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Ming Zhen Shakya
Martha

Traducido por Miguel Conde D'Arbell (Zheng Chè)
desde Ciudad México.

Traducción presentada el 3 de septiembre de 2002



Existe un dilema fundamentalmente centralizado en la vida religiosa, y la Biblia, con su exquisita brevedad, nos lo presenta en Lucas: Capítulo 10: versículos 38-42:

    38. Y aconteció que yendo, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa.
    39. Y ésta tenía una hermana llamada María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
    40. Empero Marta se distraía en muchos servicios; y sobreviniendo dice - Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile pues que me ayude.
    41. Pero respondiendo Jesús, le dijo - Marta, Marta, cuidadosa estás y con las muchas cosas estás turbada:
    42. Empero una sola es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada.

    La Santa Biblia - Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569)


Claramente estos versículos se pueden aplicar en diferentes niveles de la enseñanza, pero hay uno sólo que es obvio: la necesidad enorme y primordial de Dios y que ninguna otra necesidad alcanza tener prioridad sobre ésta. María se sentó serenamente ante los pies nirvánicos de Dios. Ella tenía lo que era verdaderamente importante. Pero Marta, en lugar de fijar su atención en la Presencia Divina o en su servicio a Ella, malgastó su atención en ilusiones Samsáricas.

Especialmente los budistas Zen, podemos entender esa situación. Planeamos sentarnos a meditar y a medida que encendemos nuestro incienso y nos ponemos cómodos sobre nuestros cojines, estamos ansiosos por la llegada del cartero. - ¿Llegará tarde hoy? - O nos damos cuenta de que pesa sobre de nosotros una 'tremenda' decisión: ¿debemos preparar arroz o pastas para la cena de mañana por la noche? Tratamos de enfocar nuestros pensamientos en el cántico emitido por nuestra boca, pero en lo único en lo que podemos pensar es en ese encuentro que hemos tenido en la tienda con un empleado grosero. Sí, entendemos la advertencia de Jesús. Nadie se "preocupa ni se toma la molestia de hacer muchas cosas", como un budista Zen.

Pero estas palabras de Jesús tienen un significado más profundo. Nuestra atención se dirige inmediatamente a su intrigante selección de los términos en los versículos: Él habla de "una cosa necesaria", que evidentemente se compone de varias "partes". Tenemos que pensar en esto. Y tenemos también que considerar la dificultad que el acontecimiento en sí mismo representa: Cuando trabajamos para servir a quienes buscan nuestra ayuda, ¿qué ocurre cuándo nos retiramos, aparentemente sin hacer caso de sus necesidades, para estudiar o meditar o asistir a otras cosas que creemos es - en ese momento - más importante? ¿Cómo resolvemos el conflicto entre la satisfacción de nuestras necesidades espirituales o personales y aquellas tareas que nuestra vida en la civilización requiere que nosotros hagamos? Para comer, el alimento debe estar preparado. 'Alguien' tiene que hacer este trabajo.

Y, entonces, nos preguntamos... ¿Por qué Jesús se niega a pedirle a María que ayude Marta? ¿Es Marta algún tipo de devoto de segunda clase? ¿Es absolutamente justo dejar a Marta hacer todo el trabajo prosaico, mientras su hermana María se reclina agraciada a los pies del maestro? Parece haber algo de injusto en esta negativa. Después de todo - razonamos - María se sentará a la mesa comer. Ella también cenará.

A primera vista parecería que la Biblia contradice la enseñanza Zen. "No hay trabajo, no hay comida", es nuestro dictado monacal. Como cualquier persona, ante lo dicho por Jesús contestaríamos rápidamente: "¡ah!, mi maestro debió golpear con su palo a María y enviarla a que fuera corriendo a la cocina". Pero los hombres del Zen no desdeñan a la ligera los pronunciamientos de un Bodhisattva. Así que nos rascamos la cabeza y mantenemos un silencio discreto pero oscuro, a la espera de que el bombillo del Buda comience a brillar en nuestros cerebros.

Hace poco, mientras examinaba varios acontecimientos aparentemente sin relación, accidentalmente se me encendió una luz, que creo ilumina estos otros significados.

No hace mucho había invitado a mi casa a dos miembros solteros de mi congregación para la Cena de Acción de Gracias. Soy una cocinera terrible, por lo que la atracción no lo sería la comida... lo eran dos clásicos de la filmografía francesa subtitulados al inglés. Mi televisor y mi vídeo se hallan en el dormitorio, un lugar muy pequeño. En el cuarto, además de la cama, hay cajoneras, archiveros, estantes, el equipo de sonido con sus montones de CDs y casetes y, por su puesto, mi equipo de cómputo, con escritorio e impresora incluidos, etc. etc. La mayoría de los cuartos de baño, disponen de más espacio. Añadiendo a todo eso, había algunas sillas desplegables abiertas y dos personas en ese mismo cuarto, eso era lo que podríamos llamar 'apiñamiento'. Tres constituían un verdadero atolladero. Pero caracoles... los solteros no requieren de comodidades refinadas.

Planeamos comer al estilo bufete mientras veíamos las películas, pues francamente mi mesa de la cocina es también pequeña, conveniente para armar un rompecabezas de menos de 500 piezas... y realmente para eso, requeriría de toda su superficie.

A la hora convenida llegó uno de los invitados. Él tenía trabajo por hacer ese mismo día, por lo que después de esperar en vano durante una hora al otro comensal, comenzamos a comer y a ver las películas. Fue entonces cuando sonó el teléfono llamando él que faltaba. Dijo que estaba con su casera, una mujer anciana y enferma, originaria del Oriente y que no hablaba mucho inglés. Explicó que estaba encariñado con ella y que como en ese Día de Acción de Gracia estaba sola, él quería hacer una acción buena para ella. Preguntó si estaría bien traerla a la cena. Le dije que no.

Le dije que podría llevarse toda la cena que quisiera a su casa y le expliqué que en mi estrecho dormitorio no tenía espacio para tres invitados... Incluso, aunque insistían en que podrían apilarse, les dije que no. Además, en vista de que la señora desconocía el inglés, poco podría comprender de una película francesa con subtítulos en esa lengua. Para entretenerles a ella y a él me vería obligada a ir a otro cuarto y dejar a mi actual huésped solo en el dormitorio viendo la película. Y esto no lo haría. Le comenté que si me hubiese avisado con tiempo, podría haber preparado otro tipo de reunión. Le expresé que estaba verdaderamente apesadumbrada, pero también le hice patente mi responsabilidad para con mi invitado presente. Aunque obviamente molesto, me dijo que pronto llegaría a reunirse con nosotros, pero nunca llegó y, de hecho, nunca asistió a otra reunión de la congregación. Recibí ciertas críticas por esta decisión. Mucha gente pensó que debí ser más generosa. Me sentía cómoda con mi decisión aunque, lo admito, no estaba exactamente segura de por qué el rechazo era justificado.

Meses más tarde una amiga mía llamó para discutir un problema que estaba afrontando. Su suegra pertenecía a una organización religiosa que hace actos de caridad, como el pasear a minusválidos o auxiliar en la atención a enfermos. Una determinada persona, un anciano enfermo del riñón que requiere diálisis, vive en el mismo barrio que mi amiga. La suegra, después de hablar con el hijo y de obtener su aprobación, reclutó los servicios de mi amiga para que llevara al anciano a la clínica donde es sometido a frecuentes tratamientos de diálisis.

Inicialmente, mi amiga había objetado que la nueva tarea le impediría hacer su propio trabajo voluntario en las Guías Scout, pero su suegra minimizó sus protestas argumentando que la necesidad del paciente de riñón era por mucho más importante, después de todo se trataba de un asunto de vida y muerte.

Mi amiga consintió y gentilmente trató de cumplir, pero pronto, la tarea se hizo una carga intolerable. Ella tenía niños, y durante días debió llevar al paciente a la ciudad y esperar cada vez varias horas a que el tratamiento concluyera, mientras su marido llevaba a los niños a comer pizza. Todos -excepto mi amiga- estaban conformes con el acuerdo. Ella estaba profundamente resentida. - Incluso sin mis actividades de la Asociación de Niñas Exploradoras - dijo - todavía tengo que hacer mis quehaceres domésticos y nadie me ayuda con ellos. Ellos van a la pizza y lo pasan bien. Yo regreso a casa a fregar los pisos y lavar. Y cuando me quejo soy criticada y me dicen que debiera ser más generosa y caritativa. - Me parezco a Marta - gimió. Ellos hacen la parte buena, la placentera, y yo tengo el trabajo.

De pronto los versículos 38 a 42 del capítulo 10 de Lucas cobraban un nuevo significado. El problema no era el trabajo confrontado a la ociosidad. Y era considerablemente mucho más, que una sesión de meditación contra la atención de las fastidiosas tareas de la vida. Se trata de un problema que caracteriza la solución de la vida religiosa en sí misma. Recordando que el Bhagavad Gita abordó este mismo problema, fui a mi estantería y busqué el texto.

También recordé momentos de hace años, cuando trabajaba y mis niños tenían que ayudarme a limpiar la casa. Mientras fregaba o pulía, ellos constantemente venían y me pedían les ayudara a encontrar esto, o alcanzar aquello, o clasificar eso otro; y yo tenía que suspender lo que estaba haciendo para ir en su ayuda, hasta que, fastidiada por las interrupciones, les gritaba "¡no me ayudan pidiéndome ayudarles!". Es esto lo que, en cierto modo, está en el corazón del problema planteado en el Evangelio de Lucas.

Mi huésped del Día de Acción de Gracias quiso hacer algo bueno por una mujer; pero lo que pretendía hacer de bueno por ella me lo trasladaba a mí para que yo lo hiciese. Él tenía razón en querer ayudarle. Pero se equivocaba al tratar de presionarme para ayudarle a ayudar a la mujer. Yo tenía mi propia agenda "de ayuda" con la cual cumplir. Él quiso hacer algo bueno y amable. Magnífico. Entonces lo mejor de sus capacidades debería haberlo destinado a ello.

La suegra de mi amigo se ofreció voluntariamente a realizar un acto bueno y generoso. Muy bien. Salvo que lo que ella hacía por ser buena y generosa lo trasladaba "voluntariamente" a mi amiga, para impresionarla con el servicio, para desconcertarla en su actuar caritativo. Estas dos personas habían decidido que sus agendas caritativas eran más meritorias, más dignas de atención que las agendas de otras personas; que tenían el derecho de inducir a otro a destinar su tiempo y recursos para cumplir sus propios compromisos. Y en la elaboración de esta determinación demostraron que se habían "atado", en términos budistas, a su propia imagen como personas caritativas e inventivas. En otras palabras, lo importante para ellas era que sus proyectos tuvieran éxito y, por extensión, sus reputaciones como generosos y eficientes se mantuviesen intactas. En el capítulo 3 de la Canción de Dios, esa hermosa traducción de la sociedad Vedanta del Bhagavad Gita, hay un diálogo entre Arjuna y Krishna en el cual oímos una referencia que hace eco a esa cosa necesaria que existe en varias partes. Arjuna pide a Krishna, "enséñame un camino definido para alcanzar la bondad mayor".

Krishna responde: "Ya te he dicho que en este mundo los que aspiran pueden encontrar la iluminación por dos caminos diferentes. Para el contemplativo está el camino de conocimiento: para el activo está el camino de acción desinteresada". Y continúa explicándole este otro camino. "El mundo es prisionero de su propia actividad excepto cuando las acciones son realizadas como la adoración a Dios. Por lo tanto, debes realizar cada acción sacramentalmente, y liberarte de cualquier apego a los resultados... Cuando un hombre ha encontrado el deleite, la satisfacción y la paz... es independiente de todos y de todo. Ejecuta siempre tu deber; ¡pero sin apegos! Así es como un hombre alcanza la Verdad última; trabajando sin ansiar los resultados. El motivo de su labor debería ser mostrar a otros, con su ejemplo, el camino del deber... Es mejor, sin embargo, cumplir con su propio deber imperfectamente, que realizar exitosamente el deber de otra persona".

Marta invitó a Jesús a su casa. Ella le ofreció comida. Magnífico. Pero ella debería haber realizado sus acciones sacramentalmente, como un individuo que hace un ofrecimiento de su propio trabajo individual, sin preocuparse de los resultados, sin exigir ayuda.

Actuando con amor y cumpliendo nuestro deber cuando entendemos ese deber... tenemos "la mejor parte". Una cosa "necesaria" que María hacía era la de venerar a su Señor a su manera. Si Marta hubiese realizado su propio servicio con tanto amor y atención y sin la ansiedad o la queja, ella habría logrado lo mismo. "La mejor parte" también habría sido la suya.

¿Qué es, entonces, lo que deberíamos aprender de estas escrituras? Deberíamos aprender a nunca sacrificar lo extraordinario ante lo común, a nunca trabajar por solo realzar nuestra reputación pública y nuestras cuentas bancarias, sino que, por el contrario, a ofrecer desde el corazón nuestro trabajo como servicio a la Divinidad que existe en cada hombre. Si realizamos nuestro trabajo sacramentalmente, no mentiremos ni engañaremos ni nos descuidaremos de realizarlo bien. Y si no logramos los resultados que buscamos, o si fallamos en ser pagados, sabremos, también, que del Dios que sirve, recibimos la mejor parte, la cual no puede ser apartada de nosotros.

Y también deberíamos aprender a nunca presionar a otra persona para que realice nuestros compromisos caritativos ni permitirle a otros el presionarnos para satisfacer los suyos. Si emprendemos libremente una tarea caritativa, debemos ejecutar esa tarea con atención amorosa, como si fuera un ritual religioso, una comunión de nuestra alma con Dios... que, de hecho, lo es.

¡Servir a Dios con amor y humildad! Este es el deber. Esto, pienso, es la caridad Cristiana. Esto, lo sé, es el Dharma Budista.  



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Última modificación: December 03, 2004
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