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Ming Zhen Shakya
Viviendo una Fantasía

Traducido por Miguel Conde D'Arbell (Zhèng Chè)
desde Ciudad México.

Traducción presentada el 24 de septiembre de 2002



Joseph Campbell era famoso por decirle a todo el mundo, "¡Persigue tu felicidad!". Es uno de esos dictámenes que animan al alma vacilante a perseguir el deseo del corazón.

La felicidad que Campbell tenía en mente tiene una implicación natural y constructiva en cualquier campo de interés, que nos da alegría y satisfacción. Cambiar el estilo de vida no es necesariamente un requisito. Algunas veces perseguimos la dicha en cualquier cosa que hacemos y que ya disfrutamos completamente. Este consejo pretende alentarnos a abrazar por vocación aquel propósito que previamente teníamos por simple pasatiempo. Siempre y cuando el cambio - no importa lo aparentemente radical que sea - refleje la pureza de corazón en el motivo, califica como búsqueda de la dicha.

Pero hay otro tipo de cambio que es meramente una mascarada presentada con la promesa de ser benéfico. Se trata de un acontecimiento extraño e insensato al que llamamos "viviendo una fantasía".

Ambas formas de "búsqueda" pueden alterar críticamente la ocupación, el ingreso, la posición social, el lugar de residencia, etcétera. El cambio es materia de drama, y por diversos medios de comunicación aprendemos de las aventuras de quienes cambian su vida tan inesperadamente. El drama nos provee el conocimiento después del hecho, cuando fácilmente podemos medir el fracaso o el éxito.

Para el hombre sabio, perseguir la felicidad es un buen consejo. A menudo, sin embargo, no reconocemos un buen consejo cuando lo oímos o cuando desconocemos la diferencia entre el deseo de nuestro corazón y la fantasía de nuestro ego. La sabiduría está en el conocimiento, en la anticipación, en brindar una mirada adelantada con ojos perspicaces y sensatez y así proceder con precaución. La información que necesitamos, en consecuencia, es inicial, no posterior. ¿Cómo distinguimos la diferencia entre perseguir la felicidad y vivir una fantasía?

Esta pregunta no es sólo de interés académico. Perseguir la felicidad tiene éxito, generalmente; guiarse por la fantasía, usualmente conduce al fracaso. En este último caso, si sólo era nuestro tiempo, esfuerzo o nuestra propia fortuna lo que hemos perdido, entonces experimentaremos uno de esos desconcertados despertares que nos hace sacudir la cabeza de admiración y preguntarnos: - ¿En qué estaba yo pensando? - Lamentablemente otras personas podrían haber invertido en nuestros proyectos ilegítimos. Como esto es una peculiaridad de "vivir en la fantasía", el entusiasmo que le engendra es tan contagioso que el objetivo fantaseado parece no solamente plausible, también verosímil. Pocos planes son tan atractivos como esos que son improbables.

Dos casos del mundo de la fotografía pueden servir para ilustrar la diferencia entre una transformación llevada a cabo como el cumplimiento inteligente del deseo de ser feliz y dichoso, y otra que se ejecuta bajo la guía de una ilusión egoísta.

Un vecino mío, vendedor de electrodomésticos, luego de 30 años de estar empleado en un almacén, decidió comprar en su vieja ciudad natal un estudio de fotografía. Sus hijos habían crecido y se sentía libre para dedicarse a su afición, que todos nosotros sabíamos era la fotografía. El había desarrollado su afición en casa y a menudo hacía retratos de amigos y parientes, a los cuales se los obsequiaba. El era indiscutiblemente talentoso.

Hablé con él el día en que puso su casa en venta. Se mostraba aprensivo respecto a llevar a cabo sus planes, sobre todo porque su familia se había opuesto a ellos. Sabía de los desafíos que enfrentaría - la deuda que contraería para trasladarse y comprar el estudio, y una serie de detalles intimidantes: Mantener al día los libros de registro, la publicidad, la gestión cotidiana de un negocio... - La fotografía siempre ha sido mi pasión - explicó - y ha llegado el momento de dar el paso. - Le pregunté porque no había ejercido este oficio desde años atrás. - Nunca lo había considerado. Tenía mucho que aprender - dijo - y añadió astutamente - necesité tiempo para comprender la magia de un encuadre.

Me intrigó la referencia a esa "magia" inefable. Me explicó: - Cualquiera con una cámara y una hermosa mujer, puede captar la imagen de una 'hermosa mujer'. La habilidad consiste en fotografiar a una mujer que no es hermosa y hacerla hermosa; pero el arte, "la magia del arte", es la capacidad de hallar algo en el interior de una mujer que sea hermoso, la expresión de alguna cualidad fascinante que haría a su cara irrelevante. Usted encuentra esa cualidad misteriosa cuando estudia un rostro y cae en una especie de trance. Se puede hacer lo mismo con las manzanas.

Nunca he olvidado esta explicación. Nunca había entendido realmente el retratismo ni el arte de la 'naturaleza muerta' como para comprender eso que no sabía. La calidad siempre me había parecido que dependía de los méritos figurativos de la obra, y su observación me condujo hacia esa penetración hasta entonces por mí incomprendida, el aspecto trascendental del arte creativo. Le pregunté - ¿cómo se siente después de que usted encuentra la magia de una imagen? - Me sonrió. - Como un lunático... increíblemente feliz.

Él se fue de la ciudad, pero unos años más tarde volvió de visita y hablamos nuevamente. Se había dedicado a fotografiar novias, bebes y animales domésticos. Era mágico todo ello. - No hay mucho dinero - comentó - solo magia. - Estaba contento de ser un fotógrafo independiente en una ciudad pequeña. - Me gusta mantenerlo simple... es una cosa personal. - Le dije que entendía. Personal significaba para él sagrado, y era así porque amaba su trabajo.

Él que persigue la felicidad busca la disciplina que conlleva el identificar por sí mismo cómo vivir del producto de su arte o de su oficio. Si la fotografía le hace feliz, él necesita experimentar ese sentido del deber que dé acomodo a su necesidad. Un aficionado puede tomar una fotografía... o no hacerlo. Un aficionado puede tomar miles de fotografías, y si no las aprecia puede ponerlas todas en un cajón... o no hacerlo. Pero cuando cada una de ellas cuenta, cuando algo más que el temperamento del artista depende del resultado, cuando la persona que se está fotografiando existe como una entidad crítica, se alcanza un nivel más alto de conocimiento, de compromiso y de desempeño. Quien busca la felicidad no pretende enriquecerse. Procura la formalidad.

Una situación idéntica la encontramos en la vida religiosa. Tenemos al clero 'aficionado' que sirve... o no, dependiendo de su humor. Y luego tenemos otros que constantemente sacrifican sus propios intereses para satisfacer diligentemente una necesidad.

Vivir en fantasía de ninguna manera está relacionado con perseguir la dicha. La fantasía nos traba en "el yo, el mí, lo mío" del mundo del ego. En este caso no buscamos la magia en el acto de hacer, lo que buscamos es el acto de estar, no pretendemos hacer una fotografía sino ser considerados como fotógrafos.

Contrastemos la experiencia de un fotógrafo verdadero con la de aquel otro que trató de vivir una fantasía.

Teníamos en la sangha un miembro que perteneció a grupo de teatro. Debido a una relación de su familia con una estrella de cine, él había pasado tiempo en las preparaciones cinematográficas y manejaba el vocabulario teatral perfectamente. Lamentablemente no era un actor entrenado ni tampoco talentoso; y entonces le dio por cuestionar la superioridad de las representaciones cinematográficas por encima de las teatrales en vivo. Además de actuar, asumió la producción de fotografías publicitarias para empresa, pero a ninguno de los actores le gustó su trabajo y muchas veces así se lo dijeron.

En la conclusión de un desempeño particularmente inadecuado, los otros actores rehusaron aparecer con él y, después de los 'requisitos' caricaturescos, fue lanzado de la compañía. Desconcertado, me llamó para lamentarse de cómo no entendían ni la actuación ni la fotografía. Él había intentado muchas ocupaciones; la actual era la de instalador de alfombras de pared a pared. Este trabajo, naturalmente, no satisfizo sus sensibilidades estéticas y cuando leyó un anuncio en el periódico solicitando un fotógrafo experimentado que pudiera viajar, respondió al anuncio.

Asido ahora a la pasión de crear arte y a la de ser identificado como un artista profesional, firmó un contrato con una empresa de fotografía para promocionar ofertas de centros comerciales en el medio oeste, conforme a un itinerario establecido en una lista. Él pondría su equipo y lo que utilizase. Destinando de tres a cinco días por tienda, entregaría seis tomas de cada una de ellas. El revelado y la producción de impresos fueron contratados a terceros.

Él no sabía nada sobre fotografía comercial ni de la vida en la carretera. Pero dejó su trabajo contándole a todos que en vista de que la empresa le eligió, él también podría 'arriesgarse'. Para él, el empleo confirmaba su talento. De hecho, ocurría lo opuesto. La vida en la carretera es tan difícil, que la empresa no podía contratar a un buen fotógrafo. Su únicas calificaciones eran su ineptitud y su ego inflable.

La fantasía le había atrapado. Su perspicacia sobre el negocio se había tornado repentinamente aguda. Él podría ganar lo suficiente con este contrato como para volver a casa y montar un estudio para hacer "tomas glamorosas" de mujeres ordinarias deseosas de obsequiar a sus hombres imágenes sexy al estilo calendario. Su novia pensó que era una gran idea e incluso conocía a muchas mujeres que serían ávida clientela. ¿Y por qué tendrían que esperar? Él contaba con una camioneta tipo pickup y si tenía planeado comprar una pequeña casa rodante para su nuevo trabajo, podría conseguir un remolque más grande y montar su estudio con un cuarto oscuro portátil. Hasta ella podría irse con él. Podrían hacerse tarjetas de visita con un número de teléfono celular y distribuirlas en las afueras de los centros que fotografiara durante la "gira". Su novia podría atender a los clientes, dirigir la pose de las modelos y actuar como ayudante, brindando seguridad a las mujeres. Él le enseñaría el oficio y cuando volvieran y el estudio estuviera abierto ella sería un socio pleno.

La casa rodante se pagaría sola, además no tendrían que andar empacando y desempacando, no tendrían que estar buscando vacantes ni pagar comidas de restaurantes ni propinas. Hasta podrían aprovechar el viaje para conocer monumentos. En el arrebato, hicieron una lista de la gente y los sitios que deseaban visitar.

No le había tomado mucho a la novia sucumbir a su entusiasmo contagioso, ni a la madre sucumbir al de ésta. Confiada en que ella podría ser la recepcionista del proyectado estudio, la señora retiró dinero de sus ahorros para que se efectuara el pago inicial de la casa rodante. Él y la novia firmaron el pagaré sobre el saldo adeudado.

- He comprendido mi sueño - dijo él con la dignidad y la determinación de alguien que está casi por dormirse.

El contrato comenzaba en junio, en Topeka, Kansas. Él tomo una tras otra fotografías sin inspiración, pero antes de que fueran recibidas por los clientes, el ya estaba lejos, a una distancia segura haciendo nuevas impresiones. La rápida salida de las ciudades, sin embargo, deshizo el negocio de las fotos glamorosas. El no estaba en ningún sitio el tiempo suficiente como para que una mujer programara la ineludible cita con el salón de belleza.

La agonía caracterizó la vida en la casa rodante. Citando condicionantes de las aseguradoras, los centros comerciales les negaron el permiso para permanecer durante la noche en sus estacionamientos y debían retirarse a zonas de descanso de las carreteras, donde compartían la hospitalidad con transportes de aves de corral, de cerdos y de ganado. Por la noche el calor era opresivo. No podían encender al aire acondicionado sin el motor en marcha y cuando abrían las ventanas penetraban los ruidos y los olores del ganado. A menudo se quedaban en moteles para bañarse y dormir. Las cuentas de las tarjetas de crédito crecieron y eran incapaces de abonar los pagos de la casa rodante. Ella comenzó a discutir y él comenzó a beber. Para mediados de agosto ya ni su firma era suficiente para obtener hospedaje. Y en uno de esos paraderos de camiones ella consiguió un 'un buen samaritano' que la llevó de regresó a casa.

Pocos meses después volvió a la ciudad, profundamente endeudado. Había perdido a su novia, había tenido que devolver la casa rodante y la madre había perdido su inversión. Y en cuanto a su brillante carrera como fotógrafo profesional, le había costado más dinero hacer lo que ahora despreciaba y no le quedaba más remedio, que lo que había ganado.

La felicidad es una palabra de 'peso' que contiene un elemento etéreo. Tenemos que sentir esa alegría no común en lo que hacemos. Estando disgustados con nuestra situación actual y lanzando una "Avemaría" como paso de entrada en el futuro, no es perseguir la dicha, y tampoco lo es el explotar lo que es simplemente ocasional.

Una persona que no puede resistir el impulso de vivir una fantasía es una amenaza para cualquier organización social, pero es particularmente peligrosa en los grupos religiosos que carecen de un gobierno central fuerte, tales como los grupos independientes de las organizaciones Budistas Zen...

Alguien con una verdadera aptitud ministerial de servicio, responde diligentemente a la necesidad. Si formalmente es "llamado" al ministerio, él estudia y, bajo la guía de superiores eclesiásticos, se ordena. Siguiendo la beatitud de su camino espiritual, comienza su carrera generalmente con su propio sangha. Poco a poco va ganando seguidores hasta tener una congregación organizada. Y, entonces, si tiene mala suerte, un miembro del grupo será golpeado repentinamente con la necesidad de vivir una fantasía.

En este drama imaginario, el hombre común juega el papel de un gran sacerdote. Es agradable. Es elocuente. Es amado. Famosos líderes religiosos le consultan. Es un imán para todos los buscadores de la verdad. Su congregación se expande, lo mismo que su fama, sus rentas y su influencia.

Alentado por su fantasía, asiste a reuniones y comilonas. ¿Qué sacerdote sabe lo que no sepa él? Cualquiera puede leer un sutra. ¿Qué hace un sacerdote sino conducir algunos cánticos y sesiones de meditación? Él puede hacer eso igual de bien... o mejor...

Entonces, comienza a infectar a otros. Si posee un grado escolar mayor al del sacerdote, se lamenta de las limitaciones intelectuales de este. Si viste mejor que el sacerdote, lamenta su carencia de esplendor en el vestir. Ni una sola ineficiencia permanece inexplorada. Fluyen críticas incesantes.

Y tal como razona, murmura. Distingue formas atractivas pero poco prácticas de mejorar las instalaciones, de estimular donaciones, de incrementar la concurrencia, de generar publicidad, y así sucesivamente. La resistencia más leve del sacerdote es vista como obstinación, un síntoma de la incompetencia.

Pronto surgen las controversias y las divisiones en la congregación. Pronto surge el entusiasmo contagioso de "vivir una fantasía". Se forma un grupo disidente y él es el nuevo líder del camino "verdadero". Títulos absurdos son asignados, las cláusulas de incorporación son archivadas, un pasillo es arrendado, un teléfono es instalado, se ordena equipo y mobiliario, se lanzan boletines de prensa archivados. Se gasta mucho tiempo en el diseño de logotipos y de membretes.

Pero tan rápidamente como las formas del grupo fueron conducidas por la fantasía, así comienza a desintegrarse. Nadie considera el trabajo, el conocimiento, la dedicación o la aceptación de la pobreza que el sacerdote exige. ¿Quién asistirá a una familia necesitada? ¿Le ayuda alguien a encontrar un trabajo? ¿Escribe cartas de recomendación? ¿Hace llamadas a enfermos? ¿Instruye al recién llegado? ¿Aconseja al voluntarioso o al apenado? ¿Quién contestará el teléfono a la media noche? ¿Quién limpiará el vestíbulo? ¿Quién los cojines y las esteras? ¿Quién mediará en las discusiones entre compañeros o esposos? ¿Quién reconfortará al afligido? ¿Quién bendecirá una nueva casa? ¿Rezarán por los muertos? ¿Quién escribirá las conversaciones del Dharma que ayudan a las personas a enfrentar la vida y les inspiran a permanecer en el Sendero? Nadie. Ni uno está preparado para hacer el trabajo del sacerdote. El trabajo nunca es parte del vivir en una fantasía.

Los que invirtieron en el ministerio del impostor, pagarán por ello con dólares verdaderos.

El agente vector o fuerza y velocidad de este contagio es la sugestión humana y los que sucumben son quienes son vulnerables. Sabemos del poder de la sugestión. En una última reunión, un solo bostezo desencadena una docena. Una comedia de situación que no es particularmente graciosa, impone mecánicamente la risa mediante "risas grabadas". Risitas, carcajadas, risas alegres son insertadas con la esperanza de que el contagio sugestivo produzca algo que parezca hilaridad. Pero no todos bostezan ni todos ríen. Y no todos compran una fantasía. La inversión requiere sensibilidad - la víctima desea riqueza, fama o poder y es atrapada con las promesas de estos.

¿Cómo reconocemos el impulso de una fantasía - en nosotros mismo o en otra persona - cuando comenzamos a experimentarla?

La primera fase del envolvimiento emocional es la fascinación. Estamos interesados y el interés es una forma naciente del deseo. Inconscientemente buscamos algo y sentimos que podríamos encontrarlo. Es en este punto exacto que tenemos que decidir con nosotros mismos y determinar qué es lo que en realidad nos motiva para iniciar una empresa o invertir dinero en ella. ¿Cuál necesidad egoísta intentamos satisfacer? ¿Es avaricia? ¿Es cólera? ¿Celos? ¿Orgullo? ¿Es la lujuria del poder? Tal vez queremos más de todo aquello de lo que ya tenemos bastante. Todo lo que sea deseo nos ata a un objetivo samsárico. El Zen requiere "desapego" y cuando nos alistamos en causas de cualquier tipo estamos muy lejos de estar desapegados. Cuando trazamos la línea de nuestro deseo regresando hasta su origen, es entonces cuando podemos separarnos.

Y si no logramos detenernos cuando es fácil hacerlo, todavía podremos intentar reconocer los síntomas de la búsqueda de fantasías en la expansividad, que será el indicador más confiable. La persona que está bajo el hechizo de una fantasía es intrépida y excitada, sus gestos y expresiones son exagerados. Sus manos están abiertas y a menudo arquea las cejas y se encoge de hombros. - ¿Por qué no? - parece preguntarse siempre. Ve las oportunidades multiplicarse como bacterias en una 'Placa de Petri' o para entenderlo mejor en 'un tubo de ensayo'. Una tenducha de baratijas llega a ser una cadena de tiendas por departamento; una idea se vuelve una franquicia. Respira rápidamente y sonríe con presteza. Sus ojos se ensanchan. Saliva. Es positivo en torno a todo, y por baja que mantenga su voz, es locuaz. Desecha lejos las dudas, resolviendo por adelantado el posible problema que alguien pudiera sugerir. Es generoso en su deseo de compartir el poder, la fama y la riqueza. ¡Todos se beneficiarán! Su euforia es tanta que exuda bondad y amor. Es el salvador de todo hombre.

La persona que decide perseguir la felicidad es justo lo contrario: es aprensivo, cauteloso, afanoso. Se contrae más que expandirse. Contrae sus manos y mandíbulas. Las temidas posibilidades forman un mantra. - ¿Qué pasa sí...? ¿Qué pasa sí...? - Él sabe que todo depende de él y prefiere estar solo en la empresa que compartir la responsabilidad de ella. Desea limitar los efectos de un fracaso y entre menos gente dependa de su éxito, mejor. Su frente se arruga, sus ojos se estrechan. Como si escalara un acantilado, se enfoca al siguiente paso de una secuencia cuidadosamente planeada. Él está "en la orilla" porque respeta y teme a lo inesperado. Lo que le conduce hacia adelante es el amor que siente ya por el 'Cáliz' que busca sostener en sus manos.

Cuando alguien ama verdaderamente lo que hace y lo ama suficientemente como para sacrificarse y humillarse por eso, debe perseguir su felicidad. Pero cuando la búsqueda es de otra clase... cuando busca simplemente ennoblecerse o enriquecerse y gratificarse con la gloria de un papel que planea desempeñar, necesitará darse un pellizco para despertar y liberarse de esa fantasía. Tiene que ponerse en cuarentena por entusiasmo contagioso; desembriagarse de él y, en la luz de la fría y dura mañana de la resaca de entusiasmo, necesita reevaluar sus probabilidades y separar los hechos de las ficciones. - ¿Qué estaba pensando? - es una dolorosa reflexión. Más dolorosa aún es - ¿qué estoy pensando ahora?

Esto es lo que significa que el Zen es una caldera de aceite hirviendo sobre un fuego rugiente.  




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Última modificación: December 03, 2004
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