario de la luna. Como muchos campesinos todavía hacen, ellos numeran sus días y marcan sus estaciones por el calendario lunar e incluso usan los signos de la luna para determinar el tiempo propio de plantar las semillas en su Madre Tierra amada. Ellos sabían que la luna dirigía las mareas de la tierra desde el reflujo hasta el flujo y que sus mujeres menstruaban en armonía (como todavía ocurre hoy en día en las pequeñas y cerradas comunidades) y de acuerdo a la fase lunar y eran fértiles, por lo tanto, de acuerdo al mismo decreto. Y desde el tiempo de la concepción hasta el tiempo del nacimiento sus brotes (y los de todo el mundo) requerían exactamente diez ciclos lunares de gestación. Pero ellos también vieron, como cualquier tonto puede hacerlo, que el semen era del color de la luna y la sangre de la menstruación – ese misterioso producto femenino – era, especialmente cuando se veía a la luz de la luna, del color de la tierra. Más adelante, ellos creyeron que la atracción de la luna por la tierra era tan sexual como su atracción por sus mujeres; y viendo la angustiosa e imposible distancia entre los amantes, se vieron a sí mismos como la luna parada a la distancia, representantes de barro de la luna plateada. Aunque fueron ellos los que sembraron las semillas en la tierra, fue la luna quien inseminó su Gran Madre Tierra y causó que las cosechas crecieran. Y justo como la luna contiene la misteriosa fuerza interna que causaba que se agrandara, se disminuyera, muriera y que tres días después resucitara, ellos, a través de la misma fuerza, renacerían del útero de la Santa Madre Tierra. Todo... sus cosechas, sus vidas presentes y futuras, dependieron de la unión y del resultado del Padre Luna y la Madre Tierra. La fotosíntesis que ellos dieron por hecho.

Para los Arios deslumbrantes como el sol, esto puede haber parecido peculiar, pero seguro, no particularmente ofensivo. Lo que los traumatizó fue la forma en que los ciudadanos comunes participaban en la tarea divina. Los nativos, como representativos lunares, creían que ellos mismos estaban ordenados a conferir el éxtasis de dios y vieron esta embajada como una responsabilidad no muy pequeña. ¿Cómo podrían esos hombres insignificantes cargar consigo tal amor como éste? Como son todos los amantes, en principio por lo menos, inclinados a hacer, ellos estaban ansiosos de enseñar que ningún dolor era mucho para llevar... que ningún sacrificio era muy grande de hacer para demostrar esa devoción representativa de su relación. Para probar que ellos eran iguales a la carga que llevaban, ellos dejaban que sus sacerdotes, en el tiempo de la cosecha, seleccionaran a alguien, como así lo hicieron, como el representante de todos los representantes. Ellos lo engordaron y lo trataron como el consorte divino que debía ser, y entonces, cuando la estación de plantar estaba a punto de comenzar y era necesario que la luna impregnara a la madre tierra ellos quemaban al sacerdote vivo de manera que sus gritos probaran cuanto dolor ellos estaban dispuestos a sacrificar para tener el amor de ella... o de otra forma ellos lo cortaban en pedazos, completamente vivo, todo para lograr el mismo efecto. Excitados por los sacerdotes en una orgía de pasión, ellos se deleitaban en su detestable y repelente estimulación sexual. Y cuando el hombre-luna estaba completamente muerto y silente y no podía estimularse más en ningún término de expresión, los sacerdotes distribuían una porción, una lasca o pedacito a cada campesino que se apuraba en llegar a casa para completar el coito metiendo el pedazo de carne en su parcela de tierra. El sacrificio, cuando estaba propiamente hecho, aseguraba una buena cosecha. Él dio resultados cada vez que se hizo.

Los Arios estaban, por supuesto, repugnados. Eso no era mucho de atrocidad y violencia – ellos no eran asesinos organizados – era la suspensión organizada de la racionalidad, la decencia humana en el frenesí taurino, la evaporación de la identidad y la voluntad individual, el residuo colectivo – un populacho fornicando para las estrella con el semen sangriento de la carne torturada de un ser humano. Para los Arios, un grupo simple, eso no parecía correcto. Otra cosa que parecía fuera de la razón era las representaciones o portarretratos siempre presentes de la pareja divina. Ellos tenían imágenes e ídolos supernaturales femeninos de ellos mismos y sabían a que diosas deberían acudir. ¿No era la personificación de la Alborada como la mujer más bella? Pero esta tierra madre era la femenina más fea que ellos habían visto. “Kali” ella era... “negra”... como la tierra removida... negra como la sangre de la luna... negra como la noche, su tiempo especial. Ella era horrible, adornada con carabelas humanas, con la boca abierta, con la lengua afuera y goteando con la sangre de la existencia carnívora del hombre. Y en cualquier parte los Arios miraban – en templos, en hogares, en plazas y calles – y encontraban un toro de piedra – con la erección fálica lista para servirla a ella. Los campesinos no podían entender la consternación de los Arios. Para ellos el falo era un simple “símbolo”, “un implemento”. ¿Qué podría ser más natural?

Pero si todo esto no era suficiente para darles a los adoradores del sol una pesadilla, los nativos eran todos fanáticos de los pensamientos insanos del renacimiento y la reencarnación, el regresar y renovarse. La muerte era solamente una condición temporal. (¿Por qué?, ¡Si un guerrero vivía mucho más tiempo, él podía matar el mismo hombre media docena de veces!) Esto era demasiado para los Arios que, en la novedad de sentir ambos, correctos y cerebrales, cesaron de ser radicalmente liberales. Claramente, estos nativos pequeños, oscuros y de nariz aplastada eran literalmente lunáticos... locos por la luna y completamente sub-humanos, de una casta o clase que era intocable y lo peor, adaptados de la mejor forma a los sucios trabajos manuales.

(El Toro Divino tristemente mira hacia abajo y despacio sacude su cabeza, enseñando un cuerno en forma de media luna / creciente y luego el otro; mientras Kali, condescendiente e implacable, enseña el amor de madre ignorando los repudios y esperando pacientemente por los Arios que se enraícen y lleguen a ser campesinos.)

Indudablemente, el poder terrible de los nativos conjuradores amedrentó e intrigó a los sacerdotes Arios, los Brahmans, quienes, como notables empresarios de ceremonias y maestros de la magia imitativa, conocían un buen ritual cuando observaban uno. El tiempo ha pasado y otra vez ellos han demostrados la extensión de sus destrezas. Regularmente, en una extravagancia memorable, ellos inclusive orquestaron el acto sexual de su reina con un caballo muerto sacrificado. (Con una producción teatral litúrgica como ésta, no me extraña que los Brahmans eventualmente hubieran tenido la India a sus pies y les gustara.) Pero aunque el caballo de la ceremonia era inspirador, la extensión de esta participación vicaria era limitada a la estimulación individual, determinada ingenuamente, si es que no fue ingeniosamente. Los sacerdotes de Kali, sin embargo, eran funcionarios de la fornicación cósmica, actualizada brutalmente y colectivamente por todos, excepto por uno de los comunicantes. El Rig Veda canta himnos hermosísimos a la bella Alborada. Pero en el coro de Kali, alaridos de éxtasis orgásmico saluda la forma divina. Este reto competitivo no puede ser ya más ignorado.

Sin embargo, había otra forma de adoración nativa e indígena que fascinaba a los Arios. Aquí y allí, en un lugar y en el otro, desde el valle y el delta del Río Ganges hasta Burma y muy al este en el sur de China mientras ellos quisieron explorar, ellos se encontraron los ascéticos... hombres que se apartaban de la sociedad y de sus camaradas, para explorar el sistema solar que ya existía dentro de los cuerpos individuales. Eran los yoguis... que absorbieron el fluido de la luna en ellos mismos y experimentaron el éxtasis extraordinario del orgasmo sin eyaculación. Aunque indigentes y desnutridos, ellos eran sin embargo los huéspedes extravagantes de algún misterioso e ínter-craneal satiricón; y sus expresiones serenamente superiores confirmaban que detrás de sus ojos había definitivamente la divina unión de un ser consumado. Estos yoguis eran intrépidos, supremamente auto-controlados, indiferentes al frío, al calor, al dolor e insensibles incluso de la necesidad de respirar regularmente. Ellos eran unos hombres extraños con unos poderes incluso más extraños. Y el poder, por supuesto, era algo que los observadores rubios podían entender y meticulosamente respetar.

Y entonces, después que los años han pasado y los invasores Arios hubieron completado su conquista del norte de la India y se establecieron hasta llegar a ser escuderos del país, ellos llegaron a ser aprendices de ese poder místico, estudiante de esa tecnología nueva la cual explicaba sin la hegemonía solar las políticas o el gobierno de la divinidad.

Mucho acerca de ellos ha cambiado. Como nómadas hostiles y agresivos, ellos organizaron su sociedad basados en un formato simple de tribu: el jefe, los consejeros mayores, los generales, los sacerdotes, los guerreros, los artesanos, y así sucesivamente. Fue una clase de estructura de flexible, como las sociedades militares requieren, siendo la flexibilidad dirigida por la necesidad de los hombres del rango inferior para alzar la moral y ocuparse de los comandantes muertos o heridos. Los sueños de dinastías se desaparecían rápidamente a la mañana siguiendo al hacer el conteo de los cuerpos. Y aunque los hijos jóvenes de los lideres definitivamente pudieron haber heredado el liderazgo, los guerreros veteranos estaban inclinados a la audición de sus talentos. Para tener heredero maduros para su poder, un jefe debe sobrevivir por lo menos dos generaciones – incluso su hijo debe sobrevivir por una; y la longevidad raramente acumula para ayudar al argumento o a lo efímero. La sociedad de ellos, por lo tanto, permite el movimiento en los rangos.

Los sacerdotes, por otra parte, pueden vivir largo tiempo. Ellos pueden tener muchos hijos quienes, especialmente en las sociedades en las cuales el lenguaje es amor, pero la escritura es desconocida, son capaces de pasar sus años de excepción militar, memorizando protegido esos sumarios sagrados que solamente sus padres saben y pueden enseñar. La clase de los sacerdotes Arios definió y vivió su existencia con privilegios patrimoniales. Sin embargo, dado que ellos eran hombres mortales y en los tiempos de derrota serian observados por los victoriosos como los primeros candidatos para la matanza o masacre (estando enfermo los capacitaba para un empleo más constructivo) ellos voluntariamente posponían el aceptar las posiciones que sus reyes guerreros le ofrecían y cuidadosamente mantenían sus posiciones subsidiarias o auxiliares. Así, aunque en segundo lugar, su rango de ninguna forma era importante. Los sacerdotes solamente podían leer en la alineación planetaria o en los intestinos de las cabras esas indicaciones que impiden los desastres o las circunstancias auspiciosas que son tan vitales en las decisiones de mando. Ellos también consolaban a los dañados y mal heridos, elogiaban los caídos, inspiraban al débil y generalmente ayudaban a sostener un nivel alto de moral enviando las bendiciones santificadas de sus dioses sobre cada campaña.

Pero cuando los nómadas peleadores o guerreros construyen casas y se asientan en una paz más o menos imperfecta, cambios deben ocurrir en el “estatus quo” o condición existente de su sociedad. Como conquistadores que se apoderaban de los esclavos, los Arios constituyeron una clase cómoda privilegiada. Thorstein Veblen – ese eminente observador de esta clase de triunfadores sin empleo, anticipa sus variados requerimientos: “El liderazgo, entre los empleos honorables de una comunidad feudal es una operación militar;” Veblen anota, “y el servicio sacerdotal toma comúnmente el segundo lugar en ella. Si la comunidad barbárica no es notablemente belicosa, el servicio sacerdotal puede tomar la precedencia ya que tiene el segundo lugar en el ordenamiento y sistematización militar.” Y seguramente, aunque la clase guerrera tenía el primer puesto durante los años de la expansión militar de los Arios, la clase sacerdotal comenzó sus asaltos en esa situación cuando los generales se aristocratizaron.

Porque entonces, después de aquellas preocupaciones agrarias con la muerte y el renacimiento y las fases que tenía la luna, al fin, entró en la imaginación del guerrero que la religión nativa podía emanar sus retos seductores. Los nuevos héroes serían aquellos que eran victoriosos en los campos de batallas internos. Consecuentemente los líderes Arios llegaron a ser unos sirvientes espirituales que pelearon bajo la guía, protección y auspicios de los majestuosos e imperiales yoguis (raja).

Lo que ellos aprendieron era maravilloso. Las nuevas enseñanzas, una colección de ensayos inspirados compuestos a través de muchos años por una variedad de maestros, que fueron llamados los Upanishads (conocimiento adquirido ‘sentado al lado’ de un maestro). Aunque contrario al espíritu doctrinal de los Vedas, ellos eran sin embargo aceptados como una adición apropiada a la sabiduría sagrada. Esa fuerza misteriosa e inflexible que renovaba la luna y la tierra era ahora identificada: ¡Tat tvam así! ¡Tú eres eso! Así tronaban los Upanishads en los oídos que nunca habían oído un rumor acerca de que el hombre era uno con dios y podía realizar su propia divinidad.

Para los hombres inteligentes y racionales que habían tenido visiones de dioses y diosas y sabían que lo que habían visto era real, los Upanishads explicaba que todas las esencias espirituales, en dios y en el hombre, eran sólo manifestaciones del Uno, el Absoluto, fuente de todas las formas de vida. En este Uno todos los opuestos estaban unidos – el espíritu y la materia, la luz y la oscuridad, el masculino y el femenino. El absoluto era ambos el poder y la ley que el poder obedecía, la Shakti y el Shiva los que su unión consumada podía ser experimentada en su pecho. Porque este Uno era definitivamente capaz de ser entendido. A través de la simplicidad, la humildad, el desapego, un continuo mirar que se dirige   internamente hacia su Origen, y, por supuesto, cantidad de instrucción sacerdotal en las destrezas necesarias, que el Uno podía ser experimentado como un éxtasis indescriptible y liberador.

Los Brahmanes inmediatamente reconocieron en las confusiones de sus revelaciones su oportunidad para efectuar un cambio de precedencia en el orden social. Para acomodar las nuevas enseñanzas, ellos reorganizaron rápidamente el Panteón Védico o el templo de los dioses, moviendo las deidades menores, tales como Vishnu, y como Rudra el temible, que se hizo blanco con las cenizas del fuego de las muchas ofrendas, en el centro, e identificando las deidades mayores con el más versátil Shiva. Ellos incluso llevaron a Kali a una escuela mejoramiento personal y a un centro de belleza de forma que ella pudiera adquirir una conducta apropiada en la mesa y una nueva y deliciosa figura y la presentaron como la bella Parvati.

Lo que hicieron después, no tuvo rival en la historia teocrática. Aunque en el Rig Veda el término ‘brahman’ significaba orar, una llamada a dios, (dado que aquellos que ruegan – los cantores y los sacerdotes – eran brahmanes) ellos ahora proclamaron que el Único dios del que todos los otros dioses eran manifestaciones, era llamado, adecuada y coincidentemente, Brahman. Brahman entonces, no solamente era el rezo y aquellos que lo recitaban sino también al que el rezo era dirigido. La palabra era dios y las suyas las voces que lo anunciaba! Brahman era el absoluto, la base del ser y de la divinidad; y aunque los ciudadanos ordinarios tenían una porción de esta divinidad en ellos mismos como el espíritu habitante o Atman, los Brahmanes como guías o consejeros especiales del espíritu divino y la fuerza divina, ¡eran Brahman hecho carne! Ellos eran dioses que con sus manifestaciones terrenas intentaban, para los mortales, ser constructivos, y para ellos mismos, ser la última etapa de la secuencia impulsiva que los enviaría a la vida eterna entre sus hermanas las estrellas.

Ellos completaban sus manuales de conjuras con un nuevo compendio de éticas, palabras mágicas y rituales, las Brahmanas. Y ellos dictaron en la documentación sagrada aquellas revelaciones que los establecían a ellos mismos como seres divinos cuyas palabras eran la ley, cuyos cuerpos eran inviolables y cuya presencia en todos los eventos ceremoniales de cada una de las vidas individuales era indispensable y de mucho significado e importancia debido al costo de sus honorarios.

Los Upanishads, entonces, no solamente facilitaron una expansión de consciencia religiosa sino, que interpretados por los Brahmanes, también proveía para la transición y estratificación en el orden social; porque como los Brahmanes interpretaron las nuevas enseñanzas, la doctrina del Karma de causa y efecto significaba nada menos que el renacimiento era una contingencia de posición o lugar, que dependía de la forma de actuar: el sistema de castas.

La flexible estructura social previamente disfrutada era ahora substituida por un edificio rígido. Solamente el Rey (el Raja) cuya oficina era ahora fija por la herencia, vivía en un lugar diferente. Todos los otros miembros de la sociedad integraban este nuevo complejo. Los Brahmanes, como dioses, naturalmente ocupaban el primer y más alto lugar. Los Kshatriyas (la clase guerrera) vivían muy bien en los estratos superiores. Los Vaishyas (artesanos, mercaderes y hombres de negocio) estaban en el nivel raso, mientras los Shudras (los campesinos y los esclavos) trabajaban en el nivel inferior o diríamos el sótano. Bajo la base, y oprimidos por ella, estaban, por supuesto, los Parias, los indeseables excluidos de la sociedad y el sistema.

La doctrina del Karma felizmente ilustra, asiste y aminora el nacimiento noble de cualquiera de las cargas tediosas o difíciles de la obligación de la nobleza. El maltrato de las infortunadas personas que ocupan la parte baja de la estructura social estaba de acuerdo con el intento divino. El nacimiento en los estratos inferiores era un acto del castigo divino y ningún miembro responsable de la clase alta o estratos superiores de la sociedad le importaba prevenir o detener la obvia voluntad de dios. Y ¿quién se iba a quejar o lamentar? Los infortunados maltratados suponían que en sus vidas previas ellos habían sido unos nobles que habían pecado, y ahora en el nacimiento presente, estaban mereciendo, por lo tanto, el castigo de una casta inferior. Y, el dolor, siendo una necesidad expiatoria, mientras más abuso hubiera, bien... más pronto ellos renacerían otra vez en la casta superior donde podrían asistir o ayudar, similarmente, a aquellos del rango o clase baja o inferior. El karma tiene una forma de hacer que todos y cada uno se sientan bien acerca de ellos mismos.

Los Brahmanes rápidamente patrocinaron su nueva posición. No siendo más unos meros cantantes, divinos o no, ahora ellos eran capaces de impartir la divinidad a las palabras concretas que ellos hablaban, y pronunciar sílabas que eran intrínsecamente poderosas. Dado que cada invocación no era solamente el enunciado divino sino la divinidad misma, se deduce razonablemente que si un Brahman quería dañar a alguien, él simplemente tartamudeaba mientras recitaba una oración en alguna de las ocasiones ceremoniales de alguna persona. Si él se sentía particularmente vengativo, él pronunciaba una línea al revez. ¡Y si estaba provocado suficientemente, tenía el recurso de omitir un verso completo! (Es terrible contemplar la consecuente calamidad.) Por otra parte, si un Brahman quería conferir una bendición, él simplemente pronunciaba la oración propia con una locución o pronunciación perfecta. Una buena dicción llevaba consigo un alto precio.

Los Brahmanes eran también capaces de venderse ellos mismos como mercaderes de la apoteosis de cada hombre, una profesión todavía más lucrativa. De acuerdo al prospecto o panfleto Brahmánico, un miembro de una casta inferior estaba garantizado incondicionalmente para nacer como un Brahman en la próxima encarnación. Siempre había espacio en lo alto para cualquiera que le importara y se interesara en los sacrificios financieros.

Consecuentemente las esposas y los hijos de los Brahmanes debían sus normas superiores de vida a la enunciación de las sílabas Sánscritas. Por lo tanto los gloriosos Upanishads dieron lugar al fraude y al vudú. Y en consecuencia los Brahmanes fabricaron el triángulo eterno del Hinduismo: el karma (la conducta), la casta (el premio o el castigo para esa conducta), y la reencarnación (el medio por el cual el premio o el castigo era administrado). Este triángulo era el emblema de autoridad de los Brahmanes. Con él, ellos podían consentirse a ellos mismo con la cortesía de la Tierra y hacer un signo de infidelidad, perfidia o deslealtad cada vez que ellos veían la Luna ultrajada.

Entre los Kshatriya habían hombres que consideraban idiotas a los Brahmanes.

A medida que ellos interpretaban las nuevas enseñanzas, una persona no necesitaba que ningún sacerdote trasmitiera directamente esa fuerza interna misteriosa. Las personas podían lograr la conexión por ellas mismas a través del no completamente simple recurso del conocimiento propio o la conquista propia.

El conocimiento propio o la filosofía discriminatoria (Samkhya) era la interpretación más intelectual del pensamiento religioso indígena que le dio una expresión formal durante los años de desarrollo teológico. Fundada por el sabio legendario Kapila (por el cual, como así fue, la ciudad del nacimiento de Buda, Kapilavastu, fue nombrada), Samkhya llamó a esta fuerza interna misteriosa o espíritu, Prakriti, la cual era efímera y profana. El problema esencial del hombre era que él tenía la tendencia a ser ignorante de su naturaleza verdadera sagrada y se identificaba en su lugar con su incorporación / agregación material en el cosmos impermanente. Las cosas del ego y la carne, cayendo en la última categoría, donde las dificultades y sus participaciones, asociaciones e intereses con ellas violaban y oscurecían el Purusha y mantenía al hombre ignorante. ¡Neti! ¡Neti! ¡No esto! ¡No esto! Llegó la admonición filosófica cada vez que el hombre tontamente observó su existencia en términos de su limitada tierra y su yo mortal. La vida terrenal, siendo una experiencia insatisfactoria e impura como era, tuvo que ser completamente subyugada al escrutinio del intelecto discriminatorio hasta que todas sus preocupaciones profanas estuvieran separadas cuidadosamente y descartadas.

El Raja Yoga, el método complementario de la salvación Samkhya, ayudó a desposeer al ego y a la carne mientras guiaba la penetración y mirada interna hasta, que al fin, el verdadero yo fuese reconocido y liberado de sus oscuros confinamientos. Entonces, la paz y el goce, en magnitudes indescriptibles, serian experimentados.

Pero el pasaje Samkhya al Nirvana no era un Bulevar. A través del conocimiento, entonces y ahora, el pasaje Samkhya aplica rigurosamente el conocimiento de la filosofía y la lógica. Una comprensión completa y total de las metafísicas era un requisito anterior. Por discriminación, el propósito del Samkhya es destinado a una búsqueda o investigación inflexible y categórica, aniquilando la conquista en el terreno incluso del impulso egoísta. Y la disciplina yoga no era una cosa de quince minutos dos veces al día del dueño de casa. Eso era un retiro en el ashram y un esfuerzo invertido durante cada momento consciente. Estas demandas habrían sido suficiente para constreñir el camino en una sola fila; pero lo que lo constreñía, lo escarpaba y lo hacía aún menos práctico para el soldado espiritual ordinario o común, era el acercamiento ateísta de Samkhya a lo sagrado. No habían dioses, ni estatuas, ni mitos que inspiraran, ni himnos que se cantaran por lo devotos, ni Salvadores que con sus acciones narradas deleitaran la mente popular. De hecho, no había héroes de ninguna clase para unir, con el sello evangélico, la flojera espiritual.

El otro método de salvación, el camino de la conquista propia (Jaina) tenía héroes para hacer dulce. Si leemos de la Mitología Oriental el libro Las Mascaras de Dios de Joseph Campbell, encontramos tantas tentaciones (desde el punto de vista budista) como por ejemplo la figura de un salvador Jeanista como Rishabhanatha (El Señor Toro) que “disfrutaba como joven príncipe, de los placeres de la corte” solamente para “renunciar al mundo y darse a sí mismo a la práctica de las austeridades” logrando la “iluminación bajo un árbol de banyan en el parque.” Otros salvadores ayudaron a los Jeanistas en “alcanzar la otra orilla” de la salvación y obtener el Nirvana. Estaba el Señor Parshva, (siglo octavo A.C.), otro príncipe Kshatriya que dejó la vida de lujo a la edad de 28 años para perseguir el pasaje de la conquista propia y quien, mientras experimentaba la perfección por primera vez, fue asaltado por los demonios, la oscuridad, los ciclones, etc. pero sin embargo permaneció “absolutamente indiferente.” Miles, incluyendo la familia noble de Parshva y la esposa que él abandonó, fueron convertidos a ese Camino a medida que él predicaba la disciplina cuádruple que los guiaría a todos fuera del sufrimiento en la distante y segura orilla.

Perturbadamente familiar como todo esto es para nosotros, era sin duda, refrescantemente nuevo a la inteligencia de las personas comunes del noreste de la India en el siglo octavo A.C.

El evangelio de Jain debe seguramente haber parecido un medio resonante a muchos de los miembros de la sociedad de movimiento ascendente, porque de acuerdo con los Jainistas había solamente dos castas: los dueños de casa y los monjes. Para los dueños de casa, las reglas básicas de conducta prohibía el juego, la mentira, el robo, el dañar a los seres vivientes, el consumir alcohol u otros licores, y la actividad sexual extra-marital. En añadidura se esperaba que los dueños o amos de casa se refrenaran de acumular propiedades y posesiones excesivas y que ayudaran a los monjes, esta última recuesta era la solución fortuita de los últimos. A los monjes además se les requería abjurar a todas las relaciones domésticas o sociales incluyendo, por supuesto, aquellas de naturaleza sexual. Para los monjes, la soledad absoluta era esencial para ganar y ejercer la perfección.

En cuanto a la gentileza y a las maneras, las reglas parecían razonables; pero en cuanto al grado de la aplicación, ellas presentaban algunos problemas. Por ejemplo, mientras ahimsa (el no causarle daño a los seres vivientes) obligaba a los Jainistas a ser vegetarianos, esa misma regla también prohibía cualquier comida o bebida después de la puesta del sol y antes de la alborada por miedo a que en la oscuridad uno se pudiera tragar algún insecto inocente. También prohibía el bañarse, dado que mientras estaban sumergidos, uno podía ahogar alguna larva inocente. El simple acto de caminar llegó a ser una ocasión de gran sufrimiento, porque en el curso de colocar los pies de uno sobre la superficie en que se estaba caminando, una hormiga inocente podía interponerse ella misma entre la suela del zapato y la tierra. Incluso, el precio del error más pequeño era horrendamente alto. Los Jainistas creían en el karma en la forma que nadie había creído antes o por lo menos desde el momento que se había contemplado esa noción perniciosa y destructiva. Un movimiento falso y un Jainista podía encontrarse él mismo consignándose a un renacimiento en un copo de nieve o una piedrecilla y una pulga... ¡y tratando de conseguir la ascensión de esos abismos profundos! Eones de existencia miserable se requerían antes que un alma obtuviera otra vez un nacimiento como hombre y la oportunidad de liberarse a sí mismo de las interminables rondas de reencarnaciones. (Dado que las mujeres eran incapaces de conquistarse a sí mismo, a ellas no le era permitido entrenarse para el asalto último y solitario en los ámbitos superiores de la salvación. Ellas podían llegar a ser ‘monjas’ – lo que incluso hoy en día es totalmente un eufemismo muy frecuente para las ‘amas de casa’. Pero, si ellas eran unas muy buenas femeninas /mujeres, ellas estaban seguras de reencarnar como masculinos / hombres.) El Jainismo claramente no era para todo el mundo. Sin embargo, las personas se agrupaban para unirse a él.

En el siglo sexto A.C., los Jainistas se expandieron bajo el liderazgo dinámico de otro noble Kshtriya que prefirió la purgación del ascetismo a la entrada suntuosa de su hogar familiar. Un adepto de logros heroicos (por esa razón su nombre fue Mahavira... Gran Héroe), él influenció tratando de convertir a las personas obteniendo un triunfo cabal. Y el Jainismo, crudo y horrible como era, llegó a ser un movimiento formidable.

Unos cuantos miembros de la casta de Vaishya también se las arreglaron para involucrase ellos mismos en materias religiosas. Inclinados a ver las cosas desde el punto de vista materialista, estos mercaderes proclamaron que todas las especulaciones metafísicas eran absurdas. Ellos desarrollaron las escuelas Charvaka y Lokayatika que afirmaban que este mundo era el único mundo que cualquiera podía conocer y que esta vida era la única vida que cualquiera podía vivir y una persona tendría que ser un tonto sino la hacia constante y sonante, y usaba sus ganancias en los placeres. Para ellos las promesas inseguras de futuros pagos tenían el mismo grado consistencia en la religión como en el negocio. Pero el hedonismo, entonces como ahora, requiere a un hombre que sea capaz de pagar por todos sus placeres y, si es capaz de permitirse el lujo o tener los recursos, no extinguir su novedad deliciosa. El aburrimiento es siempre el enemigo de la extravagancia. Ambas escuelas de pensamiento tenían una gran cantidad de ausencias en sus filas.

Aquellas personas que no podían o no dejaban sus hogares y comodidades detrás para experimentar los fuegos en sus ombligos y la fusión del sol y la luna en sus cerebros, tenían que permanecer en sus pueblos y villas, como medio para asegurar la buena vida, escogida entre el vudú, los Brahmanes, el intelectualismo seco de Samkhya, el temor y la antipatía de los Jainistas y el sacrificio humano de los Shudras y Parias. Para ellos, la vida continuaba sin una tremenda cantidad de esperanza espiritual.

Hasta, que ciertamente, en el año 563 A.C., al noreste de la India, nació del Rey Suddhodana y la Reina Maya del clan Shakya de los Arios, un hijo rubio cuyos ojos eran “tan grandes y azules como el loto” (Suvarnaprabhasa Sutra). La pareja royal, cuyo nombre de familia era Gautama, nombró a su heredero Siddhartha, “Completa-Prosperidad”. Treinta y cinco años después él reclamaría otra identidad: El Despierto. El Buda.

Sabemos muy poco acerca de él. Él era el hijo único. Su madre murió poco después de su nacimiento y las tías que lo criaron, lo malcriaron como las tías cariñosas invariablemente hacen. “Yo usaba ropa de seda y mis asistentes sostenían una sombrilla blanca sobre mí...” Él dijo en confidencia, “y mis perfumes eran siempre de Benares.”

La escritura probablemente no había aparecido todavía en el reinado. Más allá de la cacería, los tragos, los cantos, las danzas y el hacer el amor inhibidamente de la vida de la corte, había muy poco para que un joven introspectivo aprendiera. En lo que para ese tiempo debe seguramente haber sido la moda del príncipe de kshatriya dondequiera, él creció cansado de todos los placeres, así que cuando, a los diecinueve años él se casó con su prima Yasodhara, sin duda él estaba tan aburrido como lo puede estar un pachá turco y mucho más.

Así es como H.G. Wells reconstruye las circunstancias de Siddartha, “Un gran descontento sintió que le caía arriba. Era la infelicidad de un cerebro superior que busca por empleo. Él sintió que la existencia que estaba llevando no era la realidad de la vida, sino un día de fiesta – un extraordinariamente largo día de fiesta.

Más allá de los portones del palacio, sentados inamovibles en lejanos ashram, estaban aquellos maestro yogas que conocían como terminaba el pasadía.

Pero como hemos visto, la verdad de Samkhya no era de la clase que se podía adquirir casualmente. El entrenamiento demandaba atención indivisible y el joven príncipe tenía, en ese tiempo, otras materias en que ocuparse. Como hijo de su padre, él seguramente se sintió obligado a producir un sucesor. Sin embargo, después de años de matrimonio, él y Yasodhara estaban todavía sin hijos. Dejar la corte para entrar en un ashram era impensable.

Podemos imaginarnos como las presiones aumentaban sobre él – las lágrimas de su esposa, las preguntas y los consejos de su padre, la mofa de sus amigos. Finalmente, en el décimo año de su matrimonio, Yasodhara dio a luz un hijo. Libre por fin para perseguir su viaje espiritual, él se levantó en el medio de la noche, entró en la alcoba de su esposa, le dio un besó de despedida a ella y al bebé, y se marchó por su bien. Él tenía veintinueve años.

Montado en su caballo favorito, Kantaka, y acompañado por su leal sirviente, Channa, él cabalgó hasta el borde del bosque, se despojó a sí mismo sus joyas y su atavío majestuoso e instruyó a Channa que regresara su caballo y sus últimas posesiones materiales al palacio, y caminó solo en la oscuridad.

Él entró en un ashram y pasó muchos años dominando la filosofía Samkhya y las técnicas del Raja Yoga; pero, como estaba todavía intelectualmente y espiritualmente insatisfecho, se marchó. Entonces, se encontró un grupo de ascéticos que sus austeridades balanceaban exactamente su vida pasada de lujos y siendo impresionado por su simplicidad y ardor, decidió unirse a ellos. Así comenzó una serie de largos y peligros ayunos. Cuando casi se estaba muriendo de hambre e inanición, decidió que la privación y penuria era al igual que el exceso una cosa sin sentido y prometió solemnemente ajustarse a un sistema de moderación. Así abandonó el ascetismo y comenzó a comer, en cantidad y en variedad, toda la comida que necesitaba. Y cuando había recuperado su fuerza completamente, y la historia del liberador comenzó a repetirse de nuevo, se sentó bajo un árbol de higo diciendo que él no se levantaría de allí hasta que hubiera encontrado la solución al dilema humano.

Mientras observaba a Venus levantarse como la estrella matutina, él experimentó el satori y al fin entendió la causa y la cura de la lucha humana. Mientras, los diablos aparecieron naturalmente para tentarlo y la tierra por supuesto tembló, él permaneció absolutamente inmóvil. Se levantó, nombró su camino y su verdad El Camino Ario, El Noble Camino Medio, y así comenzó su ministerio de cuarenta y cinco año.

Podemos ver claramente... una figura de Apolo deambulando con los pies desnudos a través de los mercados... un príncipe en ropa simple, durmiendo sobre pasto.

En el año 483 A.C., a la edad de ochenta años, él murió. Su muerte fue causada por comer zetas envenenadas o carne de puerco putrefacta. Los documentos no están muy claros y nadie sabe con certeza cual de las dos fue la causa.

Todavía hay menos certeza acerca de las especificaciones de su mensaje. Ni una sílaba de su verdad fue escrita en ese tiempo.

Ni siquiera cuando finalmente fueron documentadas, no fue hecho por alguien que había sido testigo ni siquiera de una sólo palabra de todo lo que se alegaba se había dicho. De hecho, las enseñanzas del Buda fueron permitidas que viajaran libremente por cientos de años, antes del año 80 A.C., en él cual, en la distante Sri Lanka, sus entusiastas descendientes finalmente las imprimieron en el Canon Pali.



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Última modificación: December 03, 2004
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