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Ming Zhen Shakya
Vendiendo Dolor y Silencio en la Edad De Oro de los Agravios
por Ming Zhen Shakya

Traducido por Enrique Aguirre Baigorri
desde Madrid, España.

Traducción presentada el 9 de enero de 2003



El dolor es, según parece, un género valioso. Ya sea físico, psicológico, dolor pasado, dolor futuro, dolor involuntario, dolor a propósito, o dolor infligido por estupidez o negligencia. Todos ellos alcanzan un alto precio en el mercado de la sala de un tribunal.

Y si vendemos el dolor en privado mediante acuerdos y evitamos el bullicio público del mercado, el dolor tiene incluso más valor - entonces podemos añadirle el precio de silencio. Nada como el silencio encarece más el precio del dolor.

El dolor es el síntoma, el efecto de una causa, y si podemos acusar o amenazar con acusar a alguien que estime su reputación de haber causado aquel dolor, es bastante probable que nos pague por nuestro silencio, sea él totalmente inocente, completamente culpable, o sólo responsable en parte.

Los beneficios son, a menudo, un extraño asunto. Cuando el demandado es en realidad inocente, el dinero que paga por el acuerdo no es para compensar a la víctima por los daños. Se paga para evitar el alto coste del pleito y la mala publicidad que proviene de la acusación de haber causado el daño.

En los casos de responsabilidad parcial, muchas veces encontramos una distribución injusta de la carga financiera. Si diez demandados son declarados responsables de daños y nueve de ellos están con los bolsillos vacíos pero el décimo tiene los bolsillos listos para llenarlos - será el décimo él que probablemente recoja el talón completo.

Cuando el demandado es culpable y hay un agravio justificable, en particular uno que el sentido común y la decencia - las expectativas comunes de ciudadanía - autorizarían una advertencia de peligro público, el acto de aceptar dinero a cambio de silencio corrompe a la víctima quien, le guste o no, se convierte en una especie de conspirador en una futura repetición del hecho doloroso. Sí, todo es perfectamente legal. Pero no, no es perfectamente moral.

Aquí la conciencia y los valores espirituales entran en deliberaciones. Lamentablemente, estos valores no son siempre perceptibles en la imperante atmósfera circense de los agravios.

Pensábamos que demandar a un restaurante de comida rápida porque su café para llevar estaba demasiado caliente era tan imprudente como lo fueron posiblemente los tribunales cuando permitieron a aquel pleito salir adelante. Pero ahora hemos sido desafiados incluso más allá de aquella estupidez legal.

Recientemente, (el 27 de julio) la Prensa Asociada [Associated Press] divulgó que una mujer, mientras estaba de vacaciones en Las Vegas, compró un juguete sexual mecánico el cual decidió llevar a casa embalándolo dentro de su maleta. La intimidad no es algo que pueda plantearse aquí ya que todos sabemos que en estos últimos días, después de haber pasado el suceso del once de septiembre, el equipaje es con frecuencia registrado públicamente en la sección de venta de billetes de los aeropuertos. Si no queremos que agentes de seguridad del aeropuerto y espectadores vean algo que hemos puesto en nuestra maleta, debemos encontrar otro modo de transportarlo.

Así que, al cambiar de avión en Dallas, los mozos de equipajes que cargaban las maletas notaron que un dispositivo mecánico había comenzado a zumbar desde dentro de una de ellas, y avisaron al equipo de seguridad del aeropuerto - como todos esperaríamos que hicieran. La etiqueta identificativa en el equipaje reveló su nombre; y desde el avión fue invitada a encontrarse con los agentes de seguridad, allí mismo en la pista.

Los agentes le pidieron que abriese la maleta para inspeccionarla. Ella les describió lo qué era y esperó que ellos creyeran su palabra - como si fueran a darse por contentos con sus afirmaciones de que no era más que un juguete sexual demasiado ansioso. No, ellos quisieron que abriera la bolsa inmediatamente allí sobre la pista. Quisieron ver por ellos mismos y esperaban que ella lo manipulara. Quizás ninguno de ellos llevaba guantes de caucho.

Los espectadores, sin duda aliviados y divertidos (que otra cosa cabría esperar) se rieron. La señora por lo contrario, sin haberse divertido demandó a la aerolínea [Delta Airlines] por tener un personal y clientes que se ríen cuando algo es risible. Algunos, dijo ella, hicieron comentarios desagradables, que eran sexualmente vejatorios. La línea aérea intencionadamente había " infligido angustia y discriminación de género sobre ella."

La señora había sido avergonzada; pero si su angustia fue causada por haber más o menos un centenar de personas en el avión asociando temporalmente su nombre con juguetes sexuales sediciosos, uno pensaría que ella no debería haber informado a la nación entera en la publicación clara y permanente de su identidad y su ahora asociación indeleble con tales dispositivos entablando una demanda legal. Pero, la vergüenza es dolorosa y el dolor tiene su precio. Lo asombroso es que los pasajeros no demandaron la aerolínea por retrasar la salida prevista. Quizás muchos ellos perdieron su vuelo de conexión debido a su insensatez. Perder un vuelo de conexión es muchísimo peor que ser avergonzado por un riesgo deliberadamente asumido al llevar un juguete sexual en una maleta. Y todavía peor es el miedo de estar en un avión que obtiene esa atención especial de seguridad justo antes del despegue.

Pero la demanda fue interpuesta y quizás la demandante confiaba en un acuerdo con el que ella podría decir, como hizo 'Liberace' una vez cuando despertó la risa de sus críticos, "Lloré durante todo el camino al banco".

El proceso del arreglo para evitar el pleito judicial se ve favorecido por el temor 'no injustificado' de que los jurados puedan conceder sumas enormes por daños como si se les hubiera pedido predecir los futuros ingresos de un individuo; hacer una evaluación objetiva de algo que es a menudo puramente subjetivo, por ejemplo, el dolor o el pesar de una persona; y castigar - no poniendo al culpable demandado en la cárcel o multándole con una suma que sería depositada en las arcas públicas - sino haciéndole pagar compensaciones punitivas adicionales al demandante.

Todos recordamos el caso de un diabético que colocó su jeringuilla de insulina usada en una lata vacía de Pepsi Cola, considerando ésta una forma segura de eliminar la aguja. Pero alguien en la casa del diabético vio la oportunidad de hacer una colecta de "daños y perjuicios" y se efectuó una reclamación contra Pepsico por la "negligencia" del embotellado que le había causado tal trastorno emocional. De la noche a la mañana, allá donde llegó la noticia, se efectuaron reclamaciones similares. Tan numerosas y extravagantemente infundadas eran estas reclamaciones que fue necesario promulgar leyes de mal uso/manipulación/sabotaje de productos.

Cuando la gente sabe que se puede ganar dinero con el dolor, les puede empezar a doler terriblemente fuerte.

¿Pero qué pasa si hay una queja auténtica? Cuando la víctima acepta dinero a cambio de silencio, no se obtiene ningún conocimiento público amplio - no queda ningún registro oficial del daño. Si un fabricante vende una bicicleta defectuosa y la compro y me hago daño - y luego acepto dinero a cambio de mi silencio - la próxima persona que compre ese modelo de bicicleta se convierte en una víctima - la cual podría o no, darse cuenta de que tiene un defecto de fábrica. Si se mata en un accidente y la bicicleta destrozada la tiran, nadie sospechará del fabricante. Yo seguramente no diré nada. Y si alguien que conoce mi experiencia cuestiona mi moralidad, pregonando mi aceptación de dinero a cambio de silencio "un soborno" - lo que ciertamente es - yo también puedo citar a Liberace.

De modo que aquí tenemos el inconveniente de llegar a un acuerdo en un pleito. Las noticias se escaparán y los privilegiados en enterarse de la indemnización serán propensos a descubrir que ellos han sido perjudicados de modo similar. Y los que no tengan conocimiento del caso son en potencia candidatos a ser las próximas víctimas. Podemos decir - Bien, dejemos al fabricante de bicis tomar las medidas correctivas. - Pero esta solución no siempre es aplicable. A veces el daño no es causado por los productos fabricados, sino por el personal, seres humanos que yerran. Los patrones pueden supervisar a sus empleados hasta el acoso - con perros guardianes de asuntos internos de los que muerden salvajemente; pero la naturaleza humana, una entidad siempre cambiante, ningún patrón puede prevenir la conducta procesable de sus empleados. Nuevos empleados, nuevos tipos de infracciones, y las cambiantes costumbres públicas llegan a ser un rompecabezas actuarial.

Los casos más importantes de crimen, castigo, reclamación y acuerdo implican a personas que ocupan posiciones de confianza: profesores, sacerdotes y aquellos que prestan asistencia médica.

Vamos a suponer que un centro de cuidados de enfermería privado tiene un asistente que es negligente o cruel en el cuidado de un paciente. Los parientes del paciente contratan un abogado y demandan. Se llega a un acuerdo en el caso, se compra el silencio. Desde luego el centro quiere librarse del asistente - y cuanto más lejos puedan alejarle del lugar del maltrato, mejor. Con más frecuencia de lo que parece darán al tipo unas buenas referencias tan sólo para que salga de la ciudad. Ningún antecedente criminal ni mención alguna del incidente le seguirán. Protegido por el silencio el culpable pasa a otro centro. Todo el mundo contento - excepto su siguiente víctima.

En el caso de abuso eclesiástico, como los recientes problemas en Boston, encontramos una situación estructuralmente similar, pero infinitamente más complicada.

Durante años, funcionarios de la Iglesia, quienes podían reconocer el más leve matiz de pecado, se permitieron ser totalmente ciegos al crimen. Como si pudieran comprar sus propias Indulgencias Plenarias, pactaron las demandas por abuso infantil y luego, en una inusual muestra de confianza en la ciencia, trataron de rehabilitar al sacerdote culpable.

Sólo recientemente la Iglesia se ha dado cuenta que nunca debería haber comenzado a tirar del hilo de la madeja del arreglo que hizo y que ha probado ser tan molesto en su desenredo.

Podemos ver el camino mezquino que sigue este conflicto: un sacerdote, el Padre X, abusa de un niño quien, o bien guarda silencio o bien se lo cuenta a sus comprensiblemente incrédulos padres. Ellos no van a la policía, van a un abogado o al sacerdote superior. Si un vagabundo en el parque hubiera molestado sexualmente a su hijo, habrían ido directamente a la policía si es que no habrían esquivado completamente la jurisprudencia y tomado una acción tan punitiva como ellos consideraran apropiada - y ningún jurado los habría condenado.

Un sacerdote, sin embargo, no es un ciudadano ordinario. Él ha aconsejado y dado apoyo psicológico a cientos de feligreses. Por el poder de su ministerio ha hecho llegar el perdón divino a incontables transgresiones. Él ha pretendido ser un ejemplo espiritual y sobre la creencia en su integridad descansa la determinación de sus feligreses de guiar mejor sus vidas. Su reputación no puede ser dañada sin dañar colateralmente a aquellos que cuentan con su bondad - y también con su voto sacerdotal de silencio, una contingencia de sus confesiones. Nadie quiere ver un ex sacerdote deshonesto de pie en la barra de cualquier bar de la esquina.

Y los niños no son ciudadanos ordinarios, tampoco. Como tristemente aprendimos en los años 1980 ' errores judiciales de "malos tratos a niños de preescolar", psicólogos sin escrúpulos o incompetentes o cualquier persona con autoridad puede poner sugerencias espeluznantes en la mente de un niño, sugerencias que él repetirá como realidad, sugerencias que comparten las mismas aguas, diríamos las mismas lágrimas, creando un frenesí de ingestión legal y periodístico. Después del fiasco del Colegio McMartin, de la noche a la mañana, exactamente como en las demandas contra Pepsico, los cargos de imitación, de ese caso en particular, de abuso de menores han sido elevados contra docenas de ciudadanos inocentes. Brujas y brujos y abusadores de infantes acechaban en cada Asociación de Padres de Alumnos de cada ciudad.

Los herederos de toda esa incompetencia investigadora y torpeza acusadora son aquellos niños de hoy que realmente han sufrido abusos, pero cuyas quejas son consideradas con escepticismo. El niño al que no se cree o que guarda silencio sobre el delito facilita la aparición de nuevas víctimas y es, él mismo víctima por partida doble.

Cualquiera puede entender por qué las autoridades eclesiásticas desearon acuerdos silenciosos - pero nadie puede comprender sus ingenuas suposiciones de que el silencio comprado significa silencio absoluto - que no habría contagio de denuncias - o que podrían poner una fe tal en la reiterada garantía de curación de un psicólogo o en la promesa reiterada de un sacerdote culpable de no pecar otra vez.

La reforma del agravio se está convirtiendo finalmente en una realidad a largo tiempo esperada. Los topes en indemnizaciones de jurado están siendo legislados en juicios de responsabilidad médica y farmacéutica ahora que los macro-juicios y las exuberantes sentencias han inflado drásticamente las primas de seguros y han hecho las medicaciones prohibitivamente caras. Las indemnizaciones de jurado son factorizadas dentro del precio que los consumidores deben pagar por cualquier cosa.

La Iglesia, también, ha revisado su respuesta. En el futuro, si un sacerdote es acusado de un delito, tiene que ser procesado en un tribunal penal. Este rechazo a participar en acuerdos encubiertos tiene que ser adoptado por todas las instituciones que emplean a personas en posiciones de confianza.

Los budistas de cualquier denominación han hecho voto de los Cinco Preceptos, al menos tres de los cuales por lo general cuentan en las demandas legales. No podemos mentir o exagerar el daño recibido o reclamar beneficios a los que no tenemos derecho. Y tenemos que considerar el daño que podríamos hacer a otros si permitimos que nos sobornen en silencio.

La ambición de tener éxito económicamente y sacar provecho de nuestro trabajo o ideas no es un obstáculo en nuestro Camino. La avaricia sí. La avaricia es aquel deseo enfermizo que nos conduce lejos del objetivo de la Iluminación.

Se ha dicho que los días de los Klondike y Comstock se han acabado y que el único lugar que queda para hacerse rico es la mina de oro de los agravios.

Pero este no es el Medio de Vida Recto que Buda tenía en mente.




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Última modificación: December 03, 2004
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