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Ming Zhen Shakya
El Dar y el Recibir

Traducido por Miguel Conde D'Arbell (Zheng Chè)
desde Ciudad México.

Traducción presentada el 15 de septiembre de 2002



Tanto en los asuntos de las naciones como en aquellos de los hombres, siempre es mejor dar que recibir.

No es del todo cínico hacer notar que, aparte del placer que se puede obtener de ayudar a alguien, el dador disfruta de las comodidades de una posición superior. Independientemente de la clase de ayuda que se busca y de la que se otorga - conocimiento, dinero, atención, - el donador ha demostrado disponer de una estrategia exitosa, de la cual ha resultado un excedente del que puede ceder una parte.

Quien está necesitado, él que se halla en la posición de receptor, revela una estrategia fallida o incumplida y su consecuente carencia de resultados. Es el suplicante, el alumno, el dependiente y quien, por lo tanto, ocupa un lugar inferior al de aquel que otorga la ayuda. Este hecho degradante se graba tallado en su psique. Por mucho que él aprecia la ayuda y en el momento la acepte, la recibe como si hubiese recibido una herida.

El donador ignorante da solo un pequeño paso hacia su iluminación. Todo lo que tiene qué hacer es preocuparse por las necesidades de quien recibe, pero no por ser retribuido o porque se recuerde su bondad, es decir, ir de la empatía a la acción desinteresada. Que él se preocupe por el bienestar de otros indica que está adquiriendo cierta gracia. Sólo necesita, entonces, tomar una medida adicional que le permita "quemar su acción bondadosa", de tal forma que se separe de cualquier sentimiento de satisfacción, esté alerta para no sucumbir a las vulgaridades del orgullo y, lo que es más importante, esté preparado a aceptar cualquier consecuencia desagradable de su acción. En el contexto Zen, este paso es crítico pues le libera de su propio ego, una separación que manifiesta iluminación. Un viento purificador se llevará las cenizas de la buena acción y le liberará incluso de sus fastidiosos recuerdos.

El hombre iluminado es bastante sabio para entender que un regalo puede ser una carga insoportable para un receptor ignorante; y en todo caso, el donante sería tonto si esperase gratitud o cualquier quid pro quo (compensación) como retribución futura de alguien tan molestamente agobiado.

Está de más decir que la persona que da con la expectativa de ser retribuida no es un donante en el sentido absoluto. Se trata en todo caso de un inversor o de un apostador, y la caridad no tiene nada qué ver con sus acciones.

Es, por otra parte, un paso inmenso pasar de ser un receptor ignorante a ser uno ilustrado y bondadoso.

Salvo por amnesia, el beneficiario ignorante no puede erradicar de su mente con facilidad el registro de su déficit y necesidades, los artículos a crédito pendientes de pago que ponen en riesgo la reputación. Sirviendo a su propia dignidad él puede alabar la generosidad de su benefactor y jurarle gratitud eterna, y hasta puede creer en la sinceridad de sus propias palabras. Pero no serán eternas.

A riesgo de parecer descortés él puede trastocar la luz del regalo y actuar como si se tratara del pago de una deuda, el "quid de un quo" (hacer pasar una cosa por otra), mediante el cual sus socios obviamente han fallado; o puede tomar la ofensiva y arriesgar una aserción más audaz de derecho adquirido: si el donante no lo hubiera ayudado, alguien más lo hubiera hecho, una apreciación ocasional prevista para demeritar la importancia tanto del que le ayudó como la del hecho mismo. O incluso puede intentar invertir las posiciones, eludiendo completamente la gratitud al argüir que el regalo fue contraproducente, un desperdicio molesto que le obligó a rechazar ofrecimientos más productivos. Sufriendo en esta etapa por los detrimentos del regalo, el beneficiado se pregunta, "¿es de suponer que me sienta agradecido?". Un corolario que por omisión cae en la categoría de edicto infame. "Ningún buen acto quedará impune".

Independientemente de las expresiones externas de gratitud o de la carencia absoluta de ella, para el beneficiario de la ayuda, internamente permanece el registro indeleble de una condición inferior. Y éste es el problema.

No importa cómo actúe este beneficiado por la ayuda para prevenir la erosión de su reputación pública, su prestigio íntimo ha sido demeritado. Entonces compensará su depreciación con un fondo de resentimiento hacia su benefactor. Podría ser completamente inconsciente de este recurso que le lleva a la enemistad, pero deliberado o no, le sirve reverentemente, mimándole como un avaro acaricia el oro. Se convierte en su paciente fideicomisario y cuanto más crece su capital, mayor es su impulso de hacérselo sentir a su confiado mentor o benefactor. Constituye una persecución malévola por parte del beneficiario ignorante, y esto es terrible.

Hace algunos años aconsejé a una joven mujer - hija de un viejo amigo - que sufría de un repugnante caso venganza benevolente. Existe la pena que proviene de una pérdida (una muerte o un divorcio, la pérdida de una casa, del trabajo o de dinero) y está también la pena producto de la humillación personal, especialmente la de la traición [no la de un amante, aunque esto sea bastante malo] de un niño, un padre o un amigo. Su caso encajaba en esta última categoría. Yo conocía a las involucradas, no bien, pero vivían cerca y durante años les veía con regularidad. La joven que me visitó buscaba la consolación budista debido a que así se lo habían recomendado.

Ella y su amiga eran un par de niñas inseparables, asistían a la misma Iglesia, a la misma escuela, estaban en el mismo grupo de Niñas Exploradoras (Scout) y hasta acudían juntas a los campamentos de verano. Pero cuando se hicieron adolescentes su círculo de amigos creció e incluyó a los chicos, y en ese punto culminó la identidad de su niñez. Mi interlocutora era bonita, inteligente, sociable y contaba con solvencia económica. Lamentablemente su amiga era tan deficiente en todos estos aspectos, que dentro del grupo podría distinguirse como una "gota de aceite en el agua". La amiga siempre representó un desafío que debía ser resuelto: ella no podía pagar la parte de sus gastos o, en vista de que los chicos la encontraban poco atractiva e irritante, debía conseguirle sus propias citas o irse a casa, independientemente de las actividades del grupo. Mi visitante afirmó que su amiga chismeó, mintió y, lo peor de todo en esta letanía de crímenes adolescentes, se comportaba negligentemente con la ropa que le tomaba prestada. Recordé a la niña como una persona huraña, esa clase de persona a la que solemos llamar "snob". Cuando me comentó que su amiga seguramente habría sido expulsada del grupo si no hubiese abogado constantemente por ella y cubierto sus limitaciones financieras, yo le creí.

Una a una todas las muchachas del grupo se marcharon a la universidad o se casaron… excepto la amiga, que nunca parecía ir a alguna parte, aunque hacía un trabajo clerical. Entonces, también una a una la mayor parte de las muchachas regresó a casa, divorciada o desilusionada, en busca del apoyo paterno y con las muletas del alcohol, las drogas y numerosas terapias. Ellas comenzaron a socializar nuevamente, intentando repararse unas a otras. Mi consultante admitió que su propio matrimonio había terminado desastrosamente y, como resultado, trató de divertirse clamorosamente, conduciéndose demasiado rápido, bebiendo en exceso y siendo también algo promiscua. Pero ella estaba sumida en el dolor - me explicó - y eso es lo que el dolor le hace a una mujer.

Su amiga, entre tanto, experimentó una transformación. Ella se comprometió con un hombre próspero, se impostó un acento elegante, usaba ropas costosas y conducía un auto fino. Mi consultante me dijo que le encantó verdaderamente la buena fortuna de su amiga y que en consideración a su nuevo estado social le compró un regalo de bodas particularmente agradable - un juego de doce copas de cristal Waterford.

Imagínense entonces su sorpresa, cuando recibió por correo el anuncio de la boda y no había en él ninguna invitación a la recepción. Otras chicas habían recibido las invitaciones. Asumiendo que esto debía haber sido un descuido, llamó a su mejor amiga en el pasado, quien con frialdad le informó que no existía ningún error. - Te invité a la ceremonia porque pensé que no serías una vergüenza en la Iglesia. ¿Pero a la recepción? ¡De verdad! Tu tienes problema con la bebida y serviremos champaña. Te excluí por tu propio bien.

El que todos sus amigos asistieran a la recepción completó su humillación.

Este incidente había ocurrido más de tres meses atrás. Cuando la vergüenza cedió el paso a su enfado, se obsesionó con la sed de venganza. Buscó el consejo de varios psicólogos y sacerdotes, quienes le hablaron del perdón... de los nervios pre-nupciales … y hasta le sugirieron que quizás habrían engañado a la novia con exageraciones acerca de su problema con la bebida. Tal vez su amiga tuvo la intención de darle una terapéutica "comprobación de realidad" y había ido demasiado lejos con ello. Todos estos consejeros argumentaron atenuantes sobre el comportamiento de la novia y apresuraban a la chica a seguir con su vida, a cerrar la herida, a usar esta sacudida como un impulso para cambiar su propia conducta y mejorar. Pero ellos no pudieron decirle con precisión cómo lograr todo esto. Le ofrecieron medicaciones para arrancarle la carencia de balance (el "off-center" americano); grupos de apoyo de gente con la que ella no se relacionó; regímenes de rezo en una fe hace mucho abortada. Estas tentativas para relevar su dolor sirvieron sólo para exacerbarlo. Ella se iba quedando sin opciones para encontrar explicación o soluciones. ¿Tiene el Zen discernimientos que podrían servirme?

Le dije - Seguro. El discernimiento está en la comprensión de las dos primeras de las Cuatro Nobles Verdades del Budismo. La vida es amarga y dolorosa, y la causa de esta amargura y dolor es el deseo.

Pregunté - ¿Asististe a la boda?

- No.

- ¿Qué hiciste con el regalo?

- La tienda ya lo había entregado.

- ¿Ella te lo devolvió?

- No. Me envió una agradable nota de agradecimiento cuando regresó de su luna de miel.

- ¿Todavía bebes?

- Sí. Cada noche. Nunca bebía sola, pero ahora lo hago. No puedo mostrar mi cara en público. No puedo entender porqué ella me conectó en algo como esto… Después de todo lo que hice por ella.

Ésta es la línea donde firma la traición. "... después de todo lo que hice por él (o ella)". En la vida religiosa la escuchamos a menudo.

En el Samsara no hay ningún verdadero dar y recibir. Hay el dar condicional y el recibir resentido. Las manipulaciones abundan en cada dirección. Intenté ayudar a mi consultante a que viera esto. Le dije - Esto ha pasado, porque así como hiciste todo eso por ella cuando las dos eran pequeñas, ella tenía que igualar la cuenta. Cada vez que le diste tu dinero o hablaste con un muchacho para que saliera con ella, te convertiste en el motivo de su humillación. Y ella, a sabiendas o no, te despreció por ello. Como le suministraste dinero, la convertiste en un caso de caridad. Como hablaste con la gente para que la tolerasen, te hizo el objeto de su desprecio. ¿Cuántas veces podrías calcular que te miró y te dijo las 'gracias', pero de verdad grabó una maldición contra ti en su corazón? Su relación había sido fundada sobre la igualdad, pero en su mente tú violaste ese convenio. Quisiste ser superior, jugar el papel de Señora Generosa, y la usaste como tu objeto patético de rescate. Su pena pagó por tu gloria.

- ¿Pero qué debería haber hecho? Ella quería ir a esquiar pero no tenía dinero. Lo hice. Se lo pagué. ¿Ella hubiera preferido que la dejara sola en casa o que me quedara con ella porque no tenía con qué ir? Supe lo que sentía al estar fuera de un grupo y porque no tenía novio. Entonces yo le preguntaba a mi novio si él tenía algún amigo que saliera con ella. Éramos amigas. ¿Qué fue lo incorrecto en lo que hice?

- ¿De incorrecto? Nada. Esto no tiene nada qué ver con lo correcto o lo incorrecto. Queremos entender lo que la motivó a hacer lo que ella hizo. Si puedes entender sus acciones de aquel momento y sus acciones de ahora, podrás formular tu propia respuesta constructiva. El punto sería este: el que estuvieras en una posición superior para hacer cualquier cosa, es lo que la resentía a ella. Aunque hubieras optado por permanecer en casa cuando se presentó el viaje a esquiar, aunque hubieses declinado ir al baile porque ella no contaba con ninguna pareja que la invitase, se habría resentido porque te habrías sacrificado por ella. Ustedes no eran iguales. Y puesto que luchaste por mantener la relación bajo esos términos, llegaste a obtener cierta satisfacción de la desigualdad. Lo que viste como nobleza, ella lo vivió como condescendencia. La cargaste, y ella no podía ser una carga. Incluso en la boda pretendiste conservar esa superioridad con la calidad del regalo que enviaste. Ella recibió el regalo y sin duda se dijo a sí misma, "hele aquí, aun jugando el papel de dama generosa en mi boda". Entonces esperó y cuando vio la oportunidad de equilibrar las cuentas, la tomó. Así, ella ahora controla su destino, su vida social. Observa las posiciones relativas de cada una de ustedes. Probablemente ahora ella aboga con la gente para que entienda cómo está intentando ayudarte a resolver el problema de la bebida. Y... ahora tú eres la criatura patética que necesita atención.

Esta situación ocurre con una frecuencia alarmante - y no necesariamente requiere la historia de toda una vida de resentimiento. Un amigo o un pariente, o quizás un miembro del Sangha pide nuestra ayuda… Un préstamo quizás, o un lugar para quedarse, o una recomendación para un trabajo, o el uso de nuestro automóvil. Nosotros le prestamos - dinero, tiempo, propiedad o reputación - y nos pasmamos al descubrir que todas las promesas eventualmente hechas eran una fórmula para obtener el consentimiento de nuestra ayuda. Y sacudimos nuestras cabezas por la incredulidad. Esperamos el reembolso de alguna forma - aunque esa forma sea sólo el que la persona a quien ayudamos a obtener un trabajo de vez en cuando se esforzara por llegar a tiempo o, al menos, no robara a su patrón. Cuando su empleo se termina, nos preguntamos cómo nosotros pudimos haber sido tan fácilmente engañados. Pero nuestro juicio erróneo sobre su carácter no era necesariamente el problema. A menudo una persona de buen carácter, pero que es ignorante, se irá resintiendo cuando vamos alcanzando una posición superiora a ella, por lo que tarde o temprano deberá encontrar la forma de humillarnos.

A veces una persona disfruta perversamente de su condición inferior como si esto le otorgara el sello de desvalido. Siente una especie de regocijo que no puede articular cuando recibe el préstamo o da vuelta a la llave de ignición - esta alegría es precisamente como una anticipación de la victoria de David contra el Goliat prestamista - y ya sea que fuese consciente o no de sus intenciones, él romperá su promesa de ser cuidadoso con la propiedad prestada, colocándola deliberadamente bajo riesgo de daño, permitiendo a sus amigos usarla o dejándola desatendida o incorrectamente mantenida; o, bien, puede malgastar aquellos fondos que fácilmente pudo destinar al reembolso de su deuda. Aunque él no pueda explicar su renuencia a actuar tal y como lo había prometido, puede hasta llegar a sugerir que su benefactor debe dejar de valorar los objetos materiales de esa manera tan extravagante. Hay una ética mayor. Después de todo, la amistad es oro puro, pero el dinero es sólo dinero.

Existen personas que son perturbadas por los efectos desestabilizadores de una buena y repentina fortuna, que provoca un estado de "necesidad-frenesí" en quienes buscan disminuir los activos del afortunado para incrementar los propios, compartiendo más equitativamente la experiencia. En lo que concierne al ejemplo, un fenómeno peculiar sigue a la adquisición inesperada de dinero por medio de una herencia o de un triunfo en el juego. El beneficiario o ganador es sitiado por amigos y parientes que le proponen inversiones u oportunidades de negocios, y que antes de esa hora afortunada jamás le hubieran considerado para emprender con él negocio alguno. Invariablemente las inversiones fracasan - no fueron diseñadas para el éxito. Otro tipo de motivo ocurre con quienes piden dinero prestado falsificando sus activos o sus ingresos para asegurar el empréstito. Luego, cuando se vuelven delincuentes y se enfrentan a la responsabilidad de entregar la garantía, culpan al prestamista por "fallar en su tarea investigadora" y por ser incapaz de descubrir que no podría reembolsar tal suma de dinero.

Finalmente, vemos a aquellos que se enfrentan con sus propias dependencias, trastocando la bondad en una especie de rencor lleno de desprecio hacia sí mismos. Inválidos ancianos pueden en secreto despreciar al amigo o al pariente que se ocupa de ellos, denigrando a la persona por una capacidad que él o ella reducen al vaciamiento de sus orinales - "y no pueden incluso gozar de ese derecho". El ayudante se hace entonces indigno para ser incluido en la lista de beneficiarios. Naturalmente ellos sospechan que la persona realiza estas molestas tareas de su cuidado sólo para congraciarse con él como medio de obtener un legado favorable. ¿Quién - se preguntan ellos - podría recompensar tal dualidad?

Esto no constituye una evaluación cínica de la vida. Esto es el Samsara. Esta es la razón por la cual la vida ignorante, sin instrucción, es tan amarga y dolorosa. La conciencia de sí mismo, el interés propio y la búsqueda de la presunción y la estima son las condiciones que nos imponemos cuando seguimos las directrices de nuestro ego. La pena de mi interlocutora fue creada por la desilusión de su pasada inversión en esa amistad y por su presente cálculo equivocado de ella. Ella pudo ser solamente una niña agradable y atenta - interpretado esto de la forma en que somos instruidos por nuestras religiones para hacerlo. Nos enseñan a darnos, a compartir, a ponernos en el lugar del otro y a tratar a la persona como nosotros quisiéramos ser tratados. Tenemos conciencia y penitencias, y tememos a las consecuencias kármicas que nos hacen adherirnos y cumplir aquellas reglas. Pero las lecciones que nos enseñan son inadecuadas. La Regla de oro, maravillosa como es, se aplica directamente a quien inicia el acto, y sólo en un sentido secundario a quien se beneficia de este.

El donador iluminado sabe anticipar mejor la reacción y respuesta del beneficiario de la ayuda, quien después de todo será inconsecuente. Sí, él espera que el destinatario sea de buen carácter y una persona de palabra, pero el ser retribuido no es su propósito. No presta lo que no puede dar. Intenta decir "no" sin implicar una declaración de guerra o, de resultar alguna, se encogerá de hombros ante la hostilidad.

El donador ignorante por lo general cree poder predecir la forma en que el beneficiado recibirá la ayuda, y por lo general - oír qué dice de ella - la predicción es siempre que éste le devolverá lo que ha tomado prestado, o le acreditará como fuente de información, o le reembolsará la deuda, etcétera. Su propio ego necesita acariciar la gratitud y cuando ésta no se expresa le decepciona profundamente.

El autor de una buena acción es invulnerable a la decepción solamente cuando purga al acto mismo de su mente y lo somete a las llamas. En el Zen tenemos deidades guardianas. El Rey del Este, el primer rey, es blanco porque está cubierto por las cenizas expiatorias traídas por el alba de esta comprensión, de este entendimiento. Conjuntamente con la obra ocurre su inmolación - y la de las expectativas de todo ego y deseo.

Le pregunté a mi visitante si ella había creado alguna expectativa cuando defendía la causa de su amiga, si de hecho ella se había visto a sí misma como noble porque había auxiliado "al desvalido". ¿Sabía ahora de qué modo esto le hizo sentir ese grado de empobrecimiento? ¿Estaba ella agradecida con la lección de sobriedad del "amor duro" de su amiga?

- Ahora que estoy en el otro extremo, recibiendo toda esta "bondad" - dijo - dígame cómo debo responder a ella.

La persona ordinaria da un paso hacia la iluminación cuando se esfuerza por ver su situación desde el punto de vista de su adversario. Antes de que una persona pueda andar en los zapatos de su adversario y mirar al mundo a través de sus ojos, no puede haber ninguna respuesta iluminada. Y en todo el Zen no hay nada más difícil que el comprender a un antagonista. Esto requiere del sacrificio de uno mismo y de la purga de toda emoción egoísta. Desde luego, su amiga se sintió mal todos aquellos años. No puede resultar agradable ser el miembro más pobre y más feo de un grupo, ser aquel por el que se obliga a otros a tolerar.

Nos gusta creer que porque algo malo le ha pasado a una persona, ésta está resuelta a no cometer la misma ofensa contra otro. Pero a menudo eso justamente es lo que ocurre. Una persona a la defensiva tiende a considerar su experiencia negativa como la justificación para cometer actos similares contra otros - quienes son tan inocentes como ella alguna vez lo fue, pero limita toda la culpa y la responsabilidad a la persona que le dañó. - Soy un borracho abusivo porque mi padre fue un borracho abusivo, y espero que él se pudra en el infierno por lo que me hizo. - Un hombre describe con gran detalle los tormentos de su niñez, pero encubre el tormento que ha infringido a su propia familia. Su padre es la causa próxima de su aflicción y la de los otros, y allí se acaba el tema. Si le preguntamos - ¿su padre tiene un padre? - podría extender esas excusas a su padre y sostener que le ha tomado su propio trabajo el dar un enorme paso para acabar con sus penas.

Expliqué a mi visitante que debía entender la infinita cadena de causa y efecto del Samsara para, luego, pasar a un entendimiento más elevado que le colocaría más allá de la necesidad de 'poseer a los amigos' con la grandeza de 'su condición de persona amistosa'. Estaría libre de toda caricia manipuladora y de andar buscando; podría actuar independientemente en cada situación; hacer lo que ella determine que está bien sin ser influenciada por el deseo de obtener alabanzas o de evitar algún reproche.

- ¿Y cómo una persona iluminada recibe la ayuda?

Una persona iluminada recibe una bondad y ni se resiente con el donante, ni lo valora por su regalo. Él no piensa "tengo una deuda que un día le voy a reembolsar", ya que esto denigraría el regalo, relegándolo al estado de un contrato, de una obligación que debe ser honrada. Tampoco dice "este es un gran hombre porque me ha ayudado", porque esto limitaría la calidad del donante, convirtiendo a su contingente de bondad en la capacidad de proporcionar bienes y servicios, y esto, también, implicaría un arreglo condicionado. El receptor se conduce solo por el Dharma. Sabe que aquello que ha pedido prestado, debe devolverlo. Sabe que si ha usado el buen nombre del donante, su deber es el de proteger ese buen nombre. Él ha hecho el voto de abstenerse de mentir, de hacer trampa, de dañar. Y él, honra sus votos.

Cuando las partes son iluminadas, ambas están unidas espiritualmente y ninguna mira por encima ni por abajo de la otra; tampoco ninguna asume que la otra mira en cierta dirección. El receptor se regocija con el espíritu del regalo, ve lo bueno del dar y no sufre ninguna consecuencia. Cuando tanto el donante como el beneficiario son bondadosos, ocurre la comunión, se borran las distinciones entre ellos. El acto constituye un momento de Gracia, un momento eterno, un paso fuera del tiempo; y el donante, el regalo y el receptor se hacen uno. Esto es la alegría del Dharma.

El Buda, por ayunar, estuvo cerca de la muerte tendido sobre la tierra. Era el acto de un fanático - un autoengaño llevado al extremo de la inanición. Aún sus discípulos provenientes de buena cuna le consideraron y admiraron por la temeridad de su tonto triunfo sobre la carne. Pero una mujer de baja casta al pasar le vio a él allí, yacente, disecado, esquelético y desvalido, e impresionada por la santidad, hizo lo que ninguna mujer de baja casta se hubiera atrevido a realizar alguna vez. Pese a las objeciones de los discípulos, acunó la cabeza entre sus brazos y, sosteniendo una taza de leche de arroz le humedeció los labios. Él aceptó los cuidados y bebió la leche. Lentamente recuperó sus sentidos y su energía. Ella actuó con la simple espontaneidad del iluminado y Él recibió su bondad con el espíritu conque le fue otorgada. Pero esta comunión le costó todos sus discípulos. Ellos no seguirían al hombre que había violado las restricciones de casta de su sociedad. Cada uno de ellos le abandonó.

Casi cincuenta años más tarde, de nuevo postrado sobre la tierra, Buda muere por una intoxicación con alimentos. El cocinero de la fatal comida estaba inconsolable. Él había pensado en hacerle una bondad a Buda y a cambio le había provocado un atormentado final. Buda lo consoló. - En toda mi vida he consumido muchas comidas maravillosas - le dijo - pero las dos que más agradezco son la leche de arroz que me dio la fuerza para lograr la iluminación y el regalo de su alimento que ahora me permite entrar en la paz perfecta del Nirvana. 





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Última modificación: December 03, 2004
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